jueves, 25 de enero de 2024

ANIVERSARIO. MATANZA de ATOCHA

NI OLVIDO NI PERDÓN

El 24 de enero de 1977 unos pistoleros de extrema derecha, irrumpieron en el tercer  piso del número 55 de la calle Atocha y mataron a cuatro abogados laboralistas del Partido Comunista y a un administrativo.  Los asesinados  fueron Luis Javier Benavides, Enrique Valdevira, Francisco Javier Sauquillo, Serafín Holgado y Ángel Rodríguez Leal. Sobrevivieron gravemente heridos, Miguel Sarabia, Alejandro Ruiz, Luis Ramos y Lola González Ruiz.  Por la masacre fueron condenados  García Juliá, ¨pulso firme y mirada de hielo¨, según los sobrevivientes,  Fernández  Cerrá y  Francisco Albadalejo, considerado autor intelectual del hecho que implicaba también, creo recordar, a García Carréslider del sindicato vertical. En la sombra, quizá,  aunque se desligaran del suceso, el líder de Fuerza Nueva Blas Piñar y Sanchez Covisa, jefe de  los Guerrilleros de Cristo Rey, que meses atrás habían intentado tirarme por la ventana, desde un séptimo piso de Prensa del Movimiento y un falangista de bien, Cristóbal Páez, interponiéndose con riesgo de su vida, lo  impidió llamando a la policía.

Yo esperaba a Manuela Carmena, para no recuerdo qué asunto   y Carmena se retrasó o se equivocó de despacho, no puedo recordarlo. En realidad, los recuerdos de esos momentos siempre se me presentan confusos y convulsos. Sí recuerdo con nitidez, al dia siguiente, los féretros en el Palacio de Justicia, la capilla ardiente a la que asistí en compañía de Manolo López, abogado laboralista, miembro del Comité Central del PCE, y Lola Pintado su mujer;  y recuerdo la  firme actitud de condena del decano de abogados de Madrid,  don Antonio Pedrol Rius, que me pasó una nota para Manolo López. Los ví juntos luego, pero ignoro que contenía la nota ni de qué hablaron.  Una multitud de cien mil personas, quizá más, disciplinada, silenciosa  y dirigida por militantes del PCE, acompañó a los féretros, uno de los cuales salió hacia no sé qué provincia, hasta el cementerio. El actor Juan Diego lloraba a mi lado. Juan Diego y yo nos quedamos en Cibeles y poco después nos refugiamos en el Café Gijón. Policías de la secreta, evidentes, y un poco acojonados, no se atrevieron a decirnos nada. Esas cien mil personas en la calle, aunque silenciosas,  eran muy elocuentes. De una manera o de otra los autores de la matanza, fugados,  lograron escapar de la justicia o castigados con veniales condenas.  García Juliá, prófugo y vinculado en Brasil a turbios negocios de narcotráfico, volvió a España. Ignoro qué ha sido de él.  Ni olvido ni perdón. Era la recién nacida democracia lo que los asesinos querían llevarse por delante y no sólo a los abogados comunistas de Atocha.


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