OBJETIVO; MATAR A
FRANCO
Matar al Generalísimo, muerto en
su cama tal dia como hoy en 1964, la memoria no me traiciona, era el sueño de
muchos españoles. Lo mismo que morir por él era la disposición sacrificial de
otros muchos. Franco y su Cruzada, bendecida por la Iglesia y financiada al
principio, por el pirata del Mediterráneo, Juan March, nos habían salvado del
comunismo sin dios. España era una cárcel para los republicanos que no habían podido escapar al exilio.
A mí, un descerebrado, de la
ultraizquierda descerebrada, me encargó matar a Franco, cosa que acepté resulto
y gozoso. Franco veraneaba en el Pazo de Meirás, Sada la Coruña, que había sido propiedad de doña Emilia
Pardo Bazán, la autora de Los pazos de Ulloa, amiga jaranera de Galdós y
feminista anticipada. Yo era periodista y no recuerdo qué revista me había
encargado un reportaje sobre el veraneo de Franco. Como periodista, tenía
acceso y credenciales a todos los actos en que Franco participara. Llegó al Pazo de Meirás, en loor de
multitudes, apenas protegido por unos guardaespaldas, pocos y despistados. Lo
tuve a seis o siete metros. Nadie me había cacheado, les bastó comprobar mi
carné de periodista y la credencial de la revista. En el bolso llevaba una granada
de mano; hubiera bastado dejarla rodar a los pies del Generalísimo y adiós
Franco, Franco, Franco. Pero me acojoné al pensar que yo también volaría hecho
cachos por los aires y que lo mismo les ocurriría a muchos inocentes. Aquello
me valió para comprobar dos cosas: que es fácil consumar un magnicidio si estás
dispuesto a morir en el intento y que no
tengo madera de héroe ni de mártir.
Sin embargo, estuve a punto de
morir, por causa de Franco, una noche en una taberna de Burgos, haciendo unos
reportajes sobre el Camino de Santiago con Pepe Pastor, reportero gráfico y
cabeza blanca de emperador romano. Pastor había sido piloto del ejército
republicano y, una vez depurado, se colocó de fotógrafo en el periódico Arriba. De allí, pasó a retratar las audiencias de
los jueves en el Pardo, ignoro por qué razones salvo las determinantes de
trabajar en el Arriba, periódico de la Falange que ya empezaba a
desfalangistizarse. La noche de Burgos pudo ser trágica. Entramos en una taberna
que presidia una gran fotografía de Franco. Empezamos a hablar con el tabernero
de la situación de España y, en un momento determinado, a mí se me ocurrió
decir que de todo lo malo que ocurría en España, la culpa la tenía el cabrón de
Franco. El tabernero salió de la barra armado de una botella de vino en la mano
derecha y un cuchillo jamonero en la izquierda. Iba a atizarme el botellazo,
cuando Pastor le sujetó la muñeca con mano de hierro y le quitó el cuchillo. Le
dijo que él era fotógrafo del Pardo y que, en el fondo, los dos éramos
franquistas. Que aquello había sido cosas de una copa de más por mi parte. “Yo
te prometo, cuando quieras, una audiencia con el Caudillo, que allí tengo yo mucha
mano”. Mano y dinero tenía Pepe Pastor en el Pardo,
pues por una foto saludándole al Caudillo o contándole las cuitas que no
escuchaba, pagaba lo que le pidieran. El tabernero burgalés acabó invitándonos
a los bocatas de jamón y a la botella de vino, un Rioja de buena añada, con la
que había querido descalabrarme.