Regreso de un viaje fugaz a Palencia, Fundación Caneja, reunión del Patronato. Luego vino de Cigales con los amigos, concluidos los trámite burocráticos y los políticos de las diversas filiaciones, cada uno a su olivo. Buen Cigales y buen verdejo. Lo contaré todo, todo lo que se puede contar , un dia de estos. Regreso a las cinco de la tarde. Pedro, el conductor del Ayuntamiento, es un Fernando Alonso de la carretera; pero muy sensato. Tanto traerme y llevarme el coche se sabe de memoria el camino. Esta breve introducción va dedicada a los aficionados de Palencia que se metieron a los tendidos de las Ventas, cuando yo aún estaba en camino. ¿Toros o Teatro?. ¿El Cid -que siempre me atrae más que Fandiño- o Angélica Lidell en el Canal. Tomo una decisión salomónica: toros en el Plus y luego teatro. Tiempo medido, pero suficiente.
Era la tarde de Fandiño, elevado al pedestal de los héroes por sus dos ajustes en Otoño de las Ventas, y resultó la ascensión a los cielos de Manuel Jesús el Cid, por una faena sencillamente perfecta y con aroma viejo; luego, a la hora de matar, pegó el gatillazo; se le aflojó la espada maldita y llegaron las angustias y la bajada a los infiernos como tantas otras veces. El Cid mata cuando nada tiene que ganar y pincha cuando tiene el oro, el moro, la gloria y la inmortalidad en sus manos. El Cid le tiene miedo al triunfo: o sea, mentalidad de perdedor. Hace años vengo teorizando sobre este sentimiento del gran torero de Salteras. Ayer creí que ese fatalismo acabaría y que la Puerta Grande de Alcalá terminaría por quitarme la razón; nada. Se cumplió el destino maldito, el destino fatal que no es solo destino, sino oscurecimiento de la mente. El destino al fin y al cabo lo trazamos nosotros. A Manuel Jesús se le encoge el brazo, entra a destiempo y mal. Y otra cosa: con la casta derrochada por el buen toro de Victoriano del Rio ¿a quién se le ocurre entrar a matar en la suerte contraria?. Si el Cid hubiera tenido la mente clara, le habría dado los medios. Quizá estaba todavía en las nubes colgado de sus naturales sublimes, o de sus verónicas e incluso de sus derechazos..Quizá estaba en la nubes, emborrado de toreo y olvidado de que una faena de esas dimensiones colosales requiere también una estocada perfecta o, por lo menos, letal. Los artistas son así y se les olvidan estas cosas. O sea el gatillazo, despues de una faena amorosa impecable, unos adornos, una preparación de amante ensimismado y fogoso.
Hace años escribí que Manuel Jesús el Cid era la mejor izquierda de España, y estaba en activo José Tomás. Hoy lo ha reconfirmado en las Ventas; en el Otoño dorado del tiempo melancólico y en el otoño más dorado aún de su madurez torera. La temperatura de un gran tercio de quites de un aguerrido Fandiño por gaoneras y la réplica por verónicas de el Cid, marcó la diferencia entre los dos toreros: un guerrero y un sacerdote, la fiereza de uno y la solemnidad del otro. La verónica es, en toros, lo que la soleá en el flamenco: un palo primordial. Todo emocionante y perfecto. Todo menos la espada...Y no echemos la culpa a la mala suerte. Es que el Cid tiene miedo al triunfo.
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