miércoles, 19 de marzo de 2014

ULTIMA DE FALLAS; TOREROS SONÁMBULOS Y TOREROS RÁPIDOS

El sonambulismo es una dimensión del sueño: la levedad, los fantasmas sin contorno y  un cierto misterio evanescente. Hay toreros sonámbulos que  parecen no pisar la tierra, aunque estén muy agarrados a ella: Morante de la Puebla y Juan Serrano,  por mal nombre Finito de Córboba  y por peor nombre, cuando está peor que mal, Finito de Sabadell. Ayer, rotundamente, fue Juan Serrano y brindo esa faena, que no es mía,  y esta última crónica fallera, que sí lo es,  a Juan Mompó y a Jaime Sanz; y a la memoria de Francisco Puchol, el profeta.  Y de paso, a todos los Machaco: el heredero, el polifónico, el juez de paz, el periodista de  cámara, el ecléctico..... Hay toreros rotundos, macizos que pisan la tierra y hacen que todo tire hacia abajo, hacia el centro de gravedad, Julián López, un suponer. A veces tienen un arrebato de iluminados y sonámbulos, como ayer El Juli,  y en un quite por verónicas, sobre todo la media, casi se pareció a Morante. Y hay toreros que yo no sé qué son: mucha elegancia de cintura para arriba pero pasándose el toro a kilómetros y manejando, con absoluta exquisitez, eso sí, el taimado pico de la muleta. Ese es José María Manzanares. Mucho reprise y gran rapidez.

Veré en diferido esta noche algunos tramos de las faenas.  A veces, al llegar a casa o al hotel pongo el Plus, los toros del Plus. Ayer, lección de periodismo al final de la transmisión; no hablo de las opiniones de los comentaristas, porque en esto del toro ca uno es ca uno . Hablo de la manera de contrastar la tragedia y el triunfo. Elena, la de Salamanca, no la de Troya, despedía a los invitados del palco, Julián López Jesús  Duque atravesaban la puerta de la gloria entre vítores y empujones. Y de pronto, zas,  en pantalla,   por la puerta de la enfermería, en camilla y todavía atontado por el cloroformo, Enrique Ponce,  asistido de oxígenos y sueros. Puerta Grande o enfermería: el hule o el pedestal, el oleaje,  de los hombros de los aficionados fervorosos o de los capitalistas pagados. Allí estaban mis amigos El Chino y El Rubio, haciéndose hueco a empujones, protegiendo los alamares  del vestido. Pícaros de bien para ganarse a dentelladas  el sustento, soportando el testiculario de los triunfadores  sobre su cuello

En el contestador  recado de María Toledo,  La Argentinita que en la dramatización del María Guerrero, comparte escenas con  Josselito el  Gallo,  Ponce.  La historia de Encarnación López Júlvez la urdí en Salamanca una noche del Instituto Castellano y Leonés, tras muchos versos, mucho cante y mucha zarabanda. María Toledo y sus conciertos, sus discos. Y la lógica preocupación por el estado de Ponce, "terriblle ¿no?". Y allí estaban, por la salida contraria a la Puerta Grande, las batas blancas, las batas verdes con brillo homicida de bisturíes salvadores. De haber vivido el doctor Aragón, nos habríamos ido luego a la cafetería del Astoria a comentar la fatalidad  de la cornada, la realidad de un cuerpo roto en  manos de  médicos  que le restañan las heridas. Cuando, por su pie,  Ponce se iba a la enfermería, escucho en el Plus que dice a su familia, "tranquilos, no pasa nada estoy bien". Y llevaba un cornadón de 25 centímetros en la axila y la clavícula desencuadernada.  No era nada lo del ojo y lo llevaba en la mano.

 De carambola y por circunstancias dramáticas de la cornada de  Enrique Ponce, entró en el cartel de la magna corrida, última  de Fallas,  Finito de Córdoba. Carambola ganada a pulso con su actuación del otro dia con los juampedros. Y casi perdida, también a pulso,  por la mansedumbre infernal del primer Garcigrande, un manso al que no se picó por incompetencia y quedó crudísimo. Para estas cuestiones se inventó la carioca que los picadores se hartan de perpetrar con toros postrados, pero incapaces de  aplicar a los toros levantados y huidizos. Y en última instancia para esos toros tan mansos y tan malajes están las banderillas negras,  que hoy no hubieran sido un despropósito. Finito pasó un calvario y no acertó siquiera con el bajonazo,  que también hubiera sido solución pertinente. Pero en el 5º aparecio Juan Serrano. Y aquello ya no fue el toreo, sino el suspiro, el susurro, la caricia. Juan Serrano en estado puro, transfigurado en soplo,  y la capa y la muleta en ala: caricia, empaque y profundidad. Y  mató a la primera y bien. De los ocho Garcigrandes/Domingo Hernández hubo de todo: un manso del infierno, el primero ya aludido, un encastado exigente y duro, como el primero de Juli, que se encontró con la poderosa horma de su zapato, algunos noblotes, mansotes y   sosos y otros descastados y sin  raza. Buena tarde en líneas generales sobre la que pesó la ausencia de Enrique Ponce, corneado y roto ayer por un toro de Victoriano del Rio.

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