Hoy fueron jandillas, ayer fuenteymbros, mañana más jandillas, -novillos por la mañana- y por la tarde juampedros; al otro dia toros de Nuñez del Cuvillo...y el resto de la semana más o menos: Domecq a troche y moche, Domecq a espuertas. Como una de la plagas de Egipto trasladadas, por algún pecado nefando, a las dehesas y las plazas de toros de Iberia. O sea el monoencaste, peste a la que los Machaco han dado este año el Didimopático o algo parecido, con el que se premia lo más nefasto de la Feria. Como consecuencia del monoencaste, estamos llegando al monopuyazo porque los toros, blandos y justísimos de fuerzas, salen ya picados de toriles; qué digo de toriles; salen masacrados de la dehesa. Y algunos de ruín y miserable presencia como el sexto y el sexto bis.
Cartel muy atractivo para los buenos aficionados, salvo los toros claro. La veteranía de Manuel Jesús el Cid; el empuje todo terreno y carismático de Manuel Escribano, valiente, bullidor y en la trinchera desde hace varios años; y el zafarrancho de combate, con buena dosis de clasicismo, con que toca a degüello Ivan Fandiño: quietismo en los estatuarios y torería en los redondos y naturales. Los dos últimos toros no debieron pasar el reconocimiento ni salir al ruedo. Pero al sobrero le dió por embestir y, de no ser por la puta espada, Fandiño hubiera abierto la Puerta Grande.
Por lo que respecta a los monosabios, que protegen y apuntalan el caballo del picador, con estos toros empiezan a sobrar. Son una especie condenada al paro.Con estos toros, nunca el caballo puede estar en peligro, si no es por la torpeza del picador. A Manuel Jesús el Cid, en cambio, el cuarto estuvo a punto de partirle la madre. La trebemunda paliza que le pegó el jandilla conmovió los tendidos, pero no al presidente. Yo también, creo como él, que las orejas no son cosa de sentimentalismo y revolcones. Manuel Jesús estuvo aseado, que decían los viejos revisteros. Y, tras el terrible vapuleo, quedó dolorido y hecho un Cristo.
Escribano, de momento tiene más de carisma, que de torero hondo y reposado. Mucho aire en los vuelos de su capa: en la larga cambiada de rodillas, en las chicuelinas, en casi todos los lances y en la serpentina que, según algunos padres procesales, debiéramos llamar revolera, y a la inversa, la cual también tuvo mucho aire. En banderillas, lo más espectacular un par por los adentros, citando sentado en el estribo, al quiebro y, ya de pie, ofreciéndose a la crucifixión de la barrera. Apertura de faena de rodillas, con el brio y vibración que le faltaba al jandilla. La oreja, tras el sartenazo atravesao, no debe pedirla un público consciente de los valores de la espada. Al quinto lo asesinó de un metisaca criminal en los bajos. El presidente cumplió el reglamento y descumplió su íntima condición de aficionado. Pero no cumplió su papel la tarde anterior, en el reconocimiento, al tolerar dos bichejos impresentables
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