Han sido unos días triunfales de Enrique Ponce, una vez recompuesto
de los desperfectos del terrible cornadón
de Fallas; “creí que me moría, esperaba el derrote de la muerte”, dijo ayer en
un memorable discurso al recibir el premio Paquiro, de Jaume Giró, director General Adjunto de la Caixa. Creyó que se
moría y mi recuerdo de aquella tarde es un Ponce, por su pie a la enfermería,
tranquilizando a la gente y, sobre todo a la familia, por si lo estaba viendo
en el Plus: “estoy bien no pasa nada”. Y acababa de ver la muerte cara a cara que aun
estaba agazapada entre los desgarros de su carne, antes de llegar a manos de los médicos. Esa sensación de
equilibrio, esa poética del arte y el dolor es la que transmitió ayer en una
pieza oratoria magistral que, como Bergamín
en célebre libro, podría haber titulado La claridad del toreo. Fue el discurso
de un filósofo y de un tratadista del arte: equilibrio, luminosidad del
estoico. Angel de luz bergaminiano, del clasicismo apuntando a lo románico.
La otra noche de gloria de un Ponce
insólito había tenido lugar dos días antes, en el María Guerrero, que viene a ser como la
Maestranza o las Ventas del teatro, donde había desempeñado el papel de Joselito el Gallo, con Luis Francisco Esplá en el rol de Ignacio Sánchez Mejías. Y el doctor Villamor, su médico, de Jorge Guillén. Y José Manuel Seda, como Federico.
Y María Távora, María Toledo, Antorrín….Noche
grande con el teatro en pie…Pero de eso ya han hablado los periódicos, las
radios y las televisiones.
Hoy lo que importa es el
Paquiro, en su octava edición, cuya
ceremonia ofició Vicente Zabala de la Serna; con eficacia de buen capotero le puso
el toro en suerte a la diplomática y sagaz prosa de Fernando Almansa, de Telefónica y presidente del jurado, y a la más
sentimental y romántica de Javier
Aresti, el otro premiado. En los duros debates del jurado hubo dos candidaturas y con
ello no descubro ningún misteri, aunque las deliberaciones han de ser secretas
como las de los Consejos de Ministros: ya ha sido publicado. Una que, en
minoría apoyamos algunos, defendía un premio único e indivisible, para Enrique
Ponce. Otra, la ganadora, se inclinaba por un premio compartido con la Junta
Administrativa de la plaza de toros de Bilbao. Los argumentos llegaron a ser
casi bizantinos; pero ganó la candidatura dúplice y no hay más que hablar.
Del premio a la Junta se beneficia
Bilbao como gran baluarte de la Fiesta en el País Vasco. Javier
Aresti que en la comida estaba a mi lado, al finalizar, contento
naturalmente por un respaldo muy mayoritario, me ofreció presentar el apartado de una corrida
en las próximas Generales, cosa que ya
hice años atrás con Luis Lezana. Naturalmente
acepté con tal de que me permita, si llego a tiempo, elegir ganadería.
Ponce no es un apéndice de Bilbao, es
Bilbao. Y ya que canta tan bien, ayer podía haber finalizado su modélico
discurso entonando la pieza de Weil y
Bertold Brecht, Bilbao, Bilbao de
la Opera de tres peniques. Y la
capital vizcaína es el espíritu, la emanación y la unión hipostática de dos
naturalezas entre lo humano y lo divino. Creo
que fue Fernando Almansa el que, sutil y filosóficamente, planteó ayer
la cuestión Ponce-Bilbao: “una unicidad dúplice o una duplicidad única e
indivisible”. Brillante dialéctica que
acaba con cualquier duda sobre la significación del doble galardón.
El Paquiro, en memoria del gran
torero y gran legislador de la tauromaquia, nació hace ocho años por iniciativa de Luis María Anson y Luis Abril, segundo jefe entonces de Telefónica de España. En el primero, otorgado a
Sebastián Castella, se me ocurrió recitar un fragmento de Oda a Francisco Montes, Paquiro; In memoriam, de Reiner María Rilke y desde ese preciso
instante, el Premio quedó bajo la advocación del gran poeta. Mas estas cosas
necesitan otras advocaciones; por ejemplo, las pecuniarias y eso Luis María
Anson lo ha manejado con soltura. La primera “advocación” y todas las
siguientes fue la de Telefónica. La de estos días la comparten telefónica y
Caixa Bank. La protección de Rilke nunca nos va faltar. Y la de Telefónica y
Caixa, al menos de momento, tampoco. A su "advocación" encomendamos nuestro espíritu. !Va por ustedes!
San Isidro. (XVII). PESTE DE TOROS. Y TALAVANTE FUERA DE BILBAOPeste de toros del Pilar. Pura ruina, bueyes; y ya se sabe que si en los páramos de España, como decía Miguel Hernández, nunca medraron los bueyes, menos aún medrarán en las plazas de toros. Y menos todavía en las Ventas del Espíritu Santo. Los adefesios de Moises Fraile, carne de matadero y eso con condiciones y rigurosa inspección. Y mientras, Núñez del Cuvillo, el preferido de José Tomás en tiempos, de sobrero, de puto sobrero en la primera plaza del mundo. !Guárdete Dios de que un torero mítico o menos mítico te ponga bola negra. En Sevilla, no hace mucho, Manzanares indultó un Cuvillo y ayer a los del Pilar no pudo darles ni un pase. Manzanares ha heredado de su padre la estética, algunas virtudes como el temple y bastantes vicios que la plaza de Madrid no le perdona. La peor herencia manzanarista es esa: la hostilidad genética. Y eso no es justo.
Decía el otro dia el ex alcalde sevillano de Madrid que los críticos somos volubles y caprichosos; y yo creo que José Maria Alvarez del Manzano, se guardaba palabras menos complacientes. Pudiera tener razón, pero yo creo que quienes cambian son los toreros; por ejemplo el Sebastián Castella de ayer no es el mismo que aquel que premiamos con el Paquiro hace ocho años. Ni de lejos, aunque valor y casta siga teniéndolos en grandes cantidades. Los cambios solo son explicables por la evolución de los toreros. Otra cosa es el cambio vertiginoso de criterio sin que el lector le encuentre fundamentos explicables. Eso es lo grave: las sospechas que el juicio aleatorio y veleta suscita en el personal. Un suponer; lo grave es hacerse tomista de religión y secta con el peor José Tomás, cuando este ha cambiado, de conciencia ética a conciencia financiera que hace el Agosto con una o dos corridas. Y luego pegar el pase cambiado sin que tampoco se vea claro el cambio.
El último toro salmantino y la firmeza e inspiración de Alejandro Talavante estuvieron a punto de remediar la tarde en sus postrimerías. Enrazado, pero inválido de toda invalidez el animal: luminoso y creativo Talavante con la capa, intermitente con la muleta y espeso y pinchauvas con el estoque. Triunfo relativo, pues la oreja se esfumó por la punta de la espada. Me alegro de ese triunfo relativo por Talavante; y por su apoderado Curro Vázquez. A mí Curro, como torero, me parece superior a todos sus poderdantes y eso es una manía, lo reconozco. A Curro, como apoderado, algunos lo han culpado en exceso de lo que todos los apoderados hacen: facilitar la vida a sus toreros. De Curro escribí el, posiblemente, mi mejor libro taurino: Curro Vázquez, sombra iluminada. No es propaganda, pues el libro está agotado desde hace años. Y como estrambote una pregunta a Javier Aresti, premiado ayer con la segunda parte del Paquiro: ¿Por qué no está Talavante en los carteles de la CC GG de Bilbao?. Lástima, porque me hubiera gustado presentar su corrida; esa corrida sin definir que me viene ofreciendo afectuosamente Aresti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario