In memoriam
Me llama Txetxu Mazuelas, hijo del gran Mazuelas que era un bilbaíno nacido
en Burgos por aquello de que los de Bilbao nacen donde quieren, y que de toros
lo sabía todo. De toros, de vinos y de mus. Como su amigo Andoni Olaizaola que acaba de morir. A Mazuelas, padre, Manu Llorente le dedicó, en verso, un hermoso obituario que resumía sus
condiciones humanas y taurinas. Txetxu
me dice que Andoni ha muerto y con él el
espíritu de los mejores aficionados que van quedando. Las CC GG sin
Andoni, para muchos de sus amigos, ya no serán lo mismo sin sus comentarios
de toros, sin las partidas de mus en el choco, sin el aperitivo donde se terciara,
cerca de la plaza tras el apartado. De
hecho hace varios años ya no era lo mismo. Andoni había casi desaparecido de la circulación. Adios, amigo.
Descansa, en el recuerdo con Mazuelas el grande. Mucho aprendí de toros con
vosotros, que apenas os pude devolver en mis crónicas.
Doctor Zúmel.
Rosa Basante me
manda el fallo del Premio de literatura taurina, Doctor Zumel que patrocina David Shoet. Es un rito de cada
septiembre al que nunca he podido asistir, pese a tener buenos amigos en la ceremonia de
la Moraleja. Ha ganado de nuevo don Francisco
Tuduri con el trabajo Propuestas para la elaboración de un
reglamento taurino unificado. El segundo premio ha sido para Antonio Purroy. Tuduri es un clásico del Zímel, casi tanto como José Tomás del premio Paquiro. Era
presidente de Illumbe hasta que Illumbe cayó. El Premio Doctor Zumel lleva 26
años apoyando la Fiesta de en sus distintas facetas. Excelentes aficionados
taurinos han enriquecido su biografía literaria con él. Todo un ejemplo.
Una corrida en la plaza de San Pedro.
Hace unos días murió un diplomático
español, embajador en la Santa Sede y experto en la política florentina de la
Iglesia, que se llamaba Carlos Abella.
Como el gerente de Asuntos Taurinos de la CAM. Cuando lo nombraron Embajador en
el Vaticano eché a repicar campanas y lo confundí con mi amigo el taurófilo,
aunque no sabía muy bien qué pintaba mi amigo en Roma; y por algún archivo de
locos o, lo más seguro, destruida y hecha cenizas debe de andar una tarjeta que
le envié a Carlos Abella, el embajador
creyéndolo el aficionado a los toros: “Enhorabuena y espero ver pronto una
corrida de toros en la Plaza de San Pedro”. Me refería al otro Carlos Abella,
claro. Pero la idea de una corrida en la Plaza de San Pedro -ya hubo alguna en
el XV, creo- cuajó en un relato de mi libro Los
toros furtivos. Es un relato en el que se funden diplomacia, erotismo refinado,
y diplomático y caritativo con altos fines benéficos, el fino entramado
vaticano, gastronomía y un repique de campanas uniéndose al pasodoble torero y
español. Dios escribe recto en líneas torcidas y de aquella equivocación postal
y onomástica nació lo que considero mi
mejor libro de toros Los toros furtivos;
relatos de la clandestinidad taurina, que engrandeció con su prólogo Pere
Gimferrer. Carlos Abella, el genuino, no
ha dado una corrida en la plaza de San Pedro, pero todo se andará. De momento,
le basta con dirigir los asuntos culturales con el buen tacto de un político
biógrafo de Adolfo Súarez y autor
una docena de libros de toros capitales; por ejemplo, Paco Camino, el Mozart del toreo.
Sabela Hermida, una flamenca
ilustrada.
Cualquiera que entre en la Quimera una
noche de jondo y de jarana, además de encontrarse
con Antorrin Heredia y su martinete,
con el Pescao y su seguiriya, con Juan Ramírez, Raquel Valencia y el Persa, puede encontrarse en el tablao
con, Sabela Hermida, una guapa
flamenca que sabe más de María Casares que
de soleares y bulerías, las cuales, por
otra parte, baila muy bien. Es gallega,
actriz, intérprete de Castelao y amiga, entre otras
celebridades, de Xesús Alonso Montero; y
mujer de Antorrín, el gran jefe granadino de la Quimera. No es de extrañar,
pues que en un reciente Congreso en Gallego Identidade,
Alteridade e exilio, Sabela Hermida haya
presentado una ponencia sobre la hija del último presidente del Gobierno
de la República, Casares Quiroga. Hablar de María Casares es hablar de exilio, de la
Resistencia y de Albert Camus. Su vida,
la propia Maria Casares la
definió como Residente Privilegiada.
La significación intelectual y política de Sabela
Hermida, no se acaba aquí. No hace mucho presentó en el Ateneo otra ponencia,
ésta sobre Federica Montseny y en el
Seminario de Artes Escénicas y Filosofía, de la Universidad Rey Juan Carlos,
habló sobre La mujer y la simbología de
los femenino en la dramaturgia de Federico García Lorca.
En la Quimera, frente a la sala
Tribueñe de Irina Koubreskaya y Hugo
Pérez, -con los que Antorrín ha demostrado su calidad de intérprete además
de cantaor- en Sabela y Antorrin se funden la más pura galleguidad y las Cuevas
de Sacromonte. Al bajar del tablao, cuando
Sabela saluda a los amigos y se sienta a su mesa, podría dar una
conferencia sobre Castelao, por
ejemplo. No hay cuidado; cada cosa a su tiempo. A la Quimera se va a beber vino
y a cenar, a jalear y tocar palmas. Y si se tiene suerte a escuchar al Pescao y
ver bailar a Raquel Valencia, que es
otra crack.
Rancapino y Romero.
Conocí a Rancapino, una tarde en la Maestranza. Toreaba Curro Ronero. Quizá fuera la tarde aquella en que Curro enganchó a
un juampedro en el tercio de capotes
y verónica a verónica, ganando terreno con milagrosa despaciosidad, rebasó el
platillo y siguió camino del tercio opuesto donde no llegó porque le faltaba el
aire. A punto estuvo de consumar la hazaña que, según me contó un viejo
aficionado, sueña todo torero sevillano: verónicas de recibo ligadas de uno a
otro tercio. Rancapino, me parece recordar, ni siquiera ovacionaba como toda la
plaza. Estaba en trance y, concluido el éxtasis,
le hubiese gustado cantarle a Curro. Me
lo contó a la salida, bajo la bóveda de la Puerta del Príncipe, con la lágrima
a duras penas contenida.
Al poco tiempo Antonio Guirau, director entonces del Centro Cultural de la Villa,
me encargó un homenaje a Curro Romero.
Hablé con Rancapino, como hilo conductor, con su cante, del suceso y con Emilio Muñoz. Rancapino sólo preguntó
cuándo. Y Emilio Muñoz también, aunque matizó: “en Madrid empiezan a pitarme antes
de bajarme del tren; pero voy”. Como torero, siempre le tuve a Muñoz una
querencia muy especial. Tanto que en el Patio de Arrastre de las Ventas, cuando
algunos aficionados estaban en desacuerdo con mis críticas en el Mundo, me
gritaban “vete a Sevilla que el único
que te gusta es Emilio Muñoz”. No el único, pero sí uno de los que más, opinión
que mantengo.
Los escritores en que pensábamos Guirau y
yo para acompañar a Emilio Muñoz y a Rancapino, eran Benítez Reyes, Antonio Burgos, Barbeito, Luis García Caviedes…
No hubo lugar siquiera a conectar con ellos porque Curro no estaba seguro de asistir a tan magno acontecimiento. Es
decir, estábamos seguros de que no asistiría. El homenaje se fue al carajo con
gran pesar de Rancapino que soñaba con cantarle, en Madrid, a Curro Romero. Dentro de unos días Rancapino vendrá a la
Sala García Lorca, de Benamargo. Tampoco
estará Curro, supongo, pero a cambio, Rancapino padre presentará a Rancapino
hijo que dicen es otro fenómeno.
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