Antropoceno
Idea y dirección, Thaddeus
Phillips. Espacio escénico, Emilio Valenzuela y Thaddeus Phillips. Iluminación,
Paloma Parra. Reparto Silvia Acosta, Julio Cortázar, Kateryna Humenyuk,
Almudena Ramos. Escenario, la Abadía.
Condenados
El mundo camina hacia el
desastre, hacia su autodestrucción planificada. De vez en cuando, alguien toca
a rebato. Pero es un fenómeno que se
mueve por un marketing muy planificado. Antropoceno es una obra
necesaria en su intención y prescindible, o al menos confusa, en su
materialización. Se trata de un encargo de José Luis Gómez a Thaddeus
Phillips tras una serie de peripecias más causales que casuales; en
cualquier caso, el azar unido a la necesidad. La función se resiente de un
exceso de literatura. Y de doctrina.
Elementos discursivos y literarios, aunque a veces prevalecen, para descanso
del espectador, efectos lumínicos de grandes resultados. Cansa y termina por
aburrir a algunos. Entusiasma a otros que aplaudieron con calor. El teatro doctrinal,
aunque no hay teatro inocente, nunca ha dado resultado. No hay teatro inocente,
ni siquiera el más combativo o el más acomodaticio. Está correctamente interpretada, sobre todo
por el poliédrico Cortázar, sin grandes luminarias. Montaje correcto, sorpresivo
a veces; escenografía giratoria. Podríamos llamarlo “teatro de cámara”; o
“teatro de arte y ensayo”, expresiones muy celebradas hace años. Toca una
realidad muy próxima, alentada por la
carismática Greta Tunder de cuya predicación se perciben ecos innegables. La
gente también se interesaría si una obra de teatro tratara, en estos días del
maldito coronavirus, sobre la peste que nos asuela.
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