Al ponerme ante el ordenador
visualizo numerosos mensajes amigos desde la plaza de Zaragoza, para vernos “aunque
sólo sea para tomar un vino”. Inútil
pretensión; mi teléfono y yo somos rudimentarios. El teléfono sólo me sirve
para recibir y hacer llamadas. Encuentros fugaces camino de los tendidos o ya
en franca retirada, de viejos amigos de otros años. Algún riojano apresurado que
llegaba tarde y apenas pudo felicitarme por la exposición Diálogo con el vestido de torear. Al relance, derivo los elogios a Maite Túrrez y a la modelo señorita Gaviria, auténticas artífices del milagro
fotográfico del vestido Rioja y Oro con que Urdiales cortó su primera oreja en las Ventas. Toda la Rioja detrás
de Diego. O sea que quien pretendió
comunicarse conmigo por tuiter, quedó chafado. Igual que yo.
Se le aplica a Ponce el calificativo de maestro y es verdad; ayer exprimió el poco jugo de sus toros, los dos
sobreros: un juampedro bis y un
torrealta. Su alabada técnica sacó agua de donde no la había. La oreja, exclusivamente marca Ponce. Ocurre
que el magisterio, para manifestarse en plenitud, necesita toro con temperamento. Y ayer en el
Pilar los juampedros eran toros aproximadamente: por morfología y trapío, en
líneas generales. Correctos de cara, agresivo alguno, pero incorrectos de casta, salvo la lotería del tercero que le tocó a Talavante. En realidad, Juan
Pedro Domecq, el ganadero filósofo, ha sido una peste para la Fiesta y para el toro de lidia. La ingeniería genética ha trastocado todos los
valores llevando al callejón sin salida del monoencaste. Aunque estoy lejos de esto, deseo que el hijo mejore la herencia. Y la
filosofía.
Arriesgando la seguridad de mis
piernas que, dicho sea de paso, están mejor que las patas de los juampedros, viaje relámpago puerta a puerta:
de Madrid al coso de Pignatelli ida y
vuelta. Problemas al regreso por la lluvia, balsas de agua. La conductora es segura y el coche
potente. Vale. Recuerdos de horas inolvidables con Curro Fetén, la lengua, no la pluma, más bífida de los escribidores; vilipendios, amenidad
y vino nunca faltaban. Sobremesas memorables
por las noches, con la alegría de saber finiquitada la temporada, aunque
él rematara en Jaén para volver cargado de aceite. ¡Va por ti, buen amigo! Te
llevaste los secretos de un libro que planeábamos escribir en collera.
Simón Casas
acertó en el cartel y desacertó en los toros. El primero no debió ser devuelto;
sencillamente no debió salir al ruedo. Eso se ve en los corrales y en un reconocimiento
severo. No me apercibí de la oportunidad o inoportunidad del quite de Ponce, que me señalaron, con el toro ya rechazado. ¿Gesto de
inconformismo con la devolución? ¿Gesto de autoridad o desacato? En
realidad las cuestiones estaban en otra
parte; en Urdiales por ver si
repetía lo de Madrid, y en Talavante por ver cómo culminaba una
temporada importante y a la contra de buena parte del sistema. Lo de Ponce, tras
el horrible cornalón de Fallas, está claro;
en la Argentinita, interpretando
a Joselito el Gallo, cantaba una
ranchera intencionada; “sigo siendo el rey”.
Lo de Urdiales ya no tiene marcha
atrás. Ha alcanzado una notable seguridad y ha remediado, al menos de momento,
el mal de la espada. De haberlo conocido Bergamín
habría hablado de una música callada, de un torero que no recita el toreo, sino
que lo dice y lo susurra; en su primero, por ejemplo. Sólo esa pureza clásica
podía tapar las insuficiencias de un
toro incompetente. Tuvo algunos problemas con el temple, pero Urdiales ha
llegado, creo yo, a un punto de no retorno; dos signos nada más para el secreto
de sus muletazos: coger el estaquillador por el centro, rozando el palo apenas
con la yema de los dedos; de esta caricia y del medio pecho nace el ajuste de
terrenos y la despaciosidad, nace lo que hemos dado en llamar pureza: torero
para recordar y maestro, sin duda, con el paso de los años. El magisterio de
Ponce tapó las carencias de dos toros
inacabados en su raza.
Acostumbramos a aislar las virtudes de los
toreros: magisterio, pureza, autenticidad. ¿Se puede ser maestro sin autenticidad,
o auténtico sin pureza? El vocabulario actual de la tauromaquia está lo
bastante pervertido como para entrar en disquisiciones estilísticas. Cuando a
cortar una oreja se lo llama puntuar y a una corrida en solitario
encerrona, hay que dejarse de
filosofías. Tres filosofías: el toreo y
los toros para Ponce no tienen secretos;
Urdiales es uno de esos dones que, a veces,
le caen a la Fiesta; Talavante si sigue toreando así, ni hostilidad del
sistema ni leches; a ver quién lo para.
Y ya que he hablado de música, lo de
Talavante no fue música de cámara como lo de Urdiales, sino una sinfonía con el
ritmo y los sonidos precisos. Grande de
ritmo, de composición y de ejecución. Un Talavante que le ponía a su izquierda
la luminosidad que le quitaba su vestido de obispo y catafalco: sombría luminosidad.
Hola Javier, soy Illanes. Me gustaría pornerme en contacto contigo pero no tengo tu mail. Te mando un saludo!
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