lunes, 2 de marzo de 2020

Becket, el absurdo y Fernanda Orazi


Cruel pureza del absurdo
Los días felices
Autor, Samuel Becket. Versión y dirección, Pablo Messiez. Escenografía y vestuario, Elisa Sanz. Iluminación y vídeo, Carlos Marqueríe. Espacio sonoro, Óscar Villegas.  Reparto; Francesco Carril y Fernanda Orazi. Escenario, Valle Inclán.   
El teatro del absurdo es el realismo estilizado en tiempos de aflicción; además de ser la única explicación posible de la existencia humana inexplicable.  Winnie, protagonista de Los días felices, es un personaje fascinante. Y el talento de Fernanda Orazi lo hace más fascinante y turbador: una mujer, enterrada hasta la cintura, dialoga con su esposo, voz invisible hasta que al final se materializa en un cuerpo. Winnie es un personaje que marca a un autor y acaso el panorama teatral de una época.  Formidable Fernanda Orazi, en un registro dramático suavizado por el humor y la ironía. Un catálogo de gestos y ademanes, los innumerables gestos que una mujer normal despliega a lo largo del día; maquillaje, vida cotidiana, autoafirmación o desconexión con la realidad que, a la postre, es la esencia del absurdo, sea la filosofía de Camus o la teatralidad de Arrabal, Becket o Ionesco. Formidable Pablo Messiez en la dirección de un texto estático, difícil de dirigir precisamente por su estatismo, por la raíz literaria del mismo. Es un acierto   la acumulación de cascotes en vez de tierra, que da a la escenografía cierto carácter de expresionismo sucio. Apoyado en Carlos Marqueríe, mago de la iluminación creadora y ensimismada, Messiez narra en esta función el paso de las horas del día; desde el amanecer hasta el atardecer incandescente y rojo. Para simular la noche la escena se va a negro y se sugiere con un apagón total, recurso que se me antoja pobre y fácil.
Cada gesto de Fernanda Orazi es un enunciado dramático, cada silencio y cada palabra una invitación a descubrir el sentido o sinsentido de esa mujer medio enterrada. Los días felices es la pieza definidora de Samuel Becket y la pieza clave del teatro del absurdo en todas sus vertientes. Menos conocida que Esperando a Godot, pero de una onda expansiva demoledora; una angustia insidiosa y un desasosiego paralizante; en Becket está el teatro de la crueldad de Antonín Artaud con más énfasis que en el absurdo de Ionesco; y  está el absurdo existencialista de Albert Camus, por ejemplo;  el teatro como purificación  y catarsis descarnada.

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