jueves, 16 de octubre de 2014

RUEDO IBERICO, DE GARRIGUES WALKER A NATALIO GRUESO, LA SOLEDAD


Los espejos de Lhardy.
 Si los espejos de Lhardy hablaran, dijo Carlos Abella en una charla sobre el histórico restaurante. Pensaba dedicarle un fragmento de este diario; pero Lhardy y Abella, dan para un post entero. El próximo. Lhardy fue picadero real y aristocrático; centro de conspiraciones. Y el del homenaje a Manolete de toda la intelectualidad,  cuando la contrapropaganda del Régimen quiso demostrar que Manolete seguía siendo de los suyos. Abella puso el no hay billetes.  Atentos al próximo post.

Biografía de Antonio Garrigues Walker.

Es el nombre y el hombre de estos días; el representante de una saga kennedyana y liberal que ha sido partícipe activo de la historia de España y podría decirse de la historia del mundo del atroz siglo XX. Han publicado una biografía autorizada que casi no lo parece pues, según he escuchado al biografiado, ni ocultan ni maquillan sus fracasos. Antonio Garrigues es un liberal consecuente.

A mi,  el liberalismo como conciencia  abierta, pese a algunas rudas experiencias,  me interesa más que el liberalismo como doctrina económica. Cuando la Oprobiosa, si escuchaba a algún azulón decir, “mira, muchacho, yo soy un liberal, sabía que era una amenaza”. Los exorcismos de Franco igualaban a marxistas ce cualquier pelaje, masones y liberales. En lo económico, sabemos la impostura del socialismo estalinista; pero también sabemos dónde nos está conduciendo el liberalismo, si es liberalismo la corrupción que nos anega.

Con Garrigues es fácil entenderse, incluso desde postulados políticos muy poco liberales como es mi caso. Es poeta, es autor dramático con 50 obras de teatro escritas aún sin contrastar con el gran público. De ahí, de esa capacidad para aunar abogacía, economía y poesía y teatro, quizá me venga la admiración, y la amistad, con Garrigues Walker. Siempre muestra hacia las cosas una mirada tolerante y compasiva. Estoy deseando leer la biografía autorizada.

Teatro; dos obras de terror.

Dos obras he visto estos días  que me han llamado la atención de índole absolutamente diferente por no decir antagónica; Diez negritos, de Agatha Christie en el Muñoz Seca y Excítame, un musical terrorífico de Stephen Dolginoff. Ambas son algo más de lo que parecen. En Diez negritos, el misterio de una trama asfixiante la conduce magistralmente Reguant de sorpresa en sorpresa, incluso para quienes  sabemos de memoria trama y desenlace. Es más que un misterio; es una idea de la culpa y el castigo, la certeza de que nadie puede escapar a un crimen aunque la ley no haya podido demostrarlo. Hace años Pedro J. Ramírez me encargó un reportaje trasponiendo los personajes de doña Agatha a una vendetta política de Felipe González contra gente de su equipo. El reportaje en el Mundo fue una bomba. Personalmente, creo que fue de lo  mejor que, en 25 años, he dado al Mundo, con otro sobre el asesinato de los novilleros en Charco Lentisco, de Murcia.

 El verano en Colmenar Viejo suelo emplearlo en lecturas policiacas y de novela negra. Clausurado el retiro, siempre menos apacible de lo que uno quisiera, vuelvo al ensayo, la lectura de teatro y la poesía, en realidad nunca abandonados del todo. Todas los intrigas de doña Agatha, con Diez Negritos en lugar de honor, están en mi biblioteca. Ahora me encuentro mi novela preferida en una buena versión de Ricardo Reguant, en el Muñoz Seca, que introduce algunos elementos dinamizadores de la acción: una variante en el desenlace necesaria, pues la trasposición textual de la autora es inviable en escena, y las edades de algunos de los personajes. Notable una interpretación coral con especial mención a Lydia Miranda en un personajes confrontado a varias bandas y en situaciones explosivas con los demás.

Excítame

O el amor como devastación: La destrucción o el amor, que escribió Vicente Aleixandre. O Espadas como labios, que también escribió el gran poeta. Excítame, el crimen de Leopold y Loeb  es una dura  historia de amor y de dependencia afectiva; pasión y desesperación. Una cruel historia de seducción, de venganza y desesperación: capacidad de dolor  del sometido, dominio y poder del seductor. Con un crimen de por medio y un pacto de sangre.

El texto de Stephen Dolginoff es magnífico, matemáticamente estructurado  y un ritmo ascendente en el que no todo es lo que parece: la víctima pudiera ser verdugo y el verdugo un poder  sentenciado. Digo pudiera porque, como en las novelas de misterio, el enigma se mantiene hasta el final con una gran fuerza  interpretativa y una dosificación de las sorpresas extraordinaria. No tengo especial simpatía por los musicales, pero los pasajes cantados están más cerca de Kurt Weill y Brectht que del musical puro y duro.

Pese a este sello, me gustaría ver esta historia a palo seco: teatro puro sin esas injertos de música que, personalmente, me rompen la emoción de lo trágico.   En la dramaturgia se nota la mano de Pedro Manuel Villora, una de las mentes más inteligentes y activas del joven teatro español; al menos, la noto yo. Víllora estrenará pronto, como director, un texto de Ainoha Amestoy.    

La soledad, novela de Natalio Grueso.

Una novela poemática de Natalio Grueso, hasta hace poco director del Teatro Español: insólita en el panorama narrativo español; un lirismo sentimental y cultural, una narración agridulce en torno a la cultura y la geografía del mundo entero. Sostener la intensidad restrictiva del poema, que por naturaleza es un núcleo expansivo, es relativamente fácil en un relato corto;  mantenerla en una novela de gran aliento es más difícil. Hay que tener pulso sostenido de narrador. El autor adopta una estructura de capítulos breves que son fábulas, sueños o ensoñaciones; pero no se trata de una adunación de historias yustapuestas. Todos ellos tienen un hilo conductor, el viaje de Bruno Labastide por los lugares míticos del mundo: una biografía asentada en los lugares míticos de la memoria.

Es, sobre todo, un viaje hacía la intimidad del corazón devastado por la soledad. La técnica narrativa de Natalio Grueso convierte las sensaciones emocionales en puntos clave de una historia con muchos personajes unidos por parecidos sentimientos. Me cuesta creer que ésta sea la primera novela de Natalio Grueso, debe de tener otras escritas. Como obra primeriza sería una sorpresa. Sea o no sea la primera experiencia es  una cadena de sorpresas; cada una refuerza la anterior y predispone a la siguiente Y es una búsqueda de solidaridad y convivencia, posiblemente estéril, a través de la amplitud y diversidad de la cultura. 

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