Brosio, de la mina a la cárcel.
Me avergüenza tener una calle en
Palencia, un modesto paseo solitario, a orillas del Carrión, cuando Brosio, Ambrosio, minero de cárcel y
pintor, no tiene ninguna. No pienso
renunciar a ella, Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita; lavo mi mala
conciencia pensando que cerca de mi paseo, tiene calle Juan Antonio Bardem, que rodó en Palencia algunas escenas de Calle Mayor. Las aficiones culturales y
municipales de una ciudad levítica y hermosa como Palencia, son inestables.
Dependen del cierzo.
Ni siquiera dependen de Rafael del Valle, alma de la Fundación Caneja y del Teatro en
Palencia, ya jubilado; historiador que ha escrito un libro notable, Palencia, aprendiz de capital. Por lo
que deduzco, tras el último Festival de Septiembre, temo por el teatro en
Palencia. De momento ya ha desaparecido, o no se ha convocado, el Certamen de
textos, uno de los más antiguos y más prestigiosos de España.
Julián Alonso el
poeta más dinámico y vanguardista de Palencia, me da noticia de Brossio, el
minero de Barruelo de Santullán, el pintor minero sobre el que ha hablado en un
Congreso de Arte hace poco. Su
admiración por Ambrosio Ortega ha quedado patente en un ensayo en el que analiza
al minero pintor en su vertiente política, artística y humana. Excelente trabajo que restablece un poco la
justicia histórica que a Brosio se le ha dado con cicatería en Palencia.
A Brosio lo liberaron de la mina para
encerrarlo en la cárcel. Su hermano era
jefe de la guerrilla. Me lo descubrió hace muchos años Andrés Sorel con un librito
de ZYX. De Brosio hablaba con Alfonso,
el cerillero anarquista del café Gijón, que de niño era enlace de la guerrilla
palentina. A Alfonso le sonaba más Mariano
Ortega, jefe de maquis y hermano de Ambrosio, este de la estirpe de Juanin y Bedoya, los últimos guerrillero muertos a tiros en los Picos de
Europa en 1957. Hoy Brosio, ciego e
inválido, vive bajo el cuidado de su hija Rosana
en Herrera de Pisuerga, donde nació el León de Fuengirola, José Antonio Girón de Velasco.
Qué cosas tiene la vida.
Otoño Romano.
Me llega el libro de Javier Reverte, Otoño romano, que leo casi de un tirón. En sus libros de viajes,
Reverte tiene el don de enganchar desde el principio; y ya estás atrapado. No he leído ningún libro sobre Roma y los hay
a miles. Es un territorio virgen cuyas peculiaridades descubrí hace años de la
mano de Mauricio Scaparro. No fue
mala cosa tener al gran director de teatro como guía.
Pareciera que Javier Reverte, en este
libro, hubiera abandonado las grandes peripecias de los lugares más inhóspitos
y hostiles del mundo. Lo asociamos siempre con África, con el Amazonas, con el
Congo, Joseph Conrard y el
corazón de las tinieblas y otros lugares de grandeza y riesgo. Un otoño romano es más apacible, con
menos dinamismo de de explorador y aventurero; pero también contiene aventura,
la aventura de la historia y de la picaresca romana. Es una narración de abrumadora documentación sobre
el pasado histórico y artístico (Caravaggio
es el demonio de las divinidades de
Reverte) de esta asombrosa ciudad. Como fondo costumbrista, el marco de una
Roma berlusconiana, felliniana, llena turistas, de golfos y vividores.
Roma es, en sí, una aventura; por algo Rafael Alberti, la llamó Roma peligro para caminantes. El poeta
gaditano remansó en el Trastévere su exilio dorado de comunista diletante.
Algún dato, más o menos encriptado, de Otoño
Romano, confirma la sospecha de que Albertí, grandísimo poeta, era un
impertinente fatuo y engreido. Algunos
hemos llegado a pensar que la desdeñada (por Rafael) Teresa León era lo mejor de Alberti.
Apacible arranque del libro, lejos de
las turbulencias africanas o amazónicas, con riesgo de ser devorado por una
mala bestia o de ser ejecutado por tiro o por navaja: “Desde la ventana de mi
estudio, en las alturas del Gianicolo, arriba del Trastévere, miro hacia Roma
cuando la tarde desfallece”
Además de su pasión por Caravaggio,
Javier Reverte y la fascinación por Giusseppe
Gioachino Belli, un poeta erótico del IX verdaderamente fascinante y un poco
bestia, acaso por encima del Pietro Aretino,
del XVI, mi preferido. Quizá por no haber nacido en Roma, sino en Arezzo,
Reverte no cita al Aretino, aunque éste aduló, engañó y chuleó a los Papas y
conspiró desvergonzadamente contra todo lo conspirable. Y hasta llegó a
solicitar el capelo cardemalicio.
Concluido su viaje por Roma, cuando
acaso ya no le queda nada por contar, Reverte concluye: “Cómo me voy?. Afuera
no alumbra la luna llena y hay lluvia y frío invernales. Opto por la manera más
sencilla: salgo de mi habitación de la Academia, no miro hacia atrás y cierro
la puerta a mis espaldas. Me he puesto una camisa roja de cuadros para librarme
del luto”.
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