Después del gran toro, el tercero, llamado Vengativo, la casta brava y dura tiene un nombre: Victorino Martín. El cuarto no fue tan gran toro, pero también puso en evidencia las limitaciones de Antonio Ferreras. Los diestro no pudieron con los victorinos y, por degracia, los subalternos se llevaron la peor parte; Manolo Rubio se fue al hule. Gajes del oficio,
La función crea el órgano. Es decir, un suponer, que dirían en mi pueblo de Torre de los Molinos, la costumbre del toro bravo y duro crea la técnica lidiadora. Cuando los toreros se acostumbran o exigen el ovejo, se encuentran en situaciones como la de ayer: a la deriva. O sea y por no meterme en cuestiones de biología y fisiología placenetera; cuando menos se ejercita el órgano, más innecesario es. Esta es la cuestión: órgano y función. El órgano del torero, la técnica, desaparece porque con el toro pastueño y mansurrón no necesita ejercitarla. Lo demás es cuento.
Honra y honor a Victorino Martín. Y, por supuesto, honra y honor y a los matadores y a todo el que se viste de luces; pero los victorinos fieros de ayer han puesto en entredicho a toreros que admiro: Aguilar, Ferreras y Uceda Leal, a este menos porque sus toros eran digamos más normales.
Resumiendo, el fracaso de ayer de Aguilar y de Antonio Ferreras pone sobre el tapete la cuestión primordial de estos tiempos: el toro bravo, la verdad del toro frente al apacible conformismo de los toreros. Desconocen la función y, por lo tanto, carecen de órgano: la técnica lidiadora. Mi solidaridad con Manolo Rubio, un puntillero roto por el arreón de un manso encastado, en el último momento. A los 63 años, maestro, lo mejor es no vestirse de luces y plata. Y menos delante de un victorino. Que los sentimentalistas me expliquen esto. A Venancio Venero, en Bilbao, le pasó lo mismo. No recuerdo con qué ganadería.
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