Aghata Christie, PedroJota y yo.
Por Javier Villán
Le debo mucha a doña Agatha,
la gran dama del crimen, la gran señora del suspense creadora del detective don
Hércules Poirot y las pequeñas
células grises de su prodigioso cerebro, Un dia el Jota me vio en la redacción
de El Mundo leyendo Diez negritos, novela en la que aparece Poirot, sino un enigmático e invisible Mr Owen, dueño
de una isla a la que invita a diez personas de distinta índole, con un turbio
pasado que solo cada uno conoce. Supongo
que el Jota la conocía pues me dijo que escribiera un reportaje adaptando personajes y
circunstancias a la actual política española. Yo no era de su equipo, pero
PedroJ siempre me encargaba cosas que me ponían en el disparadero. Un desafío.
En las reuniones de redacción se proponía un tema, y se discutía quién podría hacerlo. Jota no imponía nada, pero cuando lo tenía
decidido por razones que sólo él conocía, sentenciaba ¨´yo me sentiría tranquilo si eso lo hiciera fulano
de tal. Ese fulano de tal a veces era Javier Villán¨´. Luego venían Manuel
Hidalgo, director adjunto, o Juan Carlos Laviana y Fernando Baeta,
de los que aprendí más periodismo en unos meses que en los años de la Escuela
Oficial, en la que solo logré el título¨,
carné 5903, tras ocho convocatorias. Juan
Aparicio, vieja guardia del falangismo rampante, me suspendía
sistemáticamente en redacción.
La clave de Diez negritos podía
estar, se me ocurrió pensar, en que el malo, malísimo y perverso de la trama, fuese
identificado sin lugar a dudas y al momento con Felipe González. El trabajo mereció, creo recordar, una
llamada muy discreta en primera página,
pero al fin y al cabo una llamada, y el gallinero político, unos para alabarlo
otros para denostarlo, se alborotó. Pudiera poner otros ejemplos como el Calígula,
de Albert Camús, interpretado por un colosal Luis Merlo y
dirigido por José Tamayo en estado de gracia, pero aficionado a meter morcillas
políticas de su cosecha. Se las cacé todas y en vez de enfadarse me mandó un
monumental ramo de flores que repartí
entre las chicas de la redacción y secretaría, éstas mis queridísimas Mari
Carmen García, la jefa, Teresa, Marga, Elena, Amelia, Carmen, Pilar y
Raquel que se cogía unos rebotes tremendos cada vez que ponía a parir al
Juli, que era casi siempre, al que ella adoraba con afecto maternal. Debe
de haber alguna más cuyo nombre no logro
recordar porque sólo hacía sustituciones de domingo, pero igual de eficaz. Las secres
desarrollaron conmigo una paciencia y comprensión sin límites. Me costó mucho
entrar en la ¨ alta tecnología¨ del correo electrónico y les dictaba los artículos
por teléfono. Luego, me los releían y corregíamos sobre la marcha, ¨´Javier,
que esa palabra la has puesto hace dos líneas, busca un sinónimo, Javier
que hay una falta gramatical de concordancia, Javier…. hoy estás sembrao,
da gusto escucharte…..¨´ ¡Oh tempora, oh mores!¨¨
Cuando un jurado de ilustres, presidido por Andrés Amorós, me otorgó
el Premio Gregorio Corrochano a las ¨´mejores crónicas de San Isidro¨´,
escribí que ese premio era tanto de las secres como mío. Pero la
preciosa pluma Parker que me dieron y todavía uso para escribir poesía, y
un diploma, creo recordar, fueron
sólo para mí.
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