La crónica de este
dia de Beneficencia es una crónica rara. El rey cesante, el Borbón torero y
cachondo, preside desde el palco de las
Ventas. No hay convulsión, creo yo, ni a favor ni en contra. España es así,
señor. Unos aplauden otros callan, dos toreros le brindan un toro y el otro no.
Bien, vale. mientras esto no se convierta en una querella más, y fratricida, monárquía- republica,
al final, todos contentos. Bien marchado
señor. Me siento republicano, pero sin demasiadas convicciones. Al final no sé
qué es peor, Felipe VI o Aznar, por ejemplo. Este país es la leche. O morimos de cuchillada o de
pistoletazo. De momento me quedo con Felpie VI y con la Leti. Luego, dios dirá.
Corrida de Beneficencia con Juan Carlos I en el palco regio, por última vez. Al final los toreos subirán al palco,
abrazarán al Borbón igual que antes abrazaban a Franco y aquí paz y después gloria. Adios, señor, y
gracias por los servicios prestados. El brindis del Juli fue muy cortesano. Supongo que algo así estará pasando en el
palco y luego en la sala de ágape y recepción: cortesanías. Guárdese, señor de los cortesanos. Del pueblo, usted ha tenido que temer menos.
La corrida de la Beneficencia, a
beneficio de qué, una vulgaridad mediocre. Los toreros, además, cobran un
pastón. Nada que objetar, pero que le quiten el marbete: Be ne fi cen cia. Eso era
antes. Me he llevado para tan magno acontecimiento a un amigo, Javier Cacho, el mejor de los Cacho, y
a otro amigo, uno de los mejores del teatro español, Ernesto Caballero. Ernesto no debe avergonzarse, y no lo hace, de ir a los toros; y aprende con sensibilidad rápida; el mejor del 98,
Valle Inclan del que Caballero sabe un güevo, veneraba a Belmonte. A Caballero
le gusta Fandiño; no es lo mismo que Belmonte, claro.
Fandiño cortó ayer una oreja que, comparada con la que le regaló a Julián López la primera plaza del mundo, es una oreja de oro. Bueno, se la regaló el presidente porque los tendidos, sobre todo el 7, se cabrearon con Julian.
A
Fandiño le sobra cólera toreando y le falta despaciosidad. Comparado con el
trofeo a un Juli encorvado siempre y crispado, lo que no hay que confundir con
el poderío, pura gloria. Pero tampoco hay que engañarse: así Fandiño no llegará más
lejos de donde está. Alejando Talavante,
en el limbo o si se prefiere, en la inopia. Claro que con una corrida tan
vulgar e impropia como la de Alcurrucen no se le puede pedir más.
Javier Cacho y
Ernesto Caballero se meten en la gresca del aluvión y el torrente de la plaza,
desangrándose por el patio de arrastre. Los pierdo, los reencuentro. Me parece
importante que uno de los grandes dramaturgos españoles, director además del
Centro Dramático Nacional, venga a los toros. No me suicidaré si los toros
desaparecen, pero me parece muy bien que
los poetas y el teatro español piensen,
al menos, que no son una aberración moral.
Y un milagro
comprobado: la bella Elena existe,
me choqué con ella en el maremágnum, Elena
García Salamanca, corriendo como en
la tele del Plus, "que me voy al
palco, que ya subo". Pues bueno, pues vale, pues vete al palco. Entre la muchedumbre, tan
violenta y torrentera como el toreo del Juli, Fandiño,
de Talavante, Elena Salamanca parecía al luz del Plus zarandeaba por la muchedumbre.
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