Desacuerdo inicial sobre esta
biografía; Antonio Garrigues Walker
no es un testigo clave de nuestra historia. Es, en la parte que le
corresponde, un artífice de nuestra
historia. Como su abuelo, su padre, su tio y su hermano al que una leucemia
salvaje lo arrancó de la política en la Santa Transición. Su prehistoria
familiar cuenta que al padre, el gran patriarca de la saga al que llegaron a ennoviar
con Jackie
Kennedy, le salvó la vida una noche en Madrid el hermano mayor de los
Kennedy. Unos milicianos, creyéndoles de la Quinta Columna cruenta, a punto
estuvieron de despacharlos con un tiro en la nuca. Pero Josep Kennedy, muerto luego en combate contra el nazismo, tiró de
pasaporte norteamericano; eso les salvó. En la vida de los Garrigues siempre
hay un Kennedy.
El dolor y la belleza.
La biografía de García-León y Martínez-Echevarría
es una biografía autorizada, pero no una
biografía hagiográfica. Puede que el orgullo de Garrigues no hubiera admitido maquillajes; naturalmente se
ensalzan sus virtudes, pero se señalan también sus posibles defectos. Garrigues
es un abogado metido en temas de economía; es, por lo tanto, un político que, personalmente,
no da al dinero más valor del que tiene;
y es un fervoroso de la belleza en
cualquiera de sus manifestaciones. De esto, de la belleza y el dolor, también habla este libro, pero sólo lo imprescindible.
Aprendí de los campesinos de mi pueblo, jornaleros o terratenientes, que los
señores no hablan de mujeres ni de
dinero. Lo primero es una grosería; lo
segundo debe permanecer en la poética
secreta y sentimental del ser humano.
“Un caballero no responde a ciertas
preguntas”, cuentan los autores de este libro, que dijo el padre de Antonio, el
gran patriarca, al ser requerido sobre su relación con Jackie. La primera vez
que me enamoré, como ya he contado en ocasiones, fue de Liz Taylor en el Seminario. En vista de que no podía competir con Richard Burton, me dediqué a la monja
capillera, una novicia no tan hermosa como Liz Taylor, que, para un seminarista
en tercero de Latín, tenía un divino pasar. Vean por qué caminos tan raros pueden encontrarse un campesino de Tierra de Campos y un magnate
de la diplomacia y de la Gran Manzana. Dios escribe recto con líneas torcidas.
Una poética sentimental.
De Antonio Garrigues Walker entiendo más
esa poética de la sentimentalidad dramatúrgica que su vertiente política. Lo
conocí en un Congreso de Teatro en Valladolid, que organizaba una Fundación
Cultural de cuyo nombre no logro acordarme. Garrigues Walker seguía perplejo, y
con cierto distanciamiento liberal, mi diatriba sobre el desdén de las
instituciones por el teatro en España. Al final, se limitó a decir: “con esa visión del teatro
no me explico por qué lo sigues dia a dia”. A lo cual respondí con una frase de Gramsci que me ha
sacado de muchos atolladeros: “frente al pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad”.
Entonces le trataba de usted porque a
mí, él y su hermano Joaquín lumbrera de
la UCD, me causaron siempre un respeto imponente. Hoy no es que le haya perdido el respeto, pero lo
trato de tú. Tenemos en común, creo, parecida pasión por la poesía y por el
teatro. Y por la belleza en cualquiera de sus manifestaciones. Puede que Garrigues ignore los juegos de cartas, el
naipe tabernario; pero en este libro aparecen a veces envites y estrategias de jugador de mus. O de
póker. Lo cual no autoriza a nadie a llamarlo tahúr del Misissipi, como llamaba
Alfonso Guerra a Adolfo Suárez.
Liberalismo, una ética.
Por razones obvias en esta biografía
autorizada se habla mucho de liberalismo. Para mí el liberalismo se concreta en
un ética de la tolerancia, cosa rara si tenemos en cuenta que ejerzo de crítico
de teatro con fama, infundada, de aristarco. Estoy convencido de que, como sistema político y
económico, el liberalismo es un caballo de carreras, un pura sangre, montado
por el capitalismo salvaje. Claro que las experiencias de marxismo como sistema
liberador de la humanidad quizá no me autoricen a teorizar sobre política. En
cualquier caso, debo afirmar que el
fracaso del llamado socialismo real y el estalinismo, como soporte de
convivencia, puede equipararse al fracaso del
liberalismo. Acaso ninguno de los dos, ni marxismo ni liberalismo, han
sido aplicados en su naturaleza y esencia; pero ahí está el mundo en que
vivimos. Esto es una cuestión que un dia, si dios no lo remedia, acabaremos
resolviendo Garrigues y yo.
Teatro y poesía.
El teatro y los versos de Antonio Garrigues lo acreditan como autor
prolífico, de hondo y sosegado latido y
con una poética escénica muy singularizada. Le falta en ambos casos un contraste
con el público lector y el habitual de
las salas de teatro. Sus célebres representaciones en Sotogrande serán anécdota
un dia, si es que no lo son ya. Analizar la obra de un dramaturgo no es
demasiado difícil. Hablar de una poética escénica es una categoría superior: de
poeta y de autor dramático. Cuando digo que le falta el contraste con el
público no es porque considere a éste, soberano e irrevocable. A fin de cuentas tengo al público por más alto de lo que lo tenía Lope. Pero es un punto de
referencia que nos confronta con nosotros mismos. Como un espejo. Esa es la cuestión.
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