jueves, 28 de noviembre de 2013

FLORES DE PONCE EN LAS CENIZAS DE UNA AFICIONADA

Al fin Gabi en el eterno descanso; literal y sin metafísicas. Bernardino, el jardinero ha cavado un hueco junto a las cenizas de Chomi: un hombre y una mujer juntos para siempre. Los nietos, David y Diana  mezclan las cenizas. Para enterrar a los muertos, escribió León Felipe, cualquier persona vale menos un sepulturero. Las hijas Ana y Yolanda y alguna  amiga colateral y fidelísima:  Patricia, Concha: los cabales. Gabi era buena aficionada a los toros; de Benavente (Zamora). De recia casta zamorana: por lo elegante y por lo fino, eso sí. Las cenizas de Gabi descansan  bajo un lauro en Colmenar Viejo, como las de Orson Wells reposan en Valcargados bajo un olivo que eligió, creo, Antonio Ordóñez. No hemos podido traer  albero de La Maestranza de Sevilla o de Ronda, como en Valcargado,  para mezclarlo con ellas. A cambio, la acompañan flores de Enrique Ponce  que dan a la íntima ceremonia cierto aire torero. Ya estoy fuera, pero de seguir en esto,  me costaría hacerle una mala crítica. Aunque muchos no lo crean, los críticos también tenemos corazón. Gabi era poncista; se lo dije un dia a Erique Ponce y a Paloma Cuevas  en una cena del Valle Inclán de teatro. Y  la reacción fue fulminante: "pues tu suegra debe ser una mujer de sensible inteligencia". Lo era. Me había expropiado un óleo de Perellón para su cuarto de estar: "el mejor natural que has dado nunca", le dije a Ponce. El argumento de Gabi era firme: "de momento para mí, cuando me muera se lo regalas a Ponce si quieres". También se lo dije y ahora, claro, lo refrendo:  el cuadro es suyo.

Flores de Enrique y Paloma Cuevas    para las cenizas de una aficionada.  Gabi me creó más problemas por algunas críticas, que el propio Ponce que, dicho sea de paso, nunca me creó ninguno. Y no puede decirse que yo haya sido misericordioso con el torero de Chivas; salvo en las tardes cumbres, lo cual ya no es miseriordia, sino justicia. Una tarde que escribí Ponce pone la muleta donde debía ponerse él,  Gabi por poco me mata; por lo fino y por lo elegante, eso sí;  sin rebrincarse ni pegar  tornillazos. Paró a tiempo pensando que no merecía la pena dejar viuda a una hija y tiró de mano izquierda. En su estilo de vida, y creo también que en su apreciación de Ponce, era una síntesis de la pinturería sevillana de Pepe Luis y la sequedad lidiadora de Andrés Vázquez su paisano.  Y se puso a hablarme de los terrenos y la colocación ante la cara del toro, teoría recurrente en mis escritos.  No varió el sentido de mis crónicas porque en esta familia, pese a discrepancias coyunturales, la independencia laboral ha sido respetada siempre como sagrada.
La teoría de la colocación tuve oportunidad  de escuchársela in person y en una faena de salón, al propio Ponce una noche en Burgos. Gonzalo Santonja nos había invitado a ambos a un mano a mano en un teatro ante 500 espectadores. Tras las ovaciones al torero de Chiva, me convencí: "estoy en desventaja, jamás podré torear como habla este hombre". El mano a mano continuó en la cena y, a los postres, Ponce se puso a pegar pases con todo el restaurante aplaudiendo los muletazos. Y explicando la colocación ante el toro. Sólo pude decir:  "eso dentro de quince dias en Bilbao en las CC GG y delante de un victorino". En vano: Ponce ya tenía las orejas  en la mano: en el escenario y en el restaurante.

Diana y David aplanan y apisonan la tierra: un pequeño mármol rosa, traslúcido  y mexicano, con una escena azteca, a guisa de  lápida. Y un jarrón de barro donde nunca faltarán flores. !Va por tí!. Una  una suegra así, ayuda, o por lo menos no dificulta  43 años de convivencia con una hija también de mucha casta.

1 comentario:

  1. Querido amigo. A la vista de los elogios, supongo que merecidos, a Enrique Ponce, debo suponer que no hay maldad ni segundas intenciones al poner "el torero de Chivas", apelativo mucho más adecuado para alguno de tus toreros preferidos de Madrid.

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