miércoles, 6 de agosto de 2014

TOROS: EL VERDADERO CÁNCER DE LA FIESTA


 Legitimidad del pasado; incertidumbre del presente.

Al final de un Congreso sobre Cultura, Artes y Toros como el de la Uipm, de Valencia, sale lo que tiene que salir: los fundamentos históricos como legitimidad de la tauromaquia. Hay un gran despliegue intelectual, alejado  de las refriegas diarias de la crítica que, salvos raras excepciones, no suele pararse en disquisiciones académicas: al pan, pan y al vino, vino. Eso en el mejor de los casos. En el peor, puede ocurrir que se llame vino al agua y pan a unas tortas de desecho.

El Congreso de la Uipm, impecable en las formas y en el contenido; autoridad intelectual de Andrés Amorós, Luis Alberto de Cuenca, Santiago Celestino Pérez,  Francis Wollf, Luis Francisco Esplá, Javier Villán, Francisco Bueno,  Ignacio Lloret..; no quedó arte ni recoveco histórico que no fuera analizado, desde las Cantigas de Alfonso X, y aun mucho antes, para acá como los juegos cretenses y la prehistoria, baluarte en el que se hizo fuerte la erudición poética de Luis Alberto de Cuenca. El Congreso fue lo que se esperaba y para lo había sido dispuesto: el pasado de la tauromaquia, su legitimidad histórica y cultural.  Queda el presente y el futuro y a eso apuntaron algunos de los asistentes.

¿Qué va a ser de la Fiesta?. Esa es la cuestión en la cual, y por razones obvias, no se pudo entrar a fondo pues escapaba al objetivo de la reunión. Se puede, sin embargo, sacar alguna conclusión de las discusiones de pasillo; demostrada la legitimidad de la corrida como arte, hay que buscar  soluciones que garanticen el presente amenazado. El verdadero cáncer de los toros está dentro. Naturalmente los nacionalismos y los políticos son un peligro creciente; pero a lo que tenemos que poner remedio es a la estructura obsoleta de la Fiesta, la picaresca y otras corruptelas. Primero arreglar la casa por dentro. Luego, ya veremos. Resumiendo, los nacionalismos  no pueden encontrarse, como se lo ha encontrado el catalán, con el toro postrado y   listo para el descabello.

Esto  algunos  venimos advirtiéndolo  hace años, desde la crítica diaria  y a pie de obra; y  a riesgo cierto de pasar ser acusados de  antitaurinos infiltrados. A los toros no llegó el pensamiento crítico de la Transición y se han anclado en  un sistema de pensamiento único, afín al Sistema: como el monoencaste y el monopuyazo. Las Escuelas Taurinas, algunas ejemplares como la de Valencia, dirigida por el matador de toros y abogado Manuel Carrión, corren el riesgo de transmitir las deformaciones estilísticas de la figuras, los mecanismos de triunfo que antes ponían en marcha las tapias de los tentaderos y los caminos. Manuel Carrión defendió estos centros como correctores de defectos e impartidores de técnicas concretas sin desvirtuar la capacidad creadora del alumno. Y Luis Francisco Esplá, que había suscitado el tema de las Escuelas, en general, terminó aceptando las razones de la Escuela de Valencia en particular.

Ya en las postrimerías del Congreso y con Javier Mompó como uno de los “agitadores” más convincentes del debate sobre el presente, recordábamos  las tertulias del Café Malvarrosa en los  calores nocturnos de la Feria de Julio; Malvarrosa, en corto y por derecho, apuntando siempre al hoyo de las agujas en vez de irse a los bajos. La discusión continuaba, en lento  peregrinaje hasta el hotel, un viacrucis lúdico de muchas estaciones, unas en los bares aún abiertos, otras  a la intemperie sudorosa del horno valenciano. Como yo ya andaba cojo, los amigos más fieles –Javier, Carmelo, puede que también Marcelino- acompasaban su ritmo al mio. Grandes cosas de toros se debatían en aquellas madrugadas; pero eso forma parte de una sentimentalidad  que podemos dejar para otro dia.

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