miércoles, 14 de mayo de 2014

LAS MUJERES DE ASIER ETXEANDIA; EL FRENESÍ DE AITANA


 

No hay quien me quite de la cabeza que Aitana Sánchez Gijón  estaba contratada por la Abadía, ayer, como fan de Asier Etxeandía. Ruperto Merino me juraba, sin perjurar, que no, que allí no había  claque, que el armónico frenesí de Aitana Sánchez Gijón era pura espontaneidad. Frenési armonico: un contradiós que define, creo, la naturaleza de esta gran actriz. Yo la había tenido delante el dia anterior en el Valle Inclán, junto a Vargas Llosa, en ese despropósito contra natura que es el montaje de Marco Carniti de Como gusteis, todo seria, todo recatada, toda armonía también;  un premio Nobel impone mucho. Ayer yo alucinaba en la iglesia de la Abadía, es que flipaba, oye, me frotaba los ojos para despertar de un sueño, no me lo podía creer: ritmo, baile, aplausos, contorsiones;  una verdadera agitadora de masas abducida por Asier Etxeandia. La locura.

 A Aitana siempre la asocio con la armonía de gesto y de espíritu y ya, durante todo el espectáculo, no pude quitarle los ojos de encima, miraba más a Aitana  que a Asier, esa formidable fuerza de la naturaleza en un escenario. Claro que para mirar a Aitana yo no necesito mucho: aparece, donde sea, y se acabó el mundo para mis ojos. Y Ruperto Merino, que no Javier, que lo de Aitana es espontáne como lo de todo el público ¿ves?, que aquí no hay claque. No habrá claque pero Aitana Sánchez Gijón era la porta estandarte, la confaloniera aguerrida de ese ejército convulso y entusiasta que sigue El intérprete, Asier Etxeandia.

Lo que Asier cuenta y canta en El intérprete es la historia de un niño triste, solitario y frágil. La historia de un niño atormentado, de esos que lorquianamente “escriben nombre de niña en la almohada”. Un niño de Bilbao nada viril, muy poco machote, lo cual no es un niño e Bilbao.  Y ahora, sobre el escenario, una fuerza de la naturaleza, un torrente gestual, una indecencia mística y mítica, infantil, brutal y arrasadora. Y de pronto caí en las razones de Aitana Sánchez Gijó, su voluptuosidad catártica, su entrega sin prejuicios: su liberacióncontagiosa, su capacidad de líder; Aitana y Asier fueron compañeros en La Chunga, de Vargas Llosa, un trabajo memorable de Aitana, la ahijada de Alberti, la hija de Angel Sánchez Gijón, traductor de Passolini desde el exilio romano. La Chunga, un trabajo a contraestilo, acaso lo mejor que haya hecho nunca. Allí debió de nacer esta amistad tumultuosa y apacible de una Aitana protectora; más protectora quizá que aquellas mujeres que rodearon la infancia de un niño triste y solitario que, en su cuarto, se imaginaba todo lo que cuenta aquí y ahora y que desde el maestro de ceremonia de Cabaret es un imprescindible del teatro español. Enigma resuelto; pero por culpa de ese delicado,  y a la vez torrencial, frenesí de Aitana, me perdía parte de lo pasaba en el arriba, en las tablas. Los demás no, los demás  querían invadir el escenario; sólo faltó un mínimo gesto de Aitana, una arenga.

 Mi vecina de butaca recordaba Cabaret, “le entrevisté en la tele y era espectacularmente hermoso, bello como un dios, como los dioses de Visconti”. ¿Y ahora?. Ahora…un dios con quince años más; como todos. Al fin, a todos, acaba por devastarnos la melancolía y la nostalgia. Algún dia también Aitana Sánchez Gijón tendrá 15 años más.  Como los tiene ya la bella periodista que un dia, cuando lo de Cabaret, llevó a la tele a un casi desconocido: Asier Etxeandia.

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