Julio Bravo, excelente periodista de teatro, a propósito de las erratas, me recuerda algo que decía Luis Apostua: las erratas tienen vida propia. Puede ser cierto, pero, a veces, aunque mejoren el original, inquietan. En mis libros y artículos anda suelta una legión de erratas, a su aire, que incluso se resisten a una revisión o una reedición. En Historias golfas del Café Gijón, el gran poeta Ángel García López me señala algunas; la más surrealista, para quienes estén en el ajo de la poesía española, esta perla: confundir al admirado amigo Javier Egea, suicida y comunista, con su tio, falangista y alcalde de Franco, Julio Alfredo Egea. En su tumba, los huesos del mejor poeta granadino de las últimas generaciones, se habrá partido de risa. Los huesos también rien, como dice Bergamín en, La risa en los huesos. Cuando hacía crítica taurina en El Mundo y dictaba al teléfono las crónicas desde el barullo de las plazas, las Secres del periódico mejoraban la crítica con algún desliz aparente. O hallaban un sentido a una palabra mía que no lo tenía. No sé que hubiera hecho sin su sagacidad. Gracias, chicas. Ahora que no dicto al teléfono, los artículos de teatro me salen peor.
El ágape de la añoranza.
Almuerzo en el Gijón con Pepe Lucas y María Lucas,
su hija; Maite Túrrez y Juanjo
Gaviría. La señorita Gaviría se queda al aperitivo y el primer plato.
Mujeres así, como la señorita Gaviria,siempre se están marchando, siempre las
espera alguien para desolación de quienes se quedan. Pepe Lucas, un pintor
volcánico y mediterráneo, es hermano de los tiempos de Oro y Aventura del
Café. Siempre magnifica todo lo que hago, me enaltece con generosidad sin
límites y llego a creerme un Hércules
del pensamiento y los trabajos, ignoro qué trabajos. Pepe Lucas alaba hazañas
menores que él considera épicas e irrepetibles; se ha convertido en un
propagandista de Historias golfas e
intelectuales del Café Gijón, libro del que es uno de los personajes máximos; y de Diálogo con el vestido de torear. Pero a mí Pepe Lucas no me
va a engañar: le importan menos mis
textos del Diálogo que la fotografías
de Maite Túrrez. Con este librito estoy condenado, no hay vuelta de hoja; la
señorita Gaviria, la modelo del vestido de Diego Urdiales, me hunde en la
miseria poética.
El Gijón quiere recuperar la bohemia cuando ya
no existe la bohemia. Al mediodía se llena con los ejecutivos y secretarias de
la burocracia oficinesca de los alrededores. Y con grupos de mujeres que juntan
las mesas y se ponen a celebrar algo con más pasado que presente; algunas
parecen gárgolas maléficas, dios me perdone. Algunas debieron de ser bellas. Jesús Nieto, umbraliano, sigue con sus
reuniones. Los viernes, tertulia de Contra aquello y esto con Ricardo Zamorano, el pintor, de presidente, viejos rokeros de la
política en tiempos de obscuridad y plomo. Y fantasmas, muchos fantasmas. Por
el Café sobrevuelan hologramas de viudas
inconsolables que acaso se sentaron a
esta mesa. Sólo Pepe Lucas y yo
presentimos sus espectros
asomados rebulléndose en los azogues de los espejos.
Los viejos no deben enamorarse
Os vellos non deben de namorarse es una obra de Alfonso R. Castelao, en la línea de
algún entremés clásico, poco piadoso con los viejos que ponen los ojos en mujer joven: el amor,
el ridículo e incluso la muerte de
formas poco gallardas. Nadie que haya sido un seductor debe manchar su
historial. En España hay ejemplos de mujeres que enmaridaron con célebres escritores que en ellas soñaron el renacer de una virilidad ya precaria y acabaron dando el
gatillazo; ellos y ellas. Pocas se
salvan de la quema, por ejemplo Pilar del Rio, viuda de Saramago: lealtad a un hombre, a una
idea y a un mito. Y Virxinia Pereira viuda
de Castelao, cuyas cartas manuscritas acaba de enviarme Sabela Hermida, actriz y biógrafa de Marías Casares; y flamenca de la Quimera, de Antorrín Heredia, el mejor martinete después del Agujetas, con perdón. Y el Pescao, la mejor
seguiriya, casi como Terremoto de Jerez el más grande.
Otras viudas inconsolables andan en
coplas como la Dolores: Marina Castaño, viuda de Camilo José Cela ha pasado, de salir en
coplas, a salir en los tribunales: malversación, estafa, fraude. Asunción Mateo, viuda de Rafael Alberti. A la vestal celiana la
llamábamos Intendencia de Marina por su meticulosidad recaudatoria; y la canéfora que llevaba a Alberti el mirto y el acanto acabó
destrozando la Fundación de su nombre después de haber alejado de sus mejores
amigos, al inaguantable Rafael. Isabel Caneja solía decir de él:
“mandamos al exilio un poeta guapo y rojo y nos han devuelto una insoportable
matrona romana”. Isabel también fue una viuda ejemplar donando a Palencia
bienes y los mejores cuadros de Caneja.
Blanca Andreu es
otra viuda ilustre. Se casó con Juan
Benet, un ingeniero hidráulico metido a novelista. Era el escritor más
detestado de Umbral, por razones estrictamente literarias, y acaso por ello la
borde de Blanca se casó con él. No sé si
Blanca Andreu, en su viudedad, sigue viviendo en un Chagal, De una niña de
provincias que se vino a vivir en un Chagal, Premio Adonais, y título de
claro tinte umbraliano. Respecto a las
viudas, Umbral tenía una frase
lapidaria: “la única viuda fiable es la propia”. Quizá por eso, María España es una viuda ejemplar y fiable, entregada
en cuerpo y alma al recuerdo y la obra de Paco desde la Fundación Umbral.
Otra que pudiera considerarse viuda-viuda administrativa- , es
Teresa Aranda, que casó con, Juanlu
Cebrián; no es este escritor grande,
aunque sí académico de la Española. Y periodista y empresario que nació
redactor jefe gracias a la camisa azul de su padre, el director de
Prensa del Movimiento en su máxima expresión franquista.
Teresa
Aranda era guapísima y listísima; una charnega, hija de charnegos que vino
a Madrid a comerse el mundo. Primero se comió la tele y luego se comió a Juan
Luis que era como comerse el universo entero. Con un desparpajo insuperable
amenizaba en mi casa las interminables partidas de mus del rojerío insurgente.
Ahora Juanlu y Teresa se han separado por lo civil y por lo militar: 30.000 del
ala, sin posibilidad de recurso, debe apoquinar Juanlu al mes: para él, calderilla.
Maravilloso artículo...que me hubiera gustado firmar por lo bien escrito que está y por las verdades que cuenta. Y por las que se calla.
ResponderEliminar