Veo la pintura de Pepe Hernández entre sueños de resurrección y pesadillas de muerte. Veo al Bosco; veo a Valdés Leal, veo a Goya; veo a Arcimboldo y su fauna y su flora. Veo el manierismo y el humanismo renacentista. Y veo al grandísimo dibujante, sin lo cual no hay pintor que valga. Y veo el animalismo vegetal y el vegetalismo humanista. Y los espacios infinitos y la perspectiva y el intimismo también infinitos. Y el color crudo y la artificiosida del color. Y veo, casi siempre, a Sharon, la americana burbujeante, enamorada y mediterránea, la brisa y la tentación del paraiso original, la savia nutricia de un misterio, de dos misterios que se encontraron, quiza, en la solemidad de una verónica de Curro Romero y se fundieron en una eternidad descifrable.
Veo las calaveras de un bodegón y veo la platería y la cristalería de otro bodegón; y la liturgia y el realismo mágico. Veo los silencios de La Maestranza y la furia de las Ventas, el toro totem y el aficionado perplejo y existencial y la música callada del toreo. Veo el canto gregoriano y el pasadoble torero: Nerva y el Dies Irae. Quizá mi amigo Marcos Ricardo Barnatán, el excelente crítico de arte, el poeta, vea más o vea menos, no sé, da igual. Veo a un grandísimo pintor con la apasionada sensualidad del Renacimiento, la aventura del romanticismo y la curiosidad de la modernidad más auténtica. Veo al hombre atormentado y veo a Dios más atormentado aún.
Y veo, no podía ser de otra forma, al escenógrafo cerca de Ghelderode y de Francisco Nieva, de Cervantes, de Saramago...El escenógrafo siempre al lado de los directores grandes: Narros, González Vergel, Joaquín Vida, José Luis Gómez, Chavarri, Pérez de la Fuente..... Y veo, sobre todo, la gran plaza de España, la plaza de toros de Pelo de Tormenta, la obra maldita de Francisco Nieva, con la que Juan Carlos Pérez de la Fuente se estrenó al frente del CDN y el Maria Guerrero.
Y veo a un pintor, a un hombre, a un artisata de los que nunca debieran morirse.
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