Siempre se esperan los toros de Cuadri con enorme interés en
las Ventas del Espíritu Santo. Tardes de gloria. Y tardes menos gloriosas como
la de ayer.El primero parado y con los pitones
reventados. No era un cuadri propiamente dicho. Y los demás tampoco, salvo el furioso sexto que, por poco, parte por la mitad a Venegas. Tremenda voltereta y violentísima; José Carlos Venegas, el toricantano confirmante -un contradiós
lingüístico, que yo nunca he acabado de entender- no cantó misa y a punto estuvo del responso. Discutí el
término durante tiempo hasta que un dia
vino Conrado Abellán y con un texto
de Calderón de la Barca en mano, me demostró
la acreditación clásica del término: “Un toricantano un dia llegó a dar una
lanzada de un su amigo apadrinado”… Bueno, ahí está la cuestión: Calderón
aficionado taurino. Esto es lo de menos y, si me apuran, cosa poco importante de
la Fiesta.
Cuando en plan de cómicos de la legua y apadrinados por Gonzalo Santoja, director del Instituto Castellano y Leonés de
la Lengua, íbamos echando versos por Castilla, Victoria Vera demostró la grandeza taurina de la poesía española.
Hoy Victoria Vera, la amada Nausicaa de
¿Por qué corres Ulises? está en otra onda. Ensaya lo que quizá sea el
máximo compromiso de su vida: Salomé, de
Oscar Wilde. Aquí, en Salomé, no hay toros; hay una mujer apasionada,
libre, sensual y sexual; a hacer puñetas los toros, con permiso de Santonja uno
de los intelectuales que más y mejor defienden la historia y la naturaleza de la
Fiesta. Para poesía basta la de Oscar Wilde. Y para torera de verdad, Salomé
seduciendo a Herodes. O sea Victoria Vera.
Yo no voy a la plaza
para ver a la cuadrilla de Javier
Castaño. Tito Sandoval David Adalid, Marco Galán, Fernándo Sánchez son
buenos subalternos, sin duda, se organizan bien como grupo y como espectáculo.
Pero como ellos, hay entre el peonaje ibérico, por lo menos docena y media. Yo
voy a ver a Javier Castaño, recio, firme y cabal. Y, en ocasiones, demasiado
humilde con las estrellas de su cuadrilla. Mientras no se demuestre lo
contrario, la estrella es, o debe ser, el matador. Soy igualitarista, pero
todavía hay clases. Bien Castaño en el segundo de una corrida de Cuadri, comoda
de cabeza, sobrada de kilos, falta de
raza y exagerada de presencia. Le tocaron dos garbanzos negros de una corrida negra. El quinto fue otro garbanzo negro negrísimo. Y el sexto un tigre cabreado.
Ivan García, un estilista clásico entró en este San Isidro sobre el pedestal de un triunfo agosteño en Las Ventas. Esos triunfos suelen ser duros y llenos de sudores. Y luego, la mayor parte de ellos, se quedan en humo, en un contrato con una corrida envenenada como la de ayer de Fernando Cuadri. Festejo de plomo crispado por el último toro y por Venegas, el toricantano, con dos pares. Festejo para salir corriendo de la plaza y plantarse ante el Plus para gozar, con gloria y éxtasis, de la histórica faena de Julio Aparicio.
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