martes, 29 de mayo de 2018

ESCAPARATE DE LIBRERÍA



Cuatro textos de ADE, Serie Literatura Dramática
Teatro sufragista. Edición, selección  y versión Verónica Pacheco Costa. La defensa del derecho al voto de las mujeres halló en el teatro una gran arma de propaganda política. El mensaje del teatro es muy directo. La sufragistas crearon compañías, desempeñaron puestos directivos, fueron actrices. Controlaron en suma todo el proceso de producción teatral. Este volumen presenta ocho obras teatrales de las  autoras más representativas de este movimiento. Aborda los problemas laborales de la mujer, sus posiciones políticas y sociales. Es la primera vez estos textos se vierten al español.
La cacatúa verde. Autor, Arthur Schnitzler. En una taberna de París llamada la cacatúa verde cómicos improvisan escenas de crímenes y delitos para diversión de los espectadores. El tabernero es un revolucionario que quisiera ver muertos a todos los aristócratas Es la víspera del 14 de julio de 1789, fecha en se tomó la Bastilla. Teatro dentro del teatro. Esta obra  es considerada la mejor de Schniztler y él la calificó de “farsa grotesca en un acto”. Decadente condición de la crepuscular sociedad de su época, en que ficción y verdad sangrienta se confunden.
El malentendido, El petimetre corregido.- Autor, Pierre C.C. de Marivaux. Edición y traducción  de Lydia Vázquez. Sólo el amor merece la pena y es él que nos llena de esperanza y nos protege de todos los malos. En El malentendido, la apariencia idéntica de dos hermanas confunde a su enamorado. En El petimetre corregido impulsará al protagonista a despojarse de sus formas afectadas. Dos comedias en las que el amor descubrirá lo mejor que llevamos dentro.
La hora del lince.- Los fabricantes de imágenes. Autor, Per Olov Enquist. Traducción y  Edición, Elda García-Posada . Per Olov Enquist es posiblemente el mejor escritor sueco vivo y estas dos obras son lo mejor de él.. Ade lo presenta en España por primera vez. La hora del lince  la escribió en 1988. En una crisis de alcoholismo: culpa, redención  y un protagonista autor de un crimen.   Los fabricantes de imágines fabula un encuentro entre Selma Lagerlof  y el cineasta Viktor Sjöström y la actriz Tora Teje. Ingmar Bergman la adaptó teelevisión.                                                                                                                                                                                                                                                                           

sábado, 26 de mayo de 2018

ANGÉLICA LIDDELL, BELLEZA Y VIOLENCIA


La picaresca y España
Malos tiempos para la lírica, sentenció Bertold Brecht. España es un país de pícaros y aquí nació la novela picaresca, espejo modélico de nuestra existencia. Pero  los pícaros, como Lázaro de Tormes y otros congéneres, tenían grandeza. Hoy los que aspiran a pícaros, son siervos del poder, un poder corrupto que usa la corrupción como forma institucional, como sistema de gobierno.  O sea que no son pícaros, sino ladrones; y la gobernanza del país está en manos de ladrones y racistas. Quién podría dedicarles una novela a Mariano Rajoy, Kim Torra, Pedro Sánchez, Puigdemont? Este país llamado España, y los aledaños que persisten en desgajarse, no es el patio de Monipodio, ni siquiera una casa de putas -sinónimo de desbarajuste y desorden- honorable institución que marcó la postguerra, cuando yo era un niño y estudiaba en un Seminario. Escritores como Jesús Pardo, Camilo José Cela y el propio Umbral han escrito mucho sobre ello. Con Pardo hice algunos viajes por los países del telón de acero. Como la embajada rumana en Madrid me había encargado una biografía de Ceaucescu que nunca escribí, Jesús Pardo compañero de viaje y yo nos dedicamos a estudiar historias de vampiros.
 Estos  tiempos de tribulación, me han quitado también las ganas de escribir sobre la Alfarera Prodigiosa que ignoro si sigue siendo alfarera y sigue siendo  prodigiosa. En realidad eso depende de mí que la inventé y le dí maravillosas formas que parecían torneadas por ella misma. Borja Ortiz de Gondra nunca se creyó que la alfarera fuese personaje de invención, sino real y tangible. Escribí bellas cosas de ella; pero los personajes inventados son volubles y cambiantes según juicio del autor. Sigo insistiendo que, como invención, la bella alfarera era un invento acabado, imposible de sacar de la realidad; el toque un poco canalla que le ponía en mis cartas era para añadirle enigmas.  Siempre hay rasgos, fantasías que uno toma de la realidad. Pero en síntesis, admirado Borja, la alfarera no fue más verdad  que tú no seas de Málaga, aunque los de Bilbao podeis nacer donde os de la gana.
A mí  lo que de verdad me gustaría hoy es estar en Kiev para cantarle el alirón al Real Madrid o escribir crónicas de fútbol.   Mario Gas me preguntó un dia de qué equipo era yo y le contesté que de cualquiera que ganase al Barcelona o al Real Madrid. En realidad soy de Bilbao, del Bilbao de Zarra y de Gainza.  Hoy no, hoy soy acérrimo del Real y hasta confío en que Ramos no haga de las suyas. Aún estamos buscando aquel balón de un penalti que mandó a la estratosfera sin posible retorno.

ÁNGELICA
Como el libro de Ángélica Liddell y el revuelo armado en los Teatros del Canal ya me  ha proporcionado tres noches de insomnio,  sé lo que haré esta tarde: siesta grande para no dormirme en el partido de Kiev. Con Angélica me reafirmo en algo en común:  la pasión por Teresa de Jesús. Y la pasión por los padres: ella siempre tiene cuentas que ajustar con ellos y yo solo  les guardo amor. Un poemario como Una costilla sobre la mesa, que empieza “Sostenme voy a caerme” puede llegar a ser un libro de cabecera. O no. Tampoco acepto ese contradios con que, después de haber escrito un libro así, se atreve a definir la poesía: “la ardiente necesidad de quedar mudo para siempre”. En fín, cosas de Angélica.




miércoles, 23 de mayo de 2018

TIEMPO DE DESTRUCCIÓN



Tiempo de destrucción

Autor, Luis Martín-Santos.  Versión, Eberhard Petschinka. Traducción, Ronald Brouwer. Dirección, Rafael Sánchez. Escenografía y vestuario, Ikerne Giménez. Iluminación, Carlos Marquerie. Reparto; Sergio Adillo, Lola Casamayor, Julio Cortázar, Roberto Mori, Lidia Otón, Fernando de Soto, Carmen Valverde. Escenario Cuatro
Luis Martín-Santos, novelista, reivindicado por el teatro, Tiempo de silencio,  en un ajustado montaje de Rafael Sánchez. Es un montaje herido y testimonial; hay en él toda la mugre de una España silenciada más que silenciosa; una muerte brutal tras un aborto clandestino, turbias complicidades en esa zona fronteriza entre el lumpen y el proletariado. El teatro y la literatura, cuando se abordan desde las entrañas de una razón convulsa y   raíces comunes, se trasvasan misteriosas influencias por encima de tiempos y de estéticas.
Rafael Sánchez afronta esta complejidad con mano firme. Por un lado la recreación de ese ambiente de chabolas y miseria con injertos surrealistas unas veces, sombríos casi siempre; confluencia de estéticas y de estilos bien unificados; y una interpretación global en la que todos, menos Sergio Adillo, el médico, doblan papeles. Unificar esa diversidad sin anular las individualidades era premisa irrevocable.  Sergio Adillo (don Pedro) es la conciencia de Tiempo de Silencio, trasunto o alter ego del autor, pudiera ser; protagonismo que a veces le pesa demasiado. Mención especial a una veterana, Lola Casamayor, la matriarca siempre espléndida, y a Lidia Otón plural y polifónica. Carmen Valverde parece tener asegurado su porvenir en el teatro español. Y la zafiedad de Julio Cortazar en Cartucho, la narratividad de Roberto Mori, el énfasis a veces sobreactuado de Fernando Soto, el Muecas, y más cosas que quizá olvide.
 Luces de Carlos Marquerie, vieja escuela de Rodrigo García y la Carnicería de Pradillo. Notable  tanto en la iluminación ambiental, en la que predomina el  color tierra de fondo, como en la exacta focalización sobre las escenas concretas, actores y sus movimientos.