Esta Feria de 2014 tiene ya un nombre: Miguel Angel Perera. Impepinable. Madrid y una parcela muy amplia del mundo de los toros es suyo. Es su momento, aunque a mí, incluso tras esta segunda salida a hombros, me parece impropio hablar, todavía, de la "época Pereda". Impropio e imprudente. En tiempos, tras una
faena más firme que perfecta como la de ayer de Perera; tras una faena de pureza de Diego Urdiales, aunque sincopada, sé
lo que hubiera ocurrido al finalizar la corrida: fiesta flamenca, da igual la
Suma de la Abadia de la CAM, la Quimera o Sala
García Lorca y, en su defecto, noche de vino y de claveles. Hubiese llamado
a Pepe Rioja, Luis Domínguez, Pedro Mari
Azofra, Mariam, Paco, Marisol, Carlos y todo Logroño si es que la Rioja,
además de ser la cuna del castellano, sigue siendo taurina y peregrinante detrás de Diego Urdiales. Noche de vino,
claveles, palmas y quejíos jondos. Y acaso también de gintonics, que para todos los paladares hay
sabores. Yo tengo esos recuerdos flamencos y vinícolas de Logroño, pero hace
casi cincuenta años que olvidé el gintonic, una pasión que amenazaba
convertirse en letal: el placer de la muerte.
Hoy recupero la
frescura adolescente de aquellos gintonics gracias a un libro de lujoso primor de Miguel Angel Almodóvar, un antiguo
colega de nocturnidades, pero sin alevosías. A Miguel Angel lo recuerdo como
poeta, experto en pintura y organizador de libros de poesía y pintura; también
a lo grande como este titulado El arte
del gintonic (Edit. Oberon). Y ahora me lo encuentro como sabio y revolucionario de
aquella coctelería en la que nos bañábamos la gente del 69 o así. Como
experto y sofisticado gastrónomo se
presenta Miguel Angel Almodóvar, rodeado de barmen de nacional e internacional prestigio. No sé si Almodóvar es
gastrónomo sofisticado y universal; pero me ha fascinado la gama de ginebras, toques culinarios y tapas de
acompañamiento y horas del dia que
maneja. Y coloraturas de esas horas y del cóctel resultante tras el ajetreo de
sabores y combinaciones. Ganas me están
dando de volver al gintonic, pero hace siglos que mandé al museo mi
coctelera.
Antonio Ferreras está en la plenitud dorada, clásicamente otoñal que
algunos vaticinaban cuando la orfandad de sabiduría de algunos otros pretendían
emparejarlo en collera con David
Fandila. Acabó borrando las banderillas de un atleta muy respetable como Fandi
y, ahora, en cuanto a torería, Ferreras
va camino de la maestría. y la perfección.
Muy poco toro, endeble, blando de remos y blando
de carácter para un torero tan recio y con tanto poderío como Diego Urdiales, otro diestro que, tras
una senda de espinas, tiene un lugar de respeto y excelencia en el escalafón. Diego Urdiales salió vestido
de verde, nada que ver con el sangre de
toro o rioja profundo que le prestó a Maite
Túrrez para su Diálogo con el Vestido
de Torear; ni comparación. Con
ese vestido, el de la primera oreja en Madrid, cualquiera. Bueno, cualquiera
que sea Maite Túrrez.
Muy poco toro el inválido, segundo, de Adolfo
Martín para torero tan firme. Y si me apuran poca corrida para cartel tan
grande y tan templado en la plaza de Madrid: Ferreras, Perera y Urdiales.
Blanda y sin fondo, que es lo peor que puede ocurrirle a este ganadero, un
rey de las Ventas. Para mal lidiar reses así de flojas no se necesitan toreros
tan poderosos, si bien todos demoostraron, en especial Perera, que el poderío también vale para apuntalar toros flojos Serios y bien armados de pitones, pero desarmados por
dentro y con las patas de trapo. El
quinto, un torazo con poco alma. Y Diego Urdiales, un torerazo: profundidad,
técnica que no siempre entendieron los tendidos; aroma viejo,
despaciosidad que sí entendieron los tendidos. Pureza. El sexto, otro torazo y el de mejores condiciones. del encierro. La izquierda de Perera, y la derecha, puso a la Ventas de pie. Esta Feria tiene un nombre: Miguel Ángel Perera. Dos Puertasgrandes y ayer, algunos naturales incuestionables. Su momento, su poder. Y su confianza en sí mismo.
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