No hay quien me quite de la cabeza
que Aitana Sánchez Gijón estaba contratada por la Abadía, ayer, como
fan de Asier Etxeandía. Ruperto Merino me juraba, sin perjurar, que
no, que allí no había claque, que el armónico frenesí de Aitana Sánchez Gijón era
pura espontaneidad. Frenési armonico: un contradiós que define, creo, la naturaleza de esta gran actriz. Yo la había tenido delante el dia anterior en el Valle
Inclán, junto a Vargas Llosa, en ese
despropósito contra natura que es el montaje de Marco Carniti de Como
gusteis, todo seria, todo recatada, toda armonía también; un premio Nobel impone mucho. Ayer yo alucinaba en la iglesia de la Abadía, es que flipaba, oye, me frotaba los ojos para despertar de un sueño, no
me lo podía creer: ritmo, baile, aplausos, contorsiones; una verdadera agitadora de masas abducida por
Asier Etxeandia. La locura.
A Aitana siempre la asocio con la armonía de
gesto y de espíritu y ya, durante todo el espectáculo, no pude quitarle los
ojos de encima, miraba más a Aitana que
a Asier, esa formidable fuerza de la naturaleza en un escenario. Claro que para
mirar a Aitana yo no necesito mucho: aparece, donde sea, y se acabó el mundo
para mis ojos. Y Ruperto Merino, que no Javier, que lo de Aitana es espontáne
como lo de todo el público ¿ves?, que aquí no hay claque. No habrá claque pero
Aitana Sánchez Gijón era la porta estandarte, la confaloniera aguerrida de ese
ejército convulso y entusiasta que sigue El
intérprete, Asier Etxeandia.
Lo que Asier cuenta y canta en El intérprete es la historia de un niño
triste, solitario y frágil. La historia de un niño atormentado, de esos que
lorquianamente “escriben nombre de niña en la almohada”. Un niño de Bilbao nada
viril, muy poco machote, lo cual no es un niño e Bilbao. Y ahora, sobre el escenario, una fuerza de la
naturaleza, un torrente gestual, una indecencia mística y mítica, infantil,
brutal y arrasadora. Y de pronto caí en las razones de Aitana Sánchez Gijó, su
voluptuosidad catártica, su entrega sin prejuicios: su liberacióncontagiosa, su
capacidad de líder; Aitana y Asier fueron compañeros en La Chunga, de Vargas Llosa, un trabajo memorable de Aitana, la
ahijada de Alberti, la hija de Angel Sánchez Gijón, traductor de Passolini desde el exilio romano. La Chunga, un trabajo a contraestilo,
acaso lo mejor que haya hecho nunca. Allí debió de nacer esta amistad
tumultuosa y apacible de una Aitana protectora; más protectora quizá que
aquellas mujeres que rodearon la infancia de un niño triste y solitario que, en
su cuarto, se imaginaba todo lo que cuenta aquí y ahora y que desde el maestro
de ceremonia de Cabaret es un
imprescindible del teatro español. Enigma resuelto; pero por culpa de ese
delicado, y a la vez torrencial, frenesí
de Aitana, me perdía parte de lo pasaba en el arriba, en las tablas. Los demás
no, los demás querían invadir el
escenario; sólo faltó un mínimo gesto de Aitana, una arenga.
Mi vecina de butaca recordaba Cabaret, “le entrevisté en la tele y era
espectacularmente hermoso, bello como un dios, como los dioses de Visconti”. ¿Y
ahora?. Ahora…un dios con quince años más; como todos. Al fin, a todos, acaba
por devastarnos la melancolía y la nostalgia. Algún dia también Aitana Sánchez
Gijón tendrá 15 años más. Como los tiene
ya la bella periodista que un dia, cuando lo de Cabaret, llevó a la tele a un casi desconocido: Asier Etxeandia.
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