miércoles, 12 de enero de 2022

 

IGNACIO ELLACURÍA. Vida y muerte del jesuita de la Teología de la Liberación. por JVillan Ver también en diario @Emilio Martínez @EmarEspada

Ignacio Ellacuría fue asesinado por los Escuadrones de la Muerte, El Salvador, fuerzas paramilitares de represión, de un gobierno corrupto y asesino manejado por la Cía.  Acaba de reabrirse el caso para fijar en lo posible  responsabilidades  de políticos, militares y sicarios en su muerte. Ellacuría era un jesuita vasco, discípulo de Xabier Zubiri me parece recordar, máximo representante de la Teología de la Liberación, seguidor del poeta y sacerdote Ernesto Cardenal que se ganó publica y fraternal  reprimenda del Papa Juan XXIII, por su activismo político en defensa de los pobres. Cuando Ellacuría venía a Madrid le gustaba citarme en el Café Gijón, pues según consideraba, allí no parecía probable que los orejas, como los llamaba él, pudieran expiarlo.  Su piso de la calle Ponferrada, cerca de las Ventas debía estar más agujereado que un queso de Grouyere. Una tarde casi lo arrastro a la corrida. Pero, a última hora, su  moral venció a la curiosidad.

En uno de sus viajes a Madrid le hice una entrevista para la revista Argumentos, que dirigía Rodrigo Vázquez Prada que, según la derechona, estaba a sueldo del  Oro de Moscú. Quiso conocer la revista, eso sí, y yo le llevé un ejemplar donde había publicado un gran reportaje, grande por la extensión, sobre Sahara y el Frente Polisario. Y la aventura de cruzar las líneas marroquíes guiados por la bellísima guerrillera, Keltun,  que luego, años más tarde,  se pasaría a Marruecos, dicen que por amor. Javier Reverte, in memorian, se encontró en Barcelona con Emboiric, abandonada ya la militancia polisaria de este, o al menos muy atenuada, y se lo contó.

Aprendí a manejar el Kalasnikov, el mítico fusil, con escasa puntería. Por casualidad, le acerté a un zorro que, dada el hambre de dos días que arrastrábamos y bien guisado por los guerrilleros, nos supo a gloria. Todo eso y alguna cosa más contaba yo en el reportaje. En la entrevista no fue necesario provocarle ni preguntarle. Desde el primer momento Ellacuría se sintió a gusto sin cortapisas ni inhibiciones. Le pregunté si quería revisarla antes de su publicación y dar el visto bueno. A lo primero respondió que no era necesario y que el visto bueno lo diera por descontado. En el siguiente viaje a España me contó que, al llegar a su despacho de la Universidad, la UCA,  se había encontrado en su despacho, un ejemplar de  Argumentos, con algunas preguntas y respuestas subrayadas y anotadas, amenaza premonitoria de lo que vendría luego, su asesinato y el de varios compañeros jesuitas más. Antes había ocurrido el asesinato del obispo Oscar Romero mientras celebraba la Santa Misa. Sus asesinos me parece recordar encontraron cálido y subvencionado refugio en los Estados Unidos.

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