sábado, 25 de octubre de 2014

RUEDO IBERICO. CABARET: ROMA CALDERÓN; UN MILAGRO DIVINO Y CARNAL


 

Roma Calderón, unas piernas que llegan justo hasta donde empieza el corazón, incluso hasta donde reside el pensamiento: columnas jónicas, dóricas o corintias, da igual. El rostro, siendo bello, baja un poquito. Imposible estar a la altura de tal arquitectura. Y una inteligencia rápida y simultánea que sube y baja vertiginosamente por su luminosa anatomía. Esta mujer, al contrario de los presidentes norteamericanos, sí puede andar y mascar chicle la vez. O mejor dicho bailar, andar y beber tequila;  lo ví y lo olí: era tequila, no manzanilla de atrezzo. No bebí, como me ofrecía Roma Calderón, porque,  en homenaje a Malcoln Lowry y su cónsul de Bajo el Volcán en Cuernavaca, sólo  bebo mezcal con gusano.  Mis amigos mexicanos, puros machos,  se cabrean cuando les digo que el tequila es una mariconada. De mezcal me aprovisionan  dos estupendos directores de teatro: Nacho García  y Santiago Sánchez. Nos lo bebemos juntos en el Café Gijón, que nos dejan por ser clientes ilustres.

Un reparo: los de las primeras filas acabamos  con tortícolis de mirar atrás cuando Roma Calderón bajaba de la tarima y se desplazaba hasta las últimas,  de atrás,  del Nuevo Alcalá  para  gozo de los elegidos. Un poco de compasión. Roma Calderón, toda piernas, toda corazón y toda inteligencia. Un ser sobrenatural si no fuera porque su arquitectura es tangible, pura realidad depurada, transustanciada, ascendida a los cielos del pecado. Cuando se sentaba en las rodillas de algún espectador o espectadora, me invadía la melancolía de la edad.

 Hace 40 años, más o menos, Sara Montiel se sentó en mis rodillas y me cantó al oído Fumando espero. “Oh tempora, oh mores”. Estuve un tiempo  sin cambiarme de pantalón y sin lavarme la cara, como Sawa cuando  Víctor Hugo   le besó en la frente. El beso de Sara Montiel  permanece indeleble, cerca de la comisura derecha, en mi cara, aunque me lave, lo sé. El pantalón no tuve más remedio que mandarlo a la lavandería pasadas unas semanas. Y acaso debiera haberlo mandado mucho antes; por simple higiene.

La próxima vez que vaya a ver a Roma Calderón en el Nuevo Alcalá,   a la hora casi bruja de  las 23,30,  mezkal y beso, por lo menos. Un aposentamiento, aunque fuera muy delicado, en mis rodillas  sería  demasiado para mis piernas ruinosas. Aunque quién sabe, acaso ese cuerpo divino realizara el milagro como si fuese la virgen de Lourdes. Yo creo que, a Roma Calderón, de virgen le queda poco o casi nada. No es una canalla como pretende aparentar, pero tampoco tiene pinta de sacerdotisa o de vestal.

 A mi me expulsaron de la Escuela de Cinematografía hace una eternidad por intentar filmar un corto que se llamaba Las vírgenes inútiles. ¡oh tempora!. Era  jefe  de estudios un  coronel de artillería, que no sé qué tiene qué ver esta gloriosa arma con enseñar cine. Pero  en  tiempos del inepto inquisidor Julio Baena  como director todo era posible. Llegan a ver estos dos hombres, el coronel y el inquisidor, a Roma Calderón y la pasan por las armas  o la queman en la hoguera.

Pinter visto por Irina.

En el programa de mano que nunca leo, salvo para la ficha técnica, escribe Irina Kourbeskaya: “Durante siglos la humanidad ha estado construyendo un water. Ya es hora de tirar de la cadena”. Acaso por eso arranca su montaje  de Regreso al hogar con los actores defecando , mientras leen el periódico y se enzarzan en discusiones. Eso mismo hizo Calixto Bieito con no sé qué Ópera  en el Liceo de Barcelona y se organizó una gresca propia más de la Rambla canalla que del Liceo exquisito. Ignoro qué razones adujo Calixto, salvo la soberana voluntad del director, para hacer lo que le venga en gana. La razón de Irina Kourbeskaya puede radicar en una frase de la obra,  que Lenny arroja contra Max, su padre como una cuchillada: “haces una comida para perros”. De ahí, supongo, los retortijones de tripas y los  problemas de esfínter de los personajes. Y la decisión de Irina.  

En Tribueñe no pasó nada, salvo la extrañeza de que una mujer de Teatro de Arte, experta en la ritualidad de Lorca, Chejov y el esperpento de Valle Inclán, entre en el universo bronco de Harold Pinter. La Kourbescaya ya se ha ganado ese “la” jerárquico de excelencia, que aplicamos a las mujeres muy señaladas: la Espert, la Guerrero, la Xirgu, la Callas;  Como directora sigue  fiel a uno de sus principios básicos: no tocar la letra del autor. Aquí es leal a la palabra de Pinter, pero tengo mis dudas de que lo sea a su espíritu, al insistir reiteradamente en el erotismo de Retorno al hogar. Cierto que en el texto hay una tensión latente, un flúido erótico que se desprende de la bella Rhut, pero muy lejos de la escenas de sexo explícito con que Irina resalta esa tensión.

 En Pinter Rhut no folla con su marido,Teddy,  en el vestíbulo, recién llegados de un viaje, mientras los demás duermen. Tampoco folla con Lenny, un chuloputas,  hermano de Teddy, diez minutos más tarde. Hay en esta escena, insinuada,  toda la tensión tórrida y la lujuria pinteriana: el juego de insinuaciones con un vaso. Con eso tenemos bastante.

Aceptada voluntariamente la prostitución por Rhut, como  negocio y patrimonio común de toda la familia, la bellísima escena del desfile de desnudos por su cuarto  es espléndida , por el sentido ritual de que es capaz de impregnarlo  la directora rusa, que cambia  también el perfil de Joey, un aspirante a boxeador, sonado ya antes de combatir en serio. En resumen, relectura de Pinter y gloriosa belleza.

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