domingo, 1 de junio de 2014

SAN ISIDRO. TIEMPO DE FLAMENCO Y OREJÓN DE AGUILAR


Le cuesta al Capea romper el hielo de la plaza de Madrid; y con un muermo como el sobrero de Julio de la Puerta, más. El hielo de un sobrenombre caliente: Niño de la Capea, Pedro Gutiérrez Moya; un hombre que se alzó de la absoluta nada a lo más alto de la sociedad torera salmantina; temperamento, inteligencia  y magisterio. Capea, Niño de la Capea...... parece expresar un régimen de dependencia y protección. Eso crea frío y hielo; el viento, la gran obsesión del oficialismo taurino para justificar el objetivo  de cubrir  las Ventas, le importa menos; aprendió a torear en el campo y sabe cómo se lidian las inclemencias del tiempo.  Y cómo se lidia un mulo revirado y con cuernos como su segundo.
Peste   de toros, titulares de Montealto y sobreros de Julio Puerta. El  Ventorrillo, duro, demasiado para el valentísimo Ritter que por muy poco no se le fue vivo. Al quinto Alberto Aguilar  lo hizo mejor de lo que era; sin acosarlo y dándole respiro y terrenos; inteligencia con el público y con el toro. Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas,  decía Juan Ramón. Y a Aguilar la inteligencia de dió una oreja.  Un orejón, que diría un castizo. Estoconazo perfecto. El mejor  momento de una corrida vulgar. Hay que esperarlo con los victorinos. Frente a la vulgaridad de hoy,  el recuerdo épico de anteayer que mandó al hospital a Paco Ureña y le quitó el sitio que  ocupó Sebastian Ritter; tuvo el colombiano el caballeroso gesto  de brindarle el toro a su compañero herido.
Fallan los toros, pero  lo que no falla es el flamenco.  En   lejanos tiempos  mi fortaleza física y mental se medía por mi resistencia a la noche del jondo,   que no decaía ni con el lucero del alba. Hoy, en estos días en que Madrid se convierte no solo en la capital mundial del toreo, sino en la capital mundial del flamenco, no aguanto ni siquiera una noche en la Quimera de  Antorrin Heredia. 
El gran acontecimiento de estos dias es Suma Flamenca, un clásico ya de la CAM,  en el que participa   el yunque, la fragua y el bronce ancestral. En dos ocasiones he tenido el  honor de participar, subsidiariamente, en él.  En la primera, María Toledo cantó versos de El fulgor del Círculo. Nunca me sonaron mejor mis  versos. En la segunda, que titulé Albero y Ceniza, milagrosos  Clara Montes, Isabelle Stofell,  Antorrin Heredia, el Persa, con espacio escénico de David Loaysa y dirección de Mariano de Paco. La cumbre fue un gran actor de la Royal Shakespeare Company  en el papel de un guiri ilustrado, un Hemingway despistado, Greg Hicks,  trashumante de la Maestranza a Pamplona. Gracias a Ruperto Merino y Amado Jiménez Precioso he tenido felices incursiones en el mundo de la copla y el flamenco,  algunas  de forma anónima y gozosamente desinteresadas.

Estos San Isidros me hubiese pasado las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio en la sala García Lorca, de Antonio Benamargo, escuchando, viendo, sintiendo a Talegón de Córdoba, la Tobala, Pansequito, Cañeta de Málaga, el Güito, Aurora Vargas. Después  de una corrida de toros en las Ventas del Espíritu Santo, nada como  una juerga flamenca. Eso puede ser la resurrección o la muerte y no quiero tentar al destino. Así que me pongo frente al equipo de música y con mi colección de grabaciones flamencas nada desdeñable y desde Pepe de la Matrona a Camarón hago un intenso recorrido por el mejor flamenco de todos los tiempos. No es igual que andar de tablaos, ventas de carretera y de teatros; pero algo es algo.

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