Una de las cosas más patéticas de la democracia española, corrupción como forma de gobierno aparte, es la pobreza de su pensamiento político; lo más brillante que ha generado sigue basculando entre franquismo y antifranquismo como filosofía política de modernidad. Recordando las lágrimas de plañidera de Arias Navarro y su desgarrador lamento televiso, "españoles....Franco ha muerto", traigo hoy a colación un libro de Manuel Cerdán, Matar a Carrero Blanco: la conspiración. Y lo traigo,evocando a Arias Navarro, el represor por antonomasia, Carnicerito de Málaga como lo llamó Francisco Cerecedo en memorable serie de retratos taurinos. El nombramiento de Arias Navarro como presidente del Gobierno fue consecuencia directa de la voladura del Almirante por ETA. La historia tiene estos raros jeribeques; Eta, que aspiraba a dinamitar el franquismo, propició un franquismo todavía más duro que el de Carrero: el franquismo duro de la camarilla del Pardo y de la Falange más hostil al tandem Carrero-Lopez Rodó.
El libro de Manuel Cerdán no resuelve todas las incógnitas del magnicidio ni el asombroso cruce de intereses que se dieron cita en la voladura de la calle Claudio Coello a 200 o 300 metros de la Embajada Americana de Serrano; pero aporta una rigurosa investigación que aclara muchos puntos oscuros: todos querían muerto a Carrero Blanco y no sólo los enemigos del Régimen. Pedro Beltrán, poeta satírico y oral de aquellos momentos, hizo, todavía vivo el Almirante, un Soneto a las cejas de Carrero Blanco, basado en una proclama estremecedora del más leal servidor de Franco y sus esencias: "antes que nos invada el marxismo sin Dios/ que nos destruya el átomo en bíblica explosión". Y seguía el gran Perico Beltrán, "eso dijiste; y al momento, entraste en oración". Este era Carrero Blanco, asesinado al salir de misa, confesado y comulgado. Y, sin embargo, como afirma Cerdán, "todos querían matar a Carrero".
Por los dos libros de Eva Forest, Operación Ogro, el primero firmado por Julen Agirre, y la reedición de Hiru con su propio nombre, conocíamos las andanzas de los gudaris por Madrid; y la atribución a Eta, irrefutale según la propia banda, del magnicidio. Por aficiones políticas y por afición también a las novelas de espionaje, era sabida también la implicación de la CIA y los servicos secretos españoles en el suceso. Resulta muy difícil de explicar cómo puede horadarse un túnel en la calle Claudio Coello, aledaña a Serrano sin que la Cia detecte nada. Kissinger, huésped de Madrid hasta el dia anterior a la voladura, cuenta Cerdán que borró un párrafo del informe de su gente que negaba cualquier conexión entre su estancia en Madrid y los preparativos del magnicidio. Obvio. ¿Para qué dar explicaciones qe nadie había pedido? Lo que resulta más insolito todavia, es que, durante meses, el Alto Estado Mayor de Eta deambule por Madrid, sin que nadie les moleste, como si anduvieran de chiquitos por el casco viejo de Donosti. Y que, como apoyo logístico, se pusieran en manos de Eva Forest superfichada y seguida, se supone, dia y noche, por la policía. El protagonismo que, apuntalándolo en datos, atribuye Cerdán a Eva Forest, quizá sea excesivo. Donde más incide y quizá más elementos desconocidos proporciona Cerdán es en la conspiración interna, en los odios africanos que Carrero suscitaba dentro del franquismo y de la Falange, enemiga mortal del Opus al que se había entregado Carrero Blanco.
En esa sentencia lapidaria de Manuel Cerdán "todos querían matar a Carrero" se incluye: la extrema izquierda y la izquierda en general por considerarlo garante de la continuidad del franquismo; EE UU porque esa continuidad se oponía a los intereses del Imperio y su tutela del posfranquismo; los conspiradores del Pardo que detestaban a Juan Carlos y querían coronar Reina a la nieta de Franco; la Falange, la derecha más extremosa y hasta los serenos y los porteros del barrio de Salamanca. El libro de Manuel Cerdán se lee como una novela policiaca y es el resultado de una tarea de investigación ciclópea. Algunos reparos formales podrían oponérsele; las connversaciones entre los protagonistas se resienten de cierto academicismo lingüístico y parece que por su boca hablara el autor en vez de ellos mismos. Es un reparo periodístico y literario, no político. Cosa leve. Quien habla por su boca, y Cerdán transcribe textualmente, es Franco poco después de la voladura y muerte de su fiel Almirante: "no hay mal que por bien no venga". Triste destino histórico del Ogro. Así le pagaban los servicios prestados.
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