Ante la cantidad de tuits y correos que me acusan de poner a parir a Navalón, opto por ampliar este spot de Ruedo Ibérico con una nota aclaratoria válida como respuesta global: NO PONGO A PARIR A NAVALON. Lo admiré un tiempo como crítico en su primera etapa, sigo leyéndole y admirándole como gran prosista. Y, escrito está, me declaró su "sucesor". Honor que decliné, pues creo que en estas cosas no hay herederos ni sucesores ni falta que hace. "Ca uno es ca uno" Cuento simplemente la versión de MANZANARES de una aversión irreconciliable tras una gran amistad. Yo no escribía de toros por entonces. Por cierto, la versión de Navalón, atenuada claro, no difería demasiado de la del "fino torero alicantino", como dió en llamarlo ALFONSO. Aprendí mucho de Alfonso y releo sus libros. No por aprender estilo, que eso me lo ha enseñado los clásicos del Siglo de Oro, que me sé de memoria, y los mejores cronistas taurinos del XIX y primera mitad del XX. Lo leí y leo como visión global de su forma de enfocar sus mejores tiempos de crítico. No le PONGO A PARIR; CUENTO UNA HISTORIA, que es el deber de todo periodista. !va por ustedes!
Recuerdo de urgencia para un torero.
Ha aparecido muerto en soledad, en su finca. En realidad la muerte siempre es una aventura solitaria; aunque el difunto esté rodeado de mucha gente. Manzanares fue torero de toreros, el preferido,
el de más elegante torería; y la bestia negra del tendido 7. Y para muchos que
lo acusaron de ser tan elegante como tramposo delante del toro. Lamento su
muerte porque lo conocí personalmente, a través de Pepe Diaz y fue una de las noches más divertidas de mi vida que
terminó en Bocaccio de madrugada. Lo siento también por mi amigo Caco Senante, idólatra de Manzanares,
aunque le queda la idolatría de Manzanares hijo. De estar vivo Pablo Pombo estaría llorando. Y hasta mí llega el torrente de lágrimas inconsolables de Txetxu Mazuelas. Pombo pintó un magnífico Cristo, primero titulado El Cristo de Manzanares. Más tarde Manzanares pegó un petardo en
Las Ventas, uno más; Pombo se cabreó y cambió el título por El Cristo de los toreros. Ese espléndido cuadro, maravilloso, me lo
regaló a mí y a Ana. A él y a Pombo, les tengo dedicado, y
publicado, unos de mis mejores poemas. sobre la soledad del Cristo. La noche aquella que empezó en Gades, creo recordar, y
concluyó en Bocaccio, Manzanares estuvo sembrado.
Navalón ya había empezado su campaña contra
el torero del que había sido uña y carne y padrino, me parece, de alguno de sus
hijos. Yo no escribía de toros, pero Pepe
Diaz se empeñó en que le hiciese una entrevista que se publicó en la Cadena de
Medios de Comunicación del Estado. Manzanares no dejó títere con cabeza, pero
sin dramatismos. Me dió nombres de famosísimos críticos trincones, que por
supuesto no mencioné. Y me explicó las razones de la insólita y furibunda inquina
de Navalón, que había sido más que un hermano para él. Según Manzanares, la culpa la tuvo un Mercedes
del que Navalón se había encaprichado y que el torero se negó a regalarle.
Navalón llegó
a publicar en Pueblo una foto del
Manzana, vestido de mujer en una juerga en un país Sudamericano. Acusar de
travesti al mayor follador de los toreros, deseado por las mujeres más hermosas
de España e Hispanoamérica, se tomó a chufla y Navalón y Pueblo hicieron el
ridículo. De resultas de aquella noche salió una entrevista que levantó
ampollas: “A mí no me inventó un crítico y tampoco me va a destruir un
crítico”.
A Manzanares la entrevista le gustó mucho y con su habitual
ironía, al menos aquella noche de Bocaccio, le comentó a Pepe Diaz: “Es la
entrevista mejor que han hecho y la más barata; dos páginas en 20 periódicos,
por unos güisquis en Bocaccio”. No entendí lo de barato y me pareció normal que
si él era un torero y yo un plumilla, o sea un muerto de hambre, pagase él los güisquis; Pepe Diaz me
lo explicó con más detalle. No volví a verlo, pero al poco tiempo le mandó dos barreras a Pepe
para que fuéramos a verlo a las Ventas. Yo
no empecé a escribir de toros hasta años después.
Nunca fui manzanarista, pero entiendo
la veneración que le tienen los toreros. En definitiva, con su elegancia
legitimó algunos vicios de estilo de los que otros hacen chapuza insoportable. Y
eso siempre es de agradecer. Esta noche, ante El cristo de los toreros, del gran Pablo Pombo, lugar
preferente en el salón de mi casa, le restituyo no sin pesar, su nombre
primero: El Cristo de Manzanares.
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