Es de los monárquicos de quien debe guardarse Felipe VI. La gente del común ya sabe que República no es sinónimo de izquierdas ni de igualdad social. No hay duda de que lo más peor de la tan denostada segunda República fue el bienio negro, republicano pero de derechas y reaccionario. Podemos, el partido que ha irrumpido en la política española con aires apocalípticos y justicieros tampoco dará cuartel a Felipe VI. Pero tranquilos, no llegarán muy lejos. Mucho ruido y pocas. Podemos no es un apéndice estrafalario del sistema, forma parte del sistema con otros truenos y otros relámpagos. El sistema estaba incompleto sin esa franja de desheredados. Ahora nadie podrá decir que no somos una democracia ejemplar.
Añadido breve a esta entrada: ante la indigencia de cerebros políticos con autoridad intelectual y moral para presidir una hipotética III República española, cobra fuerza la posibilidad de que el Rey Felipe VI gobierne a título de Presidente Republicano. Eso exigiría ciertos retoques constitucionales absolutamente viables.
Otro pequeño añadido: Como puede comprobar quien siga leyendo, la única solución razonable para el llamado "legado Javier Villán" era firmarlo -excepto lo ya donado al Museo Taurino de Colmenar- como se ha hecho, con la Fundación Jorge Guillén de Valladolid. No se trata sólo de un legado, sino del estudio, difusión y cuidado de una obra.
Día duro para andar por Madrid y más
para un cojo como yo: ni un puto taxi. Huelgas, manifestaciones, algaradas en
la calle. Sobre la abdicación de Su
Majestad, se anuncian en el Congreso
algunos votos de chiste, que suenan a pitorreo si no fueran indigencia mental. Bien ido y mejor abdicado sea el Borbón; cumplió
con lo que la historia de este país cafre y desventurado le encomendó. Lo que
pase con Felipe VI dios o el
diablo dirán. Confieso, sin embargo, que una República presidida por alguno de los actuales prohombres de la
derecha o de la izquierda, me pone los pelos de punta. No empecemos la casa
por el tejado y demos tiempo al tiempo.
Desayuno en el bar de al lado todavía
con la vaga esperanza de un eurotaxi, para cojos y discapacitados, que me ayude a algunos desplazamientos por
Madrid que considero imprescindibles; nada de nada, nada hay imprescindible.
Algunos esquiroles del taxi que conozco de otras huelgas temen a los piquetes y
no es cosa de explicarles a los activistas militantes oíd vosotros, que llevo a
un cojo. Lo único, las urgencias de los hospitales, supongo que con bandera
blanca. Y me vuelvo a casa con la bolsa de periódicos, que los kioskos no están
en huelga y sigo siendo un adicto al papel.
Me llaman algunos amigos de Palencia
indagando sobre las causas concretas de la donación de mi archivo documental
-cartas, manuscritos, documentos-
pinacoteca y biblioteca, a la
Fundación Jorge Guillén de Valladolid. Sólo hay una causa concreta; la mía de
donarlo y la de Valladolid de aceptarlo y cobijarlo. Lo de toros está ya donado
al Museo Taurino de Colmenar Viejo, menuda sala: Sala
Javier Villán. Una donación, al menos por mi parte, sólo exige una cosa:
garantía de que el receptor la valore culturalmente y cuente con estructuras suficientes para gestionarla. El Ayuntamiento
de Palencia carece de esos medios y el proyecto cultural de la Fundación Jorge
Guillén tiene otro alcance y otro calado.
La cuestión del “legado Javier Villán”
se ha convertido en elemento de discordia, aunque no demasiado, en mi querida
Palencia. Creo que, en el fondo, lo que hemos hecho es quitarle un peso de encima
al Ayuntamiento. La oposición sociata municipal acusa a los peperos de
desinterés y desdén por la cultura. Como siempre: reyerta de partidos que,
dicho sea de paso, me da igual uno que otro. Primero, Javier Villán es una parte muy pequeña de la cultura
palentina; no ha lugar. Segundo, ignoro
si otros grupos políticos de una ciudad tan enredada y enredadora, por muy
levítica y hermosa que sea, tienen o tenían más interés por este legado. No sé si había voluntad política; lo que no
hay, en unos ni en otros, son medios; y sin medios, aunque la voluntad sea
tortuosa e indiscernible, se acaba la discusión.
Si apenas existe viático para mantener el imponente legado de Juan
Manuel Caneja y su Fundación ¿cómo van a
distraerse medios para gestionar otro legado de mucha menor importancia? Para
mí, vale más el puesto amenazado de un conserje de la Fundación, que el más
valioso de nuestros cuadros, por mucho que
Ana y yo veneremos nuestra
pinacoteca. Se interesan esos amigos y la concejala de Cultura, doña Carmen Fernández, también por el
destino de dos retratos de Isabel -uno de Baltasar
Lobo, otro de Javier Clavo- propiedad
de Ana Merino Herrero por transmisión testamentaria.
He ahí una prueba de que la cultura sí interesa al Ayuntamiento. Ana,
por afecto a Isabel, asumió hace años el compromiso moral de que esos retratos
se colgarían en la Fundación, junto a los cuadros de Juan Manuel. Nadie soy
para contradecir ese designio.
A mí, lo que me gustaría es que todos
los esfuerzos del Excmo Ayuntamiento y
los demás miembros del Patronato, confluyesen en sostener una Fundación que
languidece, aunque sobreviva, y que fue posible gracias al esfuerzo de unos pocos
y a la generosidad de Juan Manuel Caneja
y de su mujer. Eso es lo más importante.
Eso y el Teatro en Palencia, cuyo Festival y Certamen de Textos tienen un bien
ganado prestigio nacional y cuyo destino, honradamente, no veo muy claro. Y
aquí paz y después gloria; bien están las cosas como están y a quien dios se la dé San Antolín se la
bendiga.
Y ya que ha salido el teatro a relucir, y aprovechando
que el Pisuerga pasa por Valladolid y el Carrión por Palencia, me preguntan qué tal lo de Israel
Elejalde. Supongo que se refieren a El
Sótano, la obra de Benett i Jornet, que ha dirigido y se
está representando en La Pensión de las Pulgas, porque en el Misántropo, como actor, Elejalde está
fuera de toda discusión. No tengo inconveniente en calificar El sótano como una pieza de terror; de
terror seco, bien construido, progresivo y opresivo, sin sorpresas gratuitas y en la que la sabiduría teatral y la precisión
verbal van abduciendo, poco a poco, al espectador. Para ese proceso de
captación, Elejalde cuenta con un texto excelente y con dos actores Juan Codina y Victor Clavijo, llenos de recursos de la mejor ley; primero, la
tensión inquietante e íntimamente violenta que imponen al diálogo; segundo, acaso lo más difícil, la capacidad
para que las emociones nunca desvelen una verdad que sospechamos pero no
llegamos a adivinar. Desenlace abierto, aunque oscuramente provocador. A Juan Codina, le recordamos por un papel
también inquietante hace poco en El
desahucio en la Sala Mirador.
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