martes, 22 de octubre de 2019

ANTOÑETE, COLMENAR Y LA CORREDERA


La Corredera y Antonio Chenel
Hubo tiempos en que una oreja en Colmenar Viejo importaba a los toreros más que en Madrid. Por el rigor de la afición y el trapío de los toros. Hay algunos ciudadanos, como el sociólogo Miguel Ángel de Andrés,  que consideran inoportuna  la intención de  convertir la plaza en un centro multiuso con la posibilidad de corridas. La plaza de toros de este pueblo ganadero es una importante seña de identidad.  Desaparecida Carabanchel hace tiempo,  era la segunda de la provincia, hoy Comunidad. Ahora es una edificación moderna,   con capacidad para unos 14.000 espectadores que nunca se llena, pero supera en mucho las seis mil localidades de la antigua.  Las razones sentimentales, para preservarla,  también cuentan. Los más exigentes espectadores de Madrid vienen aquí y algunos aprendimos a ver toros en la Corredera que tiene también su historia trágica:  la muerte de Yiyo,  al que vi morir a pocos metros, desde una contrabarrera del tendido seis. Estuve un año retirado de los toros y con pesadillas.  Esa tarde el destinatario de las iras era Chenel, al que un octogenario sentado a mi lado amenazaba blandiendo su  cachaba, “baldao, retírate que eres  un anciano”. Yiyo  entró muerto en la enfermería. Antoñete se dio cuenta y llorando de rabia, por poco rompe de un puñetazo desesperado las tablas  de la barrera. Más tarde, en un piso modesto de Canillejas, Javier Reverte y yo velamos el cadáver de Cubero, amortajado con un vestido obispo y oro me parece recordar.
Esa tarde me acompañaba Yolanda Merino, artesana de excepción, manos primorosas de artista, hermana de Ana mi mujer; primera salida después del parto de Diana, mi ahijada.  El pintor Pepe Diaz no vio la cogida porque se había marchado   nada más ver la actuación de  Antoñete; pero vendió la historia a la revista Interview como si  hubiera visto la muerte. Pepe Diaz fue antes de artista pintor, pintor de brocha gorda y pintó con Chenel los mojones de la carretera Madrid/Colmenar.  
Antoñete me contaba cosas divertidas y temibles de La Corredera llamémosla de planta baja. Cuando un torero estaba bien las ovaciones se oían en la Pedriza. Y cuando los toreros  pegaban el  petardo los apedreaban desde el exterior con tal precisión que los cantos caían a plomo sobre el burladero de toreros. Las razones de esta exactitud eran sencillas. Los canteadores  de fuera, tenían en el interior un grupo de apoyo logístico que les orientaba; “dos metros a la derecha, un metro a la izquierda”.  Los presidentes de corrida, por  una oreja de más o de menos, a veces salían escoltados por la Guardia Civil. Por lo cual los toreros consideraban un triunfo Colmenar como un hito en su carrera pleno de autoridad. Nunca fue Colmenar “una plaza de pueblo”
 El suceso  más célebre de hace unos años, fue cuando, cabreado por la actuación de no sé qué torero, un espectador tiró al ruedo un zapato. Los guardias se apostaron a la salida con ánimo de detener al infractor descalzo y, al apercibirse, cada espectador se quitó los zapatos y los arrojó al ruedo.
 De la afición colmenareña dialogo a veces con Agapito García Serranito, al que un toro   dejó inútil para el toreo, cuando iba para figura grande. Colmenar ha sido y es tierra de toros y de toreros, Pepe Castaño, la saga  de los Aragón Cancela. Y Serranito por encima de todos. Agapito, es un ejemplo moral, una afirmación ética. Se ha recuperado en parte de su tremendo percance y tiene un sentimiento del dolor que dignifica al hombre. Se ha convertido en un experto grabador. Desayunamos juntos de vez en cuando en el Rincón de Serranito, el bar Marsans, donde sirven  churros sabrosísimos. Hace cuatro años escribimos,  al alimón, unos  versos en que yo puse la gramática y él puso el dolor. Fue una experiencia memorable.  Hace unos días, ha publicado su autobiografía; de fácil lectura, amena y sin estridencias.

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