Responso por Jaime Ostos.
Ha muerto un torero, Jaime
Ostos. Ha muerto un seductor, un don
Juan, al que algunas de las mujeres seducidas calificaron de maltratador y
machista. Sorprende que las redes y el feminismo rampante, lo ataquen como
¨´torturador de toros¨´ y no como ¨´maltratador¨, violencia de genero si fue
así. Ha muerto a los noventa años de
edad, en Colombia y de un infarto. Fue un torero poderoso que les podía a todos
los toros cualquiera que fuese su condición mansa, brava o mediopensionista. Pese a ese poder,
estuvo clínicamente muerto, por cornada, en dos o tres ocasiones. Nada nuevo,
todo torero sabe que la posibilidad de la cornada e incluso la muerte en la plaza,
va incluida en el contrato. Nada heroico ni irracional. Un torero tiene los suficientes recursos técnicos
y profesionales para esquivar la muerte, aunque no siempre lo consiga. Como un
corredor de coches para conducir a trescientos kilómetros por hora en Fórmula
Uno. O un alpinista para escalar el Everest o el Curavacas, la
más peligrosa montaña palentina de Los
Picos de Europa.
En Tarazona, una plaza de
pueblo, de segunda o de tercera sin la imponente escenografía de La Maestranza
o Las Ventas, el médico llegó a firmar el
parte de defunción y el cura le administró los santos óleos, salvoconducto para
la eternidad. Una característica de los toreros grandes, entregarse igual en
las plazas monumentales que en las pequeñas. La muerte de Jaime Ostos, al
menos en las redes, ha llenado de júbilo a los piadosos antitaurinos. ¡Júbilo
por la muerte de un ser humano!. Vaya por delante mi respeto por los
antitaurinos, su empatía con el toro e incluso su miedo por la suerte del
torero en la plaza. Pero no mi respeto por el ser humano que se alegra de la
muerte de otro ser humano. Con la indiferencia, debiera bastar.
Una tarde en el hotel Wellington
del ganadero Baltasar Ibán, el hotel de los toreros, yo que por
entonces no distinguía una banderilla de un estoque, ni el capote de la muleta,
cosa que no sé si he llegado a conseguir, recibí mi primera lección de toreo y
vocabulario taurino por parte de Ostos. Luego, me invitó a los toros.
Tenía dos barreras y Lita Trujillo, su compañera por entonces, ex
exposa del hijo del dictador Leónidas Trujillo, me parece recordar, no iba
a acompañarle. Nos conocíamos ya de alguna noche en casa de Paco Umbral y
María España, pero por respeto a Umbral que detestaba la tauromaquia,
nunca hablábamos de toros.
Ostos me contó que venía de no sé
dónde de matar una tia, con unas perchas que daban miedo una auténtica tia a la
que había cortado las orejas. Me quedé perplejo hasta que me explicó y
comprendí que una tia era una corrida muy seria, de cinco años, gran trapío y
una cornamenta, las perchas, pavorosa por lo grande y afilada. ¨´El toro me
cazó al entrar a matar, no recuerdo cómo fue ni el error que cometí. Sólo sé
que tenía las orejas en la mano y un torero no puede renunciar a ellas. Entré a
morir. Pero tuve suerte y no me pasó nada visible a primera vista, una cornada
envainada¨. Me explicó que una cornada envainada es muy peligrosa, que no
produce sangre y tarda en manifestarse. ¨´Es
como cuando un amigo te pone los cuernos con tu mujer y eres el último en
enterarte¨¨ No creo que a Ostos le pusieran cuernos las mujeres que lo amaban y
a las que dicen maltrataba; en cualquier caso en su derecho estaban. El amado
Jaime era un machista arrogante por
naturaleza y esencia. Con la doctora Ángeles
Grajal, neumóloga, se casó en 1987 cumpliendo todas las formalidades. Ella lo
acompañó en los momentos difíciles y cuentan que fue siempre el gran amor de su
vida. Ha muerto un torero, un don Juan, un depredador. No digo descanse
en paz porque creo que a ciertas personas, en la vida y en la muerte, el
descanso les está vedado. Les gusta estar siempre en el ojo del huracán
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