jueves, 30 de octubre de 2014

RUEDO IBERICO; ÚLTIMA EDICIÓN, DE E.GALÁN. ESPAÑA CORRUPCION TOTAL

El periodismo a escena y en la picota.

Malos tiempos para la lírica, decía Brecht. Y malos tiempos para el periodismo y la libertad. Y malos tiempos para todo. En estos momentos, dos obras sobre "las cloacas del poder y las cloacas del periodismo". Última Edición, de Galán-Olivares, de agónicos  bolos por las provincias de la Metrópoli,  cuyos elogios de más abajo reitero a pesar del montaje que parece hecho contra el texto. Pero el prolífico Gabriel Olivares tiene talento suficiente para rectificar un montaje desafortunado. Y acaso, acabar entrando en Madrid.
La otra obra, en el Galileo, Testosterona, con dos interpretaciones estupendas: M.A. Sola y Paula Cancio: la lucha por el poder en un periódico rebelde, en trance de cambiar la línea editorial. Un sobresalto ver a Paula Cancio dándole hirientes y despiadadas  réplicas a Miguel Sola. Total, que el teatro viene a cumplir lo que es propio del periodismo y lo que los periodistas  predicamos: la crítica a los poderes establecidos..

Vuelvo a Getafe donde, al principio de la democracia (en el supuesto de que este fangal político pueda llamarse democracia) pasé momentos de felicidad. Cultura y libertad, teatro y libertad. Recuerdos indelebles  de Andrés García Madrid, un poeta de trinchera que puso en marcha una dinámica cultural que no sé si perdura. Me dicen que más o menos. Si  no perdura que la recuperen. De momento el nuevo alcalde, después de 30 años de gobierno y desgobierno de Pedro Torres, que de todo hubo, va a rehabilitar el teatro de la calle Madrid, donde algunos vivimos momentos de precaria, pero luminosa gloria:  Maxi Rodríguez, profesor de Instituto y director de El Rey se muere, por ejemplo; Y la imponente reina mala, Pilar Ortiz, y la reina buena, la frágil y bella Diana San José y la igualmente guapa, Nieves Domínguez. Benéfica inyección de juventud y belleza: el teatro como regeneración.

Volví a Getafe para ver en el  García Lorca, Ultima edición, de Eduardo Galán y Gabriel Olivares, un director prolífico y multilateral que   asume la responsabilidad del montaje. Recuerdo de él un estupendo Oscar Wilde, hace tiempo en el Maravillas,  La importancia de llamarse Ernesto. Conocí el texto de Ultima edición, cuando sólo lo firmaba Eduardo Galán, hace tiempo. Y me pareció el texto idóneo para una situación política límite como la que estamos viviendo. La nueva versión tiene algunos gags de índole cómica y caricaturesca que debilitan la firme cohesión de la propuesta inicial. Pese a todo, Última edición sigue siendo una obra necesaria en la escena española. Inexplicable que, en tiempos de corrupción absoluta y total,  no entre en Madrid esta obra,  acaso la única del momento  que aborda con valentía la corrupción total que asuela España.

La censura, antes de lápiz rojo y borrón, una grosería, puede adoptar otras formas más sutiles: no hallar teatro o hallarle en condiciones inadmisimibles, o no encontrar editor para un libro como el de Gregorio Morán hasta que apareció, como sucede con frecuencia, Ramón Akal. Ojalá Ramón tuviese un teatro. El García Lorca de Getafe la ha programado y eso es algo que hay que agradecerle al Ayuntamiento presidido por Juan Soler que estaba allí, con dos pares y con la que está cayendo en su partido.

Hay una frase que define la literalidad y el  espíritu de la obra: “las cloacas del poder y las cloacas del periodismo”. Con esto está definida la importancia política y teatral de Ultima edición; quede ello claro mientras la obra agoniza de tumbo en tumbo y de bolo en bolo. El montaje  no está a la altura del texto, pero esto no es una crítica de teatro, sino un comentario político, lo cual no impide reconocer la pobreza  del montaje y el buen trabajo del elenco con especial mención  a Ana Ruiz y Natalia Dicenta.

 Esta es la España de ahora, queridos lectores, la que retrata Ultima Edición. Podrán decir ustedes que en Iberia esto no es cosa nueva y no les negaré parte de razón. Recordemos la Epístola de Quevedo, al Conde Duque de Olivares. O aquel dicho popular referido al de Lerma cuando le hicieron cardenal para ocultar sus rapiñas: “al mayor ladrón de España, para no ser ahorcado  lo vistieron de morado”. Pero esto no es ningún consuelo.

Cena de Baltasar: ceremonial de la eucaristía.

Getafe recuperado y la Sala Kubik Fabrik redescubierta o, mejor, descubierta. Por Usera; Kubik, uno de los máximos exponentes del teatro de barrio que los habitantes incorporan a su vida como el kiosko, la panadería, el estanco o el bar. Ver teatro como jugar al mus en la tasca. En la Kubik vienen haciendo un teatro de auténtica calidad; agitador, comprometido, de vanguardia.  Casi el 50% de su clientela se la proporciona el barrio. Luego, los montajes emigran al circuito comercial con éxito seguro. O sea, la Kubik es una rampa de lanzamiento. Ni un euro del Ayuntamiento o la Comunidad que, con todo lo que afanan sus políticos depredadores, algo podían apoquinar.

El lunes me invitaron a una cena, La cena del Rey Baltasar, un Calderón puro por el verso;  e impuro, entre comillas, por la versión de Carlos Tuñón; un auto sacramental con doce comensales, los doce discípulos de Cristo, se me ocurre a mí, en torno al Rey Baltasar y los pecados y la confusión de lenguas de Babilonia: la idolatría, la vanidad, el pensamiento, el profeta Daniel, la muerte. En los actores está el ritual, la ceremonia; en los doce comensales invitados a una especie  de comunión bajo las dos especies de  pan y de vino, puede estar el espectáculo. Doce privilegiados cada dia que tienen acceso a la taquilla: unos no resisten la mirada de los actores y menos el contacto físico y miran al suelo o al techo cohibidos; otros comen el pan antes de tiempo y beben el vino o rebullen en las sillas.

Baltasar sueña, siempre Calderón y el sueño de la vida, y sueña una cena litúrgica. Fluye el verso  clásico y algunas canciones modernas, como entremeses para relajar la tensión: rito, lascivia, teología, filosofía expresión gestual de los actores con predominio de Jesús Barranco en Baltasar. Y sobre todo teatro ceremonial; ahí van todos los actores,  tras reflexionar sobre los méritos de cada cual y calificarlos de excelentes, algunos con más excelencia que otros: Antonio R. Liaño, Ruben Frías, Alejandro Pau,  Enrique Cervantes, Kev de la Rosa. Final imprevisto, desconcierto tras la comunión y la liturgia,  Baltasar vuelve a recobrar la entidad de sueño y la naturaleza de Rey. Su soledad. La Sacerdotisa, María Diaz,   publicista de estos milagros teatrales, prepara un cena, especial para escogidos, de estos doce apóstoles entre los que no habrá,  creo, ningún Judas desleal. Solo la traición convicta y confesa de la Sala Kubik al teatro convencional de mesa camilla. Aquí también hay una mesa: la mesa de la eucaristía del buen teatro.

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