martes, 17 de septiembre de 2013

CASTILLA IMPERIALISTA Y CATALUÑA

Septiembre lunes 16.

He contado en más de una ocasión que fui charnego en Cataluña y maketo en Euzkadi; eso no es ni bueno ni malo. Fue una necesidad vital, una aventura necesaria porque en los pueblos de la Castilla imperialista no teníamos ni para comer. Simples relaciones de mercado: yo vendo mi trabajo y tu lo compras y lo pagas. Trabajábamos en Cataluña y para Cataluña. Es obvio que esa relación mercantil origina inevitables lazos sentimentales y culturales. El inmigrante trata de identificarse con la tierra de acogida.  Y a mí, como conocía buena parte de la poesía catalana y parte de su historia, no demasiado, eso no me resultó difícil. Tenía una idea bastante  aproximada  del concepto de Os paisos catalans  y sabía de memoria  La pell de brau y parte de la Oda a Espanya, de joan Maragall, el Buelo de Pasqual. Así que pronto establecí un cierto trato con Salvador Espriu; y más tarde con Joan Oliver, el gigantón, (Pere Quart), Joan Brosa, María Aurelia Capmany y otros especímenes menos intelectuales y menos recomendables. Repetía a menudo la frase que Max  Estrella decía en los calabozos de Madrid a un anarquista catalán santenciado a la Ley de Fugas: Barcelona es cara a mi corazón. Lo que no decía era que a lo que Valle Inclán aspiraba era a que los obreros catalanes exterminaran a los patronos catalanes. Apoyábamos a Cataluña no solo como tierra de acogida, sino por  joder a Franco que había reprimido su cultura y si la represión de Franco era tan patente algo bueno debía de tener la cultura catalana. También había catalanes franquistas que trazaron líneas ideológicas en Burgos y Salamanca y vitorearon a Dioniso Ridruejo cuando entró en Barcelona gritando, "catalanes, hablad la lengua del imperio". Luego Dionisio se arrepintió de aquello, pero el mal estaba hecho.    
Lo cierto es que anduve varios años por Cataluña, en distintos afanes e industrias, y establecí mi campamento en Canet de Mar alternándolo con Barcelona. Lo que no sabía es que por mi lengua castellana, la lengua de Cervantes, Quevedo y San Juan de la Cruz, yo formaba parte de un "ejército invasor" que socavaba os cimientos de Cataluña a través de la lengua. Alguién me lo hizo ver, aunque sin acritud y eso me sumió en oscuras cavilaciones. Pero quede claro que si me vine a Madrid, la Metròpoli centralista y expoliadora, no fue por cosas de política catalana, sino porque me enamoré.
Ya en democracia  escribí un librito, con Felix Población, que titulamos Cataluña, una cultura en lucha,  o algo así. A ese libro le puso prólogo, el senador Josep Benet, nada sospechoso de españolista. El opúsculo resultó una chapuza: por insuficiente, por voluntarista, por algún error de perspectiva y por dudosa utilización de datos erróneos. Pero Benet y otros amigos catalanes reconocían, y elogiaban,  una virtud: apertura por parte de unos castellanos a un cultura y una historia criminalizadas por el franquismo. Más avanzada la democracia un dia Vázquez Montalbán, en uno de mis fredcuentes viajes a Barcelona, me dijo que pensaba proponer a Taula de canvi,  una revista dirigida por Aurelia Capmany, una encuesta sobre la catalanidad de los escritores  en castellano. Con aire de sheriff del Oeste, le dije "yo que tú no lo haría forastero". Se hizo la encuesta y resultó que ni Marsé, ni  los Goitysolo, ni el Jaime Gil de Biedma, ni el propio Manolo Vázquez eran escritores catalanes. Y eso confieso que me mosqueó.
Resumiendo; mi posición ante los nacionalismos es muy simple. Defiendo los movimientos insurgentes   y emancipadores de los paises latioamericanos y los del del Tercer Mundo, frente al Imperio Yanqui  y potencias europeas colonizadores. Y sería una aberación histórica equiparar Catalauña a esos paises. En el resto soy obviamente internacionalita. Mi idea de la unidad nacional es  laxa y difusa; España es un país único con cuatro lenguas y cuatro culturas de pleno derecho: la castellana, la catalana, la vasca y la gallega.Respecto a la situación actual tiene difícil solución, pues parece claro que el catalán aspira a lengua hegemónica aplicando al castellano los parámetros que aplicó al catalán el franquismo.
No entro en la legitimidad del referendum que va a convocar Artur Mas, pero tengo la certeza de que ustedes lo perderán. Yo lo fiaría más a un referendum en el resto de España, aunque puede que me equivoque. He estado unos dias por los páramos de la Castilla imperialista y la sensación mayoritaria que se percibe es de indiferencia o hartazgo: "que se vayan". Por parte del pueblo llano no habría grandes problemas; son los políticos, los de ustedes y los nuestros, los que enredan la cuestión. Nadie piensa en represalias militaristas; eso fue cosa del Duque de la Victoria, que hace dos siglos o así, creía arreglarlo todo "bombardeando  Barcelona cada 50 años". Tal barbaridad se le atribuyó de mala fe a Azaña.  Si yo fuera catalán no me fiaría demasiado de Mas y menos aún de la familia Pujol.

Respecto a la idea de identificar mi afición a los toros con mi presunto anticalanismo, renuncio a entrar en disputas taurinas. Entiendo y defiendo incluso algunas posiciones de los antitaurinos; pero no lo que escuché no hace mucho a las puertas de la Monumental de Marina a un grupo nacionalista de humanistas refinados: indulto a los toros y pena de muerte para Boadella, por asistir a la corrida. Ahí no llego. Y por mi parte esto es todo. Queden ustedes en paz. 

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