viernes, 27 de septiembre de 2013

POÉTICA Y MISTERIO DE NUEVA YORK CANALLA.

Septiembre 26 y 27, jueves, viernes.

No puede decirse, como la canción, que septiembre se muere se muere dulcemente con su luz amarilla, con sus racimos verdes. Seguro que es así, como dice la canción, pero yo lo percibo de otra manra: como una amenaza apacible y neutra  si se quiere; pero no dorada, ni verde. Gris. Bajo un olivo cuya sombra abandono pronto, por fría y por inhóspita, releo el último libro de Antonio Hernández. Revivió  la higuera muerta este verano, pero ni siquiera esa floración milagrosa, pujante y primaveral, me cambia un ánimo incierto. Pasará, como todo: todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar...
Antonio Hernández acomete  en Nueva Yorh después de muerto, una situación poética compleja e insólita. El poeta de Arcos de la Frontera, cuya voz lírica es incuestionable desde     El mar es una tarde con campanas,  adopta ahora un reflejo dramático. Es decir, las voces y los ecos de Nueva York después de muerto  son personajes con encarnadura teatral. Lo explica el propio Hernández al descubrir la génesis de este libro en el que Luis Rosales es el personaje principal. Un protagonismo de primer actor compartido con la sombría herida de su vida: el asesinato de su amigo Federico García Lorca. En cierto sentido, Luis Rosales es un personaje pirandeliano en busca de un autor que le dé configuracon: una poética teatral para escribir el libro al que la muerte ya no le daría tiempo. Luego viene, naturalmene, Antonio Hernánez como organizador del caos que es,  en definiva, lo que es un autor dramático. Después están los negros, las zonas fronterizas de los bajos fondos, Harlem, los maricas y Walt Witman de Poeta en Nueva Tork,  la ciudad como espacio escénico. Y el Imperio.
Relata Antonio Hernández en el prólogo cómo un dia Luis Rosales le dijo que pensaba coronar su obra con una trilogía en la que pensaba tratar el exilio, ficción que Rosales no vivió, a no ser con la retórica de exilio interior, y solo como experiencia intramuros del alma; luego vendría la lucha de clases y de razas, la deshumanización de la gran ciudad. En la obra de Luis Rosales, en su vida, y puede que también en este libro, planea siempre el sentido expiatorio de un verso enigmático y dolorido: "la certeza de no haberme equivocado en nada, sino en aquello que más quería". (Cito de menoria). En torno a este verso, el recuerdo de una muerte y una calumnia; la responsabilidad en el fusilamiento de Lorca y la calumnia que en un libro del mismo título se encargó de refutar Félix grande apasionadmente.
 Hernández, pues, como un Pirandello subsidiario escuchó a su personaje principal y se puso a escribir esta trilogáa, lo cual le obliga a una justificación no del todo necesaria: "se trata de una traición relativa y, por lo tanto, como negar por tres veces al maestro (....) En algún momento muy concreto, y sin renunciar al contrapunto expresivo más seco de la mia , me atrevo a impostar su voz y la siempre vigorosa de Federico con unos apócrifos ni osados ni voluntariosos, como homenaje a cada uno de sus libros."
Esa es, precisamente,   la actitud, dígamoslo ampliamente, de un dramaturgo: hablar por la voz de sus personajes, darles vida por encima del propio autor, aunque se nutran obviamente del oficio y de la poética de quien los maneja. En este sentido me he atrevido a llamar a este libro, no sin ciertas cautelas, como expresión dramática. Nueva York despues de muerto  no es la voz unívoca, autoritaria de un autor, es muchas voces en la que predomia, naturalmente, la voz de Antonio Hernánez. Es un libro teatral, en el sentido más puro y genuino del término.
Libro vigoroso, misterioso en ocasiones, social,  político, intenso. Libro raro en tiempos de pensamiento y poética unicos En él sobresale, por encima de intermedios narrativos de alto riesgo y sobre la estructura escénica, la voz siempre descifrable de Antonio Hernández a lo largo de su copiosa obra: poética y narrativa.        

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