lunes, 30 de junio de 2014

ONDA EXPANSIVA DEL VERBO APANTOJAR


No estoy muy seguro de que la definición de apantojar, (Copyrhigt  Antonio Burgos) que yo apunté el otro dia, sea del todo exacta. Aclaremos con ánimo de evitar  interpretaciones confusas; apantojar puede ser sinónimo de delinquir en complicidad con políticos afanadores o con amante esposo, el Urdanga mismamente. Pero puede significar también, y yo creo que ese es el significado que le da Burgos, “ser juzgada como lo fue  Isabel Pantoja: “la Infanta Cristina apantojada”; sin la  venia de su señoría el fiscal Horrach, pero con la venia del juez Castro, que no traga lo que traga Horrach que acabará apantojando no a la Infanta, sino a Castro. Apantojada, o sea, reducida a folclore malo, sentada en el banquillo   como la viuda de Paquirri, viuda de España, virgen de luto por la memoria del torero. Luego, por culpa de otros apantojamientos impuros,  se nos pasó el calentón de la folclórica mártir y esta terminó en la trena por su mala cabeza y las malas compañías. Cosa que, difícilmente y mientras vivan Horrach y Rajoy le ocurrirá a la Infanta. También es inexacto decir, como sugieren algunos en las redes,  que España está apantojada, pues  la mayor parte de los afanadores de Iberia están apoltronados en despachos de moqueta y no amenazados de banquillo.

Ya hubiera querido la Pantoja tener el mismo trato que  la Infanta Cristina. Esta puede estar  apantojada, pero la Pantoja no pudo ser infantada. Cosa que a mí me trae al fresco, pues siempre fui más de Rocío Jurado, por ejemplo, que de Isabel Pantoja. Lo bueno del lenguaje es su capacidad expansiva y mutante. Ayer, jugando al mus en Colmenar Viejo,  me cazaron  un órdago de farol; y al descubrirme inerme y derrotado, el contrario sentenció: te apantojé. Que fue como decir, te atrapé, te machaqué, estás jodido. El pueblo aprende rápido y tiene una imponente capacidad de asimilación de las palabras nuevas.

Flores para Manolete.

La noticia sobre  el destino que  amenaza la Casa de Manolete, que nos dio Luis Abril en el Senado, ante unos huevos fritos  con orla de puntillitas doradas que me preparó  el chef, con el beneplácito de su señoría Alberto Gutiérrez, se me han disparado los recuerdos. Hace años, cuando bajaba al Sur, yo tenía costumbres que fui perdiendo como se pierde todo lo bueno. Llegaba hasta Jerez, me acercaba a la tumba de Fernando Terremoto y le dejaba un ramo de claveles. A Fernando le reventó el hígado y todo lo demás, de regreso de Ronda a Jerez. Después de la ofrenda callada, me volvía a la Metrópoli y escuchaba su seguiriya o su bulería, dos palos por los que me sigue fascinando, por igual, el arte roto, herido y curado en vino de Terremoto. Aunque con menos fijeza y severidad, hacía algo parecido con la casa de Manolete, en la Avda Cervantes de Córdoba. Después de comer en el Caballo Blanco, hoy ni sombra de lo que era, y pasear por los aledaños de la Mezquita, Ana y yo nos fuimos a dar un garbeo por la Avda Cervantes. Una gitana me leyó la buena ventura, me profetizó triunfos sin fin y glorias no cumplidas, y me endosó no sé cuantos claveles y ramitas de romero. 

Nunca he sido un intelectual manoletista, pero reconozco el mérito y la coherencia de su muerte; a Doña Angustias, su madre, le cogí   manía  por lo que hizo a Lupe Sino, roja y cabaretera. Más manía aún que a Camará y a Álvaro Domecq que expoliaron la herencia del difunto en beneficio propio. Al menos eso dicen las lenguas de triple filo. Pese a todo, si pasaba por Córdoba,  dejaba algún clavel tras la verja de la Avda Cervantes, agarrado a la cual el magnífico Juncal le pedía a Manolete que le hiciera un quite de vida o muerte. Claveles  como testimonio de una forma de entender la historia, la ética  y el toreo. ¡Haznos el quite, Manuel Rodríguez!

Luis Abril ha dado la alarma y la han recogido los hermanos Tato y Rodolfo Montero, y Alberto Gutiérrez, su señoría; yo la transmito  y propago. Si la casa de Manolete y doña Angustias, la vieja bruja del matriarcado oscuro, se convierte en pisos -lo cual parece sentenciado-  no es la casa de un torero legendario lo que se mercadea; es la historia de España, la memoria  colectiva de una generación que vio en Manolete el símbolo de una reconciliación nacional tras la incivil guerra del 36. Por encima de otras consideraciones, ese es el verdadero significado del Califa por antonomasia. Flores,  claveles para la casa en venta y en derribo. Peregrinad a ella con una flor  en la mano, antes que  las excavadoras monstruosas la hagan  escombros y ceniza.

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