martes, 30 de septiembre de 2014

RUEDO IBERICO.CORRIDA EN LA PLAZA DE SAN PEDRO. Y OTRAS COSAS.


 

In memoriam

Me llama Txetxu Mazuelas, hijo del gran Mazuelas que era un bilbaíno nacido en Burgos por aquello de que los de Bilbao nacen donde quieren, y que de toros lo sabía todo. De toros, de vinos y de mus. Como su amigo Andoni Olaizaola que acaba de morir.  A Mazuelas, padre, Manu Llorente le dedicó, en verso,  un hermoso obituario que resumía sus condiciones humanas y taurinas.  Txetxu me dice que Andoni ha muerto y con él el  espíritu de los mejores aficionados que van quedando. Las CC GG sin Andoni, para muchos de sus amigos, ya no serán lo mismo sin sus comentarios de toros, sin las partidas de mus en el choco, sin el aperitivo donde se terciara, cerca de la plaza tras el apartado.  De hecho hace varios años ya no era lo mismo. Andoni había casi  desaparecido de la circulación. Adios, amigo. Descansa, en el recuerdo con Mazuelas el grande. Mucho aprendí de toros con vosotros, que apenas os pude devolver en mis crónicas.

Doctor Zúmel.
Rosa Basante me manda el fallo del Premio de literatura taurina, Doctor Zumel que patrocina David Shoet. Es un rito de cada septiembre al que nunca he podido asistir,  pese a tener buenos amigos en la ceremonia de la Moraleja. Ha ganado de nuevo don Francisco Tuduri con el trabajo Propuestas para la elaboración de un reglamento taurino unificado. El segundo premio  ha sido para Antonio Purroy. Tuduri es un clásico del Zímel, casi tanto como José Tomás del premio Paquiro. Era presidente de Illumbe hasta que Illumbe cayó. El Premio Doctor Zumel lleva 26 años apoyando la Fiesta de en sus distintas facetas. Excelentes aficionados taurinos han enriquecido su biografía literaria con él. Todo un ejemplo.

Una corrida en la plaza de San Pedro.

Hace unos días murió un diplomático español, embajador en la Santa Sede y experto en la política florentina de la Iglesia, que se llamaba Carlos Abella. Como el gerente de Asuntos Taurinos de la CAM. Cuando lo nombraron Embajador en el Vaticano eché a repicar campanas y lo confundí con mi amigo el taurófilo, aunque no sabía muy bien qué pintaba mi amigo en Roma; y por algún archivo de locos o, lo más seguro, destruida y hecha cenizas debe de andar una tarjeta que le envié a Carlos Abella, el embajador creyéndolo el aficionado a los toros: “Enhorabuena y espero ver pronto una corrida de toros en la Plaza de San Pedro”. Me refería al otro Carlos Abella, claro. Pero la idea de una corrida en la Plaza de San Pedro -ya hubo alguna en el XV, creo- cuajó en un relato de mi libro Los toros furtivos. Es un relato en el que se funden diplomacia, erotismo refinado, y diplomático y caritativo con altos fines benéficos, el fino entramado vaticano, gastronomía y un repique de campanas uniéndose al pasodoble torero y español. Dios escribe recto en líneas torcidas y de aquella equivocación postal y onomástica  nació lo que considero mi mejor libro de toros Los toros furtivos; relatos de la clandestinidad taurina, que engrandeció con su prólogo Pere Gimferrer.  Carlos Abella, el genuino, no ha dado una corrida en la plaza de San Pedro, pero todo se andará. De momento, le basta con dirigir los asuntos culturales con el buen tacto de un político biógrafo de Adolfo Súarez y autor una docena de libros de toros capitales; por ejemplo, Paco Camino, el Mozart del toreo.

Sabela Hermida, una flamenca ilustrada.

Cualquiera que entre en la Quimera una noche de jondo y de  jarana, además de encontrarse con Antorrin Heredia y su martinete, con el Pescao y su seguiriya, con Juan Ramírez, Raquel Valencia y el Persa, puede encontrarse en el tablao con, Sabela Hermida, una guapa flamenca que sabe más de María Casares que de soleares y bulerías, las cuales,  por otra parte,  baila muy bien. Es gallega, actriz, intérprete  de Castelao y amiga, entre otras celebridades, de Xesús Alonso Montero; y mujer de Antorrín, el gran jefe granadino de la Quimera. No es de extrañar, pues que en un reciente Congreso en Gallego Identidade, Alteridade e exilio, Sabela Hermida haya  presentado una ponencia sobre la hija del último presidente del Gobierno de la República,  Casares Quiroga. Hablar de María Casares es hablar de exilio, de la Resistencia y de Albert Camus. Su vida,  la propia Maria  Casares la definió como Residente Privilegiada.

 La significación intelectual y política de Sabela Hermida, no se acaba aquí. No hace mucho presentó en el Ateneo otra ponencia, ésta sobre Federica Montseny y en el Seminario de Artes Escénicas y Filosofía, de la Universidad Rey Juan Carlos, habló sobre La mujer y la simbología de los femenino en la dramaturgia de Federico García Lorca.

En la Quimera, frente a la sala Tribueñe de  Irina Koubreskaya y Hugo Pérez, -con los que Antorrín ha demostrado su calidad de intérprete además de cantaor- en Sabela y Antorrin se funden la más pura galleguidad y las Cuevas de Sacromonte. Al bajar del tablao, cuando  Sabela saluda a los amigos y se sienta a su mesa, podría dar una conferencia sobre Castelao, por ejemplo. No hay cuidado; cada cosa a su tiempo. A la Quimera se va a beber vino y a cenar, a jalear y tocar palmas. Y si se tiene suerte a escuchar al Pescao y ver bailar a Raquel Valencia, que es otra crack.  

Rancapino y Romero.

Conocí a Rancapino, una tarde en la Maestranza. Toreaba Curro Ronero. Quizá fuera la tarde aquella en que Curro enganchó a un juampedro en el tercio de capotes y verónica a verónica, ganando terreno con milagrosa despaciosidad, rebasó el platillo y siguió camino del tercio opuesto donde no llegó porque le faltaba el aire. A punto estuvo de consumar la hazaña que, según me contó un viejo aficionado, sueña todo torero sevillano: verónicas de recibo ligadas de uno a otro tercio. Rancapino, me parece recordar, ni siquiera ovacionaba como toda la plaza. Estaba en trance y,  concluido el éxtasis,  le hubiese gustado cantarle a Curro. Me lo contó a la salida, bajo la bóveda de la Puerta del Príncipe, con la lágrima a duras penas contenida.

Al poco tiempo Antonio Guirau, director entonces del Centro Cultural de la Villa, me encargó un homenaje a Curro Romero. Hablé con Rancapino, como hilo conductor, con su cante, del suceso y con Emilio Muñoz. Rancapino sólo preguntó cuándo. Y Emilio Muñoz también, aunque matizó: “en Madrid empiezan a pitarme antes de bajarme del tren; pero voy”. Como torero, siempre le tuve a Muñoz una querencia muy especial. Tanto que en el Patio de Arrastre de las Ventas, cuando algunos aficionados estaban en desacuerdo con mis críticas en el Mundo, me gritaban  “vete a Sevilla que el único que te gusta es Emilio Muñoz”. No el único, pero sí uno de los que más, opinión que mantengo.

Los escritores en que pensábamos  Guirau y  yo para acompañar a Emilio Muñoz y a Rancapino, eran Benítez Reyes,  Antonio Burgos, Barbeito, Luis García Caviedes… No hubo lugar siquiera a conectar con ellos porque Curro no estaba seguro de asistir a tan magno acontecimiento. Es decir, estábamos seguros de que no asistiría. El homenaje se fue al carajo con gran pesar de Rancapino que soñaba con cantarle, en Madrid, a Curro Romero.  Dentro de unos días Rancapino vendrá a la Sala García Lorca, de Benamargo. Tampoco estará Curro, supongo, pero a cambio, Rancapino padre presentará a Rancapino hijo que dicen es otro fenómeno.

 

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