Le cuesta al Capea romper el hielo de la plaza de Madrid; y con un muermo como el sobrero de Julio de la Puerta, más. El hielo de un sobrenombre caliente: Niño de la Capea, Pedro Gutiérrez Moya; un hombre que se alzó de la absoluta nada a lo más alto de la sociedad torera salmantina; temperamento, inteligencia y magisterio. Capea, Niño de la Capea...... parece expresar un régimen de dependencia y protección. Eso crea frío y hielo; el viento, la gran obsesión del oficialismo taurino para justificar el objetivo de cubrir las Ventas, le importa menos; aprendió a torear en el campo y sabe cómo se lidian las inclemencias del tiempo. Y cómo se lidia un mulo revirado y con cuernos como su segundo.
Peste de toros, titulares de Montealto y sobreros de Julio Puerta. El Ventorrillo, duro, demasiado para el valentísimo Ritter que por muy poco no se le fue vivo. Al quinto Alberto Aguilar lo hizo mejor de lo que era; sin acosarlo y dándole respiro y terrenos; inteligencia con el público y con el toro. Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas, decía Juan Ramón. Y a Aguilar la inteligencia de dió una oreja. Un orejón, que diría un castizo. Estoconazo perfecto. El mejor momento de una corrida vulgar. Hay que esperarlo con los victorinos. Frente a la vulgaridad de hoy, el recuerdo épico de anteayer que mandó al hospital a Paco Ureña y le quitó el sitio que ocupó Sebastian Ritter; tuvo el colombiano el caballeroso gesto de brindarle el toro a su compañero herido.
Fallan los toros, pero lo que no falla es el flamenco. En lejanos tiempos mi fortaleza
física y mental se medía por mi resistencia a la noche del jondo, que no decaía ni con el
lucero del alba. Hoy, en estos días en que Madrid se convierte no solo en la
capital mundial del toreo, sino en la capital mundial del flamenco, no aguanto
ni siquiera una noche en la Quimera de Antorrin Heredia.
El gran
acontecimiento de estos dias es Suma Flamenca, un clásico ya de la
CAM, en el que participa el yunque, la fragua y el bronce ancestral. En dos ocasiones he tenido el honor de participar, subsidiariamente, en él. En la primera,
María Toledo cantó versos de El fulgor del Círculo. Nunca me sonaron mejor mis versos. En la segunda, que
titulé Albero y Ceniza, milagrosos Clara
Montes, Isabelle Stofell, Antorrin Heredia, el Persa, con espacio
escénico de David Loaysa y dirección
de Mariano de Paco. La cumbre fue un
gran actor de la Royal Shakespeare Company en el papel de un guiri ilustrado,
un Hemingway despistado, Greg Hicks, trashumante
de la Maestranza a Pamplona. Gracias a Ruperto Merino y Amado
Jiménez Precioso he tenido felices incursiones en el mundo de la copla y el
flamenco, algunas de forma anónima y gozosamente
desinteresadas.
Estos San Isidros me hubiese pasado las noches de claro en claro y los días de
turbio en turbio en la sala García Lorca, de Antonio Benamargo, escuchando,
viendo, sintiendo a Talegón de Córdoba,
la Tobala, Pansequito, Cañeta de
Málaga, el Güito, Aurora Vargas. Después de una corrida de toros en las
Ventas del Espíritu Santo, nada como una juerga flamenca. Eso puede ser la
resurrección o la muerte y no quiero tentar al destino. Así que me pongo frente
al equipo de música y con mi colección de grabaciones flamencas nada desdeñable y
desde Pepe de la Matrona a Camarón hago un intenso recorrido por
el mejor flamenco de todos los tiempos. No es igual que andar de tablaos, ventas de carretera y de teatros; pero algo es algo.
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