Legitimidad del pasado; incertidumbre del
presente.
Al final de un Congreso sobre
Cultura, Artes y Toros como el de la Uipm, de Valencia, sale lo que tiene que
salir: los fundamentos históricos como legitimidad de la tauromaquia. Hay un
gran despliegue intelectual, alejado de
las refriegas diarias de la crítica que, salvos raras excepciones, no suele
pararse en disquisiciones académicas: al pan, pan y al vino, vino. Eso en el
mejor de los casos. En el peor, puede ocurrir que se llame vino al agua y pan a
unas tortas de desecho.
El Congreso de la Uipm, impecable en
las formas y en el contenido; autoridad intelectual de Andrés Amorós, Luis Alberto de Cuenca, Santiago Celestino Pérez, Francis Wollf, Luis Francisco Esplá, Javier
Villán, Francisco Bueno, Ignacio Lloret..;
no quedó arte ni recoveco histórico que no fuera analizado, desde las Cantigas
de Alfonso X, y aun mucho antes, para acá como los juegos cretenses y la
prehistoria, baluarte en el que se hizo fuerte la erudición poética de Luis Alberto de Cuenca. El Congreso fue
lo que se esperaba y para lo había sido dispuesto: el pasado de la tauromaquia,
su legitimidad histórica y cultural.
Queda el presente y el futuro y a eso apuntaron algunos de los asistentes.
¿Qué va a ser de la Fiesta?. Esa es
la cuestión en la cual, y por razones obvias, no se pudo entrar a fondo pues
escapaba al objetivo de la reunión. Se puede, sin embargo, sacar alguna
conclusión de las discusiones de pasillo; demostrada la legitimidad de la
corrida como arte, hay que buscar soluciones que garanticen el presente
amenazado. El verdadero cáncer de los toros está dentro. Naturalmente los
nacionalismos y los políticos son un peligro creciente; pero a lo que tenemos
que poner remedio es a la estructura obsoleta de la Fiesta, la picaresca y
otras corruptelas. Primero arreglar la casa por dentro. Luego, ya veremos. Resumiendo,
los nacionalismos no pueden encontrarse,
como se lo ha encontrado el catalán, con el toro postrado y listo
para el descabello.
Esto algunos
venimos advirtiéndolo hace años,
desde la crítica diaria y a pie de obra;
y a riesgo cierto de pasar ser acusados
de antitaurinos infiltrados. A los toros
no llegó el pensamiento crítico de la Transición y se han anclado en un sistema de pensamiento único, afín al
Sistema: como el monoencaste y el monopuyazo. Las Escuelas Taurinas, algunas
ejemplares como la de Valencia, dirigida por el matador de toros y abogado Manuel Carrión, corren el riesgo de transmitir
las deformaciones estilísticas de la figuras, los mecanismos de triunfo que
antes ponían en marcha las tapias de los tentaderos y los caminos. Manuel
Carrión defendió estos centros como correctores de defectos e impartidores de
técnicas concretas sin desvirtuar la capacidad creadora del alumno. Y Luis Francisco Esplá, que había
suscitado el tema de las Escuelas, en general, terminó aceptando las razones de
la Escuela de Valencia en particular.
Ya en las postrimerías del Congreso y
con Javier Mompó como uno de los
“agitadores” más convincentes del debate sobre el presente, recordábamos las tertulias del Café Malvarrosa en los calores nocturnos de la Feria de Julio; Malvarrosa,
en corto y por derecho, apuntando siempre al hoyo de las agujas en vez de irse
a los bajos. La discusión continuaba, en lento peregrinaje hasta el hotel, un viacrucis
lúdico de muchas estaciones, unas en los bares aún abiertos, otras a la intemperie sudorosa del horno valenciano.
Como yo ya andaba cojo, los amigos más fieles –Javier, Carmelo, puede que también Marcelino-
acompasaban su ritmo al mio. Grandes cosas de toros se debatían en aquellas
madrugadas; pero eso forma parte de una sentimentalidad que podemos dejar para otro dia.
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