sábado, 6 de diciembre de 2014

RUEDO IBERICO; MADRID ES TODO TEATRO

Carne viva, de Denise Despeyroux.

Sugerente título de Denise Despeyroux: Carne Viva. Nos remite, con esa rara precisión de los títulos que enganchan, a un texto irrefutable. Parte de la culpa de este enganche la tiene una interpretación redonda en cualquiera de sus personajes: nueve en total. Y la acertada dirección en ese discurrir itinerante por los tres espacios de La pensión de las Pulgas. La itinerancia no rompe la simultaneidad de la función. Se empiece donde se empiece la visualización, queda claro que estamos ante tres ramas de un conflicto que se resuelven con exactitud: el despacho del comisario Torres (Bellusci) y sus tristes peripecias personales con la agente Mónaco (Torres); un salón de danza con un cadáver desaparecido, el de Bárbara, la profesora (Huichi Chiu) y por el que transitan, además, el inspector Bermúdez (Nigro), y Hugo (Suau) un hijo infeliz empeñado en demostrar que no es gay, sino índigo; y el doliente oficial Figueroa (Font García). Para completar el rompecabezas,   la sala-consulta de una hipnóloga (Rasero) que comparte con un extraño  ser, visible solo para ella, Mario Caballero (Vinuesa), el cual resolverá problemas tanto de índole argumental como de representación escénica.

Con un humor acerado, esta triple  peripecia  descubre la realidad de  una comisaría de policía, en la que se roba, se engaña y se mata. Hay peripecias y subperipecias, lo mismo que hay arriendos y subarriendos en este lugar  donde nadie paga, a semejanza de Aquí no paga nadie, Darío Fo, con cuya estética de la farsa y el vitriolo podrían establecerse fecundas conexiones. 

Lou Reed, el vértigo del amor maldito.

Sexo y violencia; y melancolía de una canción, un disco, Lou Reed, Berlín, el muro, la quiebra de la historia personal y colectiva. No es exagerado decir que Natahlie Poza y Pablo Derqui están por encima del bien y del mal, pues en este texto de Viloro, Cavestany y Miró está la presencia del mal. Y del bien. Prevalece el mal y el alcohol y la droga. : “el amor no muere de muerte natural; hay que esforzarse mucho”.  Y Caroline y Jim se esfuerzan en matarlo: “pégame, me da igual porque ya no te quiero”. Y leña al mono hasta que hable inglés. O alemán.

Carolina, una puta prodigiosa, ama a fondo perdido, hasta la extenuación. Bellísimas las escenas de desnudo y sexo, bellísima también su muerte hundiéndose entre la abertura de dos camas. Hay momentos afortunados, por ejemplo, la proyección en transparencia de un plano de fondo, lejos, Caroline al piano y en penumbra. No se puede ser sublime sin interrupción y la dirección de  Andrés Lima abusa de un cinematografismo vertiginoso lleno de estruendo, parecido al que padece  el texto: un magnífico guión cinematográfico.

El talento satírico de Enrique Pinti

Con Enrique Pinti, un mito del humor argentino más radical y corrosivo, se ha iniciado en el Canal el ciclo De buenos Aires a Madrid: lo mejor de la escena porteña. Hoy continúa con Susana Rinaldi, Rememorando a Cortázar, y proseguirá con Griselda Siciliani y Carlos Casella, Lo prohibido; concierto en llamas. Para finalizar con Elena Roger en concierto.  No sé si es lo mejor de la escena porteña, mas después de escuchar a Enrique Pinti durante ochenta minutos imparables, entrecortados por las carcajadas del personal, uno está en situación de modificar el principio bíblico; en el  principio no fue el verbo:  en el  principio fue un argentino. O sea Dios

Allí estaba ya, en los orígenes de todo los orígenes, un argentino. Y seguro que era Enrique Pinti; o en su defecto el inolvidado amigo, el poeta y titiritero Teuco Castilla o su hermano El Guaira, un genio del títere; o cualquiera de los que llegaron huyendo del videlazo cruento; el grandísimo pintor Ignacio Colombres, o Angel Leyva, el  poeta tucumano que, en contra de los que afirma Pinti, demuestra que en Argentina quedan indios sobrevivientes del exterminio perpetrado por  el criollismo. Y tampoco me extrañaría que ese principio de la divinidad fuese Medrano, siempre sin blanca, y que en el Gijón leía las cotizaciones de bolsa del Finantial Times. Medrano, a secas, no huía del videlazo sino de deudas, dinerarias o amorosas, de París.

Pinti es un satírico con la inevitable carga moralista que arrastra todo satírico. Confiesa que viene de la procacidad de la comedia de Plauto y Aristófanes   y de  la desvergüenza, de don Francisco de Quevedo, a cuyo soneto Al ojo del culo (“la voz del culo que llamamos pedo”) rinde largo y apasionado homenaje. Pinti es implacable con la historia de Argentina. Y respecto al perfil de la argentinidad, parte de la ya clásica definición, atribuida creo a Borges: “argentino es un italiano que habla en español, piensa en francés y  quisiera ser inglés”. Y una pizca  del pesimismo judío, pese a que diera acogida a los carniceros del III Reich. Un judío según Pinti: “tengo sed, tengo sed”. Le da un vaso de agua y el judío: “que sed tenía, que sed tenía”.

Es menos implacable  con la historia de España, cortesía quizá de huésped de los teatros del Canal. Aunque algún refilonazo deslice sobre Rodrigo Rato,  el pequeño Nicolás y la corrupción como norma de gobierno, que no le sorprende porque en Argentina ya están acostumbrados.

 Moralizante y didáctico en ocasiones, no empaña el  sentido crítico de su monólogo: un panfleto contra el todo, que hubiera dicho Manuel Vázquez Montalbán.  En cualquier caso, sirva este comentario de urgencia como salutación a Enrique Pinti y como recuerdo a los prófugos de Videla que siempre nos dieron más de lo que pudimos darles: a los ya citados y a tantos otros quiero añadir al gran muralista y montonero, el genial Carpani.

No hay comentarios:

Publicar un comentario