sábado, 22 de octubre de 2016

MADRID CAPITAL DEL TEATRO




Madrid, capital teatral del mundo.

No lo sé a ciencia cierta porque a las otras capitales del mundo viajo muy de tarde en tarde. Si antes Madrid fue capital de la gloria hoy es capital del teatro que es, en definitiva,  un tipo de gloria.Me aburre la vida sedentaria, pero cumplidos, aunque  abiertos todavía los destinos de mi vida, me abandono  más a las brisas, dulces céfiros celestes, que a los huracanes. Aceptemos, pues, que Madrid es el centro universal el teatro. Lo que para los aficionados es júbilo, para los críticos son afanes. El pasado miércoles no pude asistir al estreno de El perro del hortelano, circunstancia que no me apenó en exceso, pues cada vez soy más reacio a las parafernalias estrenistas.  Derramé lágrimas por mi inolvidable Pilar Miró  que llevó a las más altas cumbres cinematográficas este Perro.  Vi el montaje de Pimenta (crítica en el MUNDO)  al dia siguiente, lo cual desplazó el estreno de Las Cervantas en el Español, que a su vez desplazó Historias de Usera, ya con notable retraso, que a su vez........ Lamenté el aplazamiento por haber retrasado el gozo escénico de Marta Poveda, Notario, Castejón, Gallardo y un etc largo.  Le regalé a Graciela el libro que le tenía prometido  antes de verano. Y se lo dediqué: "a Graciela, el ángel rubio de la Comedia". Me dio dos besos

 Poesía; Pablo Jiménez, y el arte de morir.

Comprendo ahora, tras una lectura que me ha dejado exhausto, por qué fui incapaz de leer este verano el último libro de Pablo Jiménez (Ars moriendi Edit Beturia, introducción Javier Mangano) un poeta al que sigo y valoro desde hace años. Es una reflexión profundísima sobre la vida y sobre la muerte, el lento y demorado arte de ir muriendo a la vez que se vive a contra estilo: a contra vida y a contra muerte. A veces resuena en  estas páginas abrumadoras el eco mortuorio de César Vallejo, “me moriré en París con aguacero un dia del cual tengo ya el recuerdo”. Vallejo no hacía profecía, sino recuerdo de su muerte. Algo parecido le ocurre a Pablo Jiménez,  un clásico sin retóricas ornamentales,  un sonetista de deslumbrante  perfección. Está fuera de la pomada, quiero decir, fuera de los suplementos literarios de los periódicos. Con frecuencia se pregunta, ante el silencio con que los críticos de élite, reciben sus libros, premiados en ocasiones, para qué escribir. La respuesta es sencilla: para seguir viviendo. O para seguir muriendo.

Oscar Wilde explica “muerte” Alfarera.

Han resultado sorprendentes las reacciones, alguna de ellas airada, ante mi anuncio de que iba a “matar” a la alfarera prodigiosa. Eso demuestra una cosa; que el personaje ha calado como una conciencia sentimental, como una imagen de mujer luminosa a la que los excesos de libertad, suponiendo que en la libertad haya excesos, le aportan un atractivo especial. La Alfarera, sin que ustedes se hayan dado cuenta, hace tiempo que impregna sutilmente  páginas de este diario.  La conocí antes que mi amigo equis, que  en esta historia  apenas pinta nada salvo por el espíritu compasivo de "su" Alfarera, que no es obviamente la "mia". Nada más perverso que un amor compasivo.  Nunca este privilegiado sin méritos, podrá escribir su historia. En contrapartida, nunca la Alfarera modelará su figura en barro. Ni siquiera un boceto a carboncillo de esos que los escultores hacen como estudio previo.

 Está claro que no la mataré del todo; pero si  sigo hablando de ella agotaré la literatura de esa novela que escribiré un dia, no se cuándo;  me devorará como personaje inconcluso. Pero, en parte, seguiré, quizá, siendo rehén de su vida azarosa, de alguna lágrima suya que a veces le quema las mejillas y a veces disimula bailando con huracanes.

 Oscar Wilde ha irrumpido en esta historia, cosa que le agradezco infinito: “sabed que todo el mundo mata lo que más ama; los cobardes con un beso, los valientes con la espada”. Por otra parte, en mi lejana juventud fui crítico de arte  La alfarera seguirá en su alfar, cuando peripecias imprevistas no se lo impidan; y yo veré sus exposiciones que ya empiezan a urgirle algunos coleccionistas. Siempre me dará motivos para escribir sobre ella. Sin vanas sentimentalidades.

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