No estoy muy seguro de que la
definición de apantojar, (Copyrhigt Antonio Burgos) que yo apunté el otro
dia, sea del todo exacta. Aclaremos con ánimo de evitar interpretaciones confusas; apantojar puede ser
sinónimo de delinquir en complicidad con políticos afanadores o con amante esposo, el Urdanga mismamente. Pero puede significar
también, y yo creo que ese es el significado que le da Burgos, “ser juzgada como
lo fue Isabel Pantoja: “la Infanta Cristina
apantojada”; sin la venia de su
señoría el fiscal Horrach, pero con
la venia del juez Castro, que no
traga lo que traga Horrach que acabará apantojando no a la Infanta, sino a
Castro. Apantojada, o sea, reducida a folclore malo, sentada en el banquillo como la viuda de Paquirri, viuda de España, virgen de luto por la memoria del
torero. Luego, por culpa de otros apantojamientos impuros, se nos pasó el calentón de la folclórica
mártir y esta terminó en la trena por su mala cabeza y las malas compañías.
Cosa que, difícilmente y mientras vivan Horrach y Rajoy le ocurrirá a la Infanta. También es inexacto decir, como
sugieren algunos en las redes, que
España está apantojada, pues la mayor
parte de los afanadores de Iberia están apoltronados en despachos de moqueta y
no amenazados de banquillo.
Ya hubiera querido la Pantoja tener
el mismo trato que la Infanta Cristina.
Esta puede estar apantojada, pero la
Pantoja no pudo ser infantada. Cosa que a mí me trae al fresco, pues siempre fui
más de Rocío Jurado, por ejemplo,
que de Isabel Pantoja. Lo bueno del lenguaje es su capacidad expansiva y
mutante. Ayer, jugando al mus en Colmenar Viejo, me cazaron un órdago de farol; y al descubrirme inerme y
derrotado, el contrario sentenció: te apantojé. Que fue como decir, te atrapé, te
machaqué, estás jodido. El pueblo aprende rápido y tiene una imponente
capacidad de asimilación de las palabras nuevas.
Flores para Manolete.
La noticia sobre el destino que amenaza la Casa de Manolete, que nos dio Luis Abril en el Senado, ante unos
huevos fritos con orla de puntillitas doradas
que me preparó el chef, con el beneplácito
de su señoría Alberto Gutiérrez, se me han disparado los recuerdos. Hace años, cuando
bajaba al Sur, yo tenía costumbres que fui perdiendo como se pierde todo lo
bueno. Llegaba hasta Jerez, me acercaba a la tumba de Fernando Terremoto y le dejaba un ramo de claveles. A Fernando le
reventó el hígado y todo lo demás, de regreso de Ronda a Jerez. Después de la
ofrenda callada, me volvía a la Metrópoli y escuchaba su seguiriya o su
bulería, dos palos por los que me sigue fascinando, por igual, el arte roto,
herido y curado en vino de Terremoto. Aunque con menos fijeza y severidad,
hacía algo parecido con la casa de Manolete,
en la Avda Cervantes de Córdoba. Después de comer en el Caballo Blanco, hoy ni
sombra de lo que era, y pasear por los aledaños de la Mezquita, Ana y yo nos fuimos a dar un garbeo por
la Avda Cervantes. Una gitana me leyó la buena ventura, me profetizó triunfos
sin fin y glorias no cumplidas, y me endosó no sé cuantos claveles y ramitas de
romero.
Nunca he sido un intelectual
manoletista, pero reconozco el mérito y la coherencia de su muerte; a Doña Angustias, su madre, le cogí manía por
lo que hizo a Lupe Sino, roja y
cabaretera. Más manía aún que a Camará
y a Álvaro Domecq que expoliaron la
herencia del difunto en beneficio propio. Al menos eso dicen las lenguas de
triple filo. Pese a todo, si pasaba por Córdoba, dejaba algún clavel tras la verja de la Avda
Cervantes, agarrado a la cual el magnífico Juncal
le pedía a Manolete que le hiciera un quite de vida o muerte. Claveles como testimonio de una forma de entender la
historia, la ética y el toreo. ¡Haznos
el quite, Manuel Rodríguez!
Luis Abril ha dado la alarma y la han
recogido los hermanos Tato y Rodolfo Montero, y Alberto Gutiérrez, su señoría; yo la transmito y propago. Si la casa de Manolete y doña
Angustias, la vieja bruja del matriarcado oscuro, se convierte en pisos -lo
cual parece sentenciado- no es la casa
de un torero legendario lo que se mercadea; es la historia de España, la
memoria colectiva de una generación que
vio en Manolete el símbolo de una reconciliación nacional tras la incivil
guerra del 36. Por encima de otras consideraciones, ese es el verdadero
significado del Califa por antonomasia. Flores, claveles para la casa en venta y en derribo.
Peregrinad a ella con una flor en la
mano, antes que las excavadoras
monstruosas la hagan escombros y ceniza.
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