Ana Blanco, posiblemente
la más segura y con más oficio de las presentadoras de televisión española de
todos los tiempos -y con más conchas de estrella indiscutida que un galápago- a doña Leticia,
Reina de España, la
llamó doña Noticia. Una traición del
subconsciente, un lapsus de cuando, en televisión española, Leticia empezó a presentar un
telediario y Ana Blanco le hacía luz de gas y pedía su cabeza cada mañana y cada tarde a los
mandamases de la tele. Aunque Leticia se sabía protegida, se escondía en los
lavabos para llorar a solas porque nadie la quería, y menos que nadie Ana Blanco; sólo el Príncipe. Ya empezaba su calvario de princesa. El lapsus de quien nunca los comete no ha pasado inadvertido. El poco rato que seguí la ceremonia me fijé en si la señal de
dentro del Congreso era mejor, peor o distinta que las otras. Me habían enterado,
a lo peor he sido el último, de que
Televisión Española no puede entrar en
las Cortes porque la exclusiva de imagen la tiene Teléfonica que luego vende la
señal a quien se la compra. O sea que la proclamación de Felipe VI, Rey de las
Españas, la hemos visto por la televisión estatal, pero no era de la televisión
estatal. Hay muchas formas de privatizar y esta es una. Otra son algunos
teatros institucionales cuya burocracia económica está en
manos de empresas privadas encargadas de su gestión.
Y en toros pasa algo parecido. En algunos pueblos de Iberia aficionados y
oposición se le tiran a la yugular al alcalde, sea del signo que sea, cuando pretende rentabilizar una plaza de
toros, con gestión municipal, en vez de subvencionar a empresas organizadoras
de la Feria. Son pecata minuta, pero indican que la naturaleza del Estado
que nos muele a impuestos es una naturaleza privada; es decir al servicio de la
clase dominante.
El rey abdicado y abdicante, Su
Majestad Juan Carlos, está mal. Se le
vió en los saludos protocolarios del Balcón, solo hay un Balcón: el de Franco de
la plaza de Oriente. Yo le dediqué a este Balcón parte de un libro de mala
fortuna, que se titula Mujeres en la
memoria; rechazo y seduccion del felipismo. Al Rey padre le fallan las piernas, le falla todo. Parece
un dominguillos, un tentieso que tiene el tieso, pero le falta el pie. Un
soplo, una caricia, una efusión lo puede derribar. En esto ha quedado la
célebre cirugía de un médico español, cerebro de la medicina de EE UU llamado
por la Casa Real para hallar el Bálsamo de Fierabrás. Estaba mejor cuando lo
cuidaban los doctores Angel
Villamor y Rafael Durá, de Iqtra, sin que yo quiera decir con esto que
Villamor sea irremplazable y que no haya otros grandes traumatólogos en España.
Recuerdo al difunto doctor Miguel Angel
Martí Esteve, un genio, amigo de
Bergamín, Barros y otras lumbreras, que hace 25 años, en mi primera cirugía, me puso
casi a torear. Y a Carlos Martí, su
hijo y sucesor. El Rey estaba mejor
cuando lo veíamos salir del hospital San José gastando bromas y con cierto
cachondeo, pensando acaso en irse a cazar los elefantes de Corina u osos borrachos
en lejanas tierras. Que le quiten lo bailado; en materia de fornicio y de bebercio
buena y envidiable vida se ha pegado, Majestad.
Majestad, ya no estamos para nada con esto de
los huesos; yo, por lo menos, tengo un
pasar y como no soy cazador voy tirando con una muleta ortopédica que, además, es de diseño. Incluso, las pocas veces que voy a una plaza de
toros, me permito un chiste muy celebrado por los aficionados: “esta tarde los
únicos muletazos van a ser los mios”. Descanse, Majestad; en Iqtra hay
buenas/os fisios: Carolina, Patricia,
Ana, Jose, José Luis, Jesús, por cuyas manos pasan lo mejor de la torería y la gente de la farándula. En la Asociación de la
Prensa -clínica Freitag- tenemos a la
señorita Gaviría, pero usted, Majestad, no es
periodista. Y lo siento por usted, tan ducho en seducciones Muchos periodistas
que escriben con los pies, se fingen inválidos para que los traten Freitag,
señora Viernes, y la señorita Gaviria,
que son un amor, dos amores. Y cuando salen, esos periodistas escriben mejor, palabra.
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