sábado, 13 de noviembre de 2021

 

Fauna y flora del Café Gijón

GOYITO, EL OFICINISTA POETA Y NOCTÁMBULO

Se llamaba Gregorio García y para los amigos era siempre Goyito. Y tenía ciertos dones naturales para la poesía que eran elogiados por Claudio Rodríguez,  al cual Gregorio quería mucho. Estaba convencido de ser un gran poeta, pero no leía poesía. Ni poesía ni nada. Solo una revista de apuestas de caballos, cuyas carreras se pasaba estudiando gran parte de la semana: categoría del jokey, calidad del caballo o yegua, estado del piso del hipódromo, distancias, hándicaps  etecé. Apostaba casi siempre por Carudell un gran jinete, un hombre en miniatura que sobre un caballo se convertía en dios. Como alguna vez Goyo acertaba, hicimos sociedad con él. Una vez acertamos una quíntuple, las cinco carreras de la tarde, que se pagó a dos perras gordas.  Calderilla. Pero eso reforzó la sociedad trinitaria y nuestras ambiciones.  Trabajaba en una oficina en una multicopista desde las ocho de la mañana. Eso era un gran problema, pues como se consideraba poeta y bohemio trasnochaba hasta las tantas Afirmaba que no leía,  ni siquiera a don Antonio Machado o a Miguel Hernández, que eran los poetas de moda que leíamos todos, para no influenciarse ni contaminar su propio estilo.

Aunque no era guapo ni rico ni bien vestido  se le daban muy bien las chicas de café. No era atractivo, pero era audaz y, le durase lo que le durase, no había mujer solitaria del Gijón que se le resistiese. Isabel, creo que se llamaba Isabel,  fue su novia un tiempo. Alta y razonablemente guapa, Isabel acabó dejando de ir al Gijón para aprender ukelele instrumento musical que Goyito, a partir de entonces,  odiaba con todas sus fuerzas. Más que de Isabel o como se llamase, yo me acuerdo de una amiga suya rubia  guapa y pequeñita. Una auténtica monada. Y liberada en cierta manera. Le gustaba que la llevara al teatro, no por ahorrarse dinero que le sobraba,  cosa que yo hacía gracias a la complicidad de Paco Portes que me prestaba el camerino,  y a Marisa Naya, su mujer, una puritana tolerante,  pues yo aún no era novio de Ana que aún no había aparecido en mi vida. Como dice una canción ¨ llegó el comandante y mandó a parar¨. Entrábamos por la puerta de artistas y veíamos la función entre cajas o no la veíamos. Esto es lo que le gustaba a aquella chica, modelada como una escultura pequeña, ella para contar luego a las amigas de la universidad sus aventuras.

Volviendo a Goyito, al fin una semana acertó en los caballos una quíntuple muy bien pagada lo cual pudo librarle de la oficina y apuntalar su vocación de poeta, pero se murió de golpe al mes de cobrarla. Como vivía por el mercado de Legazpi, con su madre viuda a la que entregaba el sueldo íntegro de la oficina, supongo que la beneficiaria de la imprevista y modesta fortuna fue ella, siempre llorosa y mártir por la mala vida de su hijo. En Legazpi había un bar que no cerraba nunca y, por la madrugada, era el refugio de camioneros que venían de muy lejos con sus cargamentos de frutas y pescados, y bebían aguardiente con poetas mediomalditos y suripantas mediopoetas y burguesitas  pálidas y ojerosas que podían dormir la mañana entera. . Yo, al contrario de Gregorio que apenas bebía por miedo a emborracharse, aguantaba muy bien el alcohol. Nada de licores ni de güisqui, aunque me invitaran. Sólo vino tinto o blanco según la hora del dia. Y  los médicos me decían, ¨tienes un hígado de libro, sigue sin beber¨. Supongo que otros diagnósticos suyos serían más acertados. Gregorio García Suárez, pese a todo, creo que vivió feliz. Se creó una realidad que no le correspondía y cuando esa realidad soñada pudo hacerse verdad real, lo sorprendió la muerte. Carlos Oroza, el poeta beat y gallego de Vigo, sentenció. ¨´Javier, los pobres no tenemos ni remedio ni suerte. O pobres para siempre o muertos¨. Muertos para siempre , no hay vuelta de hoja

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