Todos con Julia Gutiérrez Caba.
Supongo que Julia Gutiérrez Caba, la gran matriarca dulce y persuasiva de una
dinastía gloriosa, habrá sobrevivido a la tempestad de elogios sin freno ni
pudor que ayer le dedicaron amigos y entusiastas en el Festival de Almagro. Murió
Irene Gutiérrez Caba, la mayor, el
estandarte de una estirpe; quedan Julia, su hermano Emilio y su sobrina Irene
Escolar. De esta muchacha veremos
prodigios; de Emilio ya los hemos visto. Temple de actriz grande de esta mujer
de negro en el escenario, mientras, como una catarata destructora, se precipitaban sobre ella los piropos de
políticos y compañeros. ¡Loor a Julia! por lo que nos ha dado en teatro,
televisión y cine. Y por lo que,
selectivamente, seguirá dándonos.
Esa selectividad áurea es privilegio
de los elegidos. Hoy, Teresa de Jesús de la mano de otro elegido, José Luis Gómez. La lluvia impidió que
el premio se entregase en La Corrala, el escenario más deseado por Julia
Gutiérrez Caba. El acto y protocolo se desplazó al Teatro Municipal, una joya
del XIX: una auténtica bombonera. Pero a Julia Gutiérrez Caba aún le
quedaron fuerzas, entre tantas emociones, de dedicar una elegante reprimenda a
los políticos: cuiden, respeten el teatro; los cómicos siempre fuimos maltratados,
pero ahora más, estoy contenta con este premio y lo estaría más si el teatro no
fuese una recurrencia esporádica de imagen electoral. Cosas así; a lo peor escuché
todo lo que yo quería escuchar. Asumo todo esto y vuelvo a pedir, cosa que, por
elegancia de espíritu, no hizo Julia Gutiérrez Caba: quiten el asesino y caníbal
21% de Iva.
La tribu periodística.
Dia de reencuentros y celebraciones
de la tribu periodística. Vuelven recuerdos y aventura: Mérida, Almagro, tantos
sitios, tantos estrenos. Sobremesa especialmente intensa, encuentro fugaz y fecundo con José Luis Gómez. Teme a la muerte y le
pide que, como dice José Luis Sampedro
en su póstumo libro, que al menos le deje pensar. Blanca Berasátegui también la teme. Esther Alvarado no lo sé, pues se fue antes y me privó de seguir
admirando la kufiya que lucía al cuello. La causa palestina fue el compromiso de mi generación, cuando repetíamos
el verso de Salim Yubran, recordando el exterminio y el Holocausto: “hay almas
de los muertos en los presidios nazis; si supierais vosotros, si supierais”.
Por eso me conmueve el pañuelo palestino.
La muerte. Yo, ex seminarista descreído y volteriano, no
le tengo miedo a la parca, mas preocupa
a mucho. Nacho García Garzón pone el
humor, “la muerte te deja frio”. A mi me asusta el dolor, la incapacidad para
valerte por tú mismo, más que la muerte. Y más que el miedo a la incapacidad y
el dolor, el miedo al dolor: el miedo a tener miedo del dolor. Nunca en los
clásicos, creo, y ya que estamos en Almagro, la muerte ocurre en escena. Hay un
mito de la muerte, una realidad escénica usurpada. Algo de esto saldrá a
relucir estos días en las conversiones entre críticos y creadores; el dolor, la muerte y el miedo a tener miedo del
dolor.
Como final del dia, con un frio invernal
y húmedo en el Hospital de San Juan, Donde
hay agravios no hay celos. Helena Pimenta en plenitud. Y un Rojas Zorrrila,
calderoniano, más avanzado que el resto del Siglo de Oro, Cervantes aparte; más torpe de verso que Lope o el propio Calderón;
pero más suelto de pensamiento, más “feminista”, más “liprepensador”. Y eminentemente
sensorial: erotismo como forma de libertad; el sexo como complicidad y no como dominio o sumisión. Y un esbozo
rudimentario de una primaria lucha de clases. Por culpa de montajes así, terminaré
gustando de los clásicos del Siglo de Oro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario