jueves, 19 de junio de 2014

EL MEJOR ALCALDE, EL REY



No se trata de quitarle el sillón de la Villa ni la vara de mando de Madrid a la alcaldesa Doña Ana Botella  y que el flamante rey, Felipe VI,  se dedique a la política  municipal. Para eso no habríamos casado con un príncipe a doña Leticia miembro de la clase menestral. Tengo ganas de que llegue agosto para ver si la Susi, el querido personaje de Eduardo Mendicuti en las páginas veraniegas del Mundo, sigue llamándola “mi Leti”. A Mendicuti nunca me lo pierdo y este agosto menos; a no ser que las ráfagas atemporaladas de las procelas periodísticas hagan  naufragar a la Susi, lo cual a mí me causaría una pena imponente.

El mejor alcalde, el Rey es una obra de  Lope de Vega en la que Su Majestad, advertido de que un noble, don Tello,  ha mancillado el honor de una aldeana, llega al pueblo de la deshonra, matrimonia  a don Tello con la deshonrada y luego lo ejecuta. Un buen Rey: restaura el honor de una labriega pobre aunque hidalga, y castiga al bandido que, prevaliéndose de su condición  nobiliaria, asaltó su virginidad. En los predios rurales somos así: pobres pero honrados, vírgenes  y con nobleza acrisolada. Algo de esta hidalguía les vendría bien a los políticos españoles para acreditar una honradez que no tienen. Y hablo de honradez, no de honestidad que atiende sólo a las cuestiones de la entrepierna y el fornicio, como muy bien señalaba estos días atrás un comunicante de tuiter, Justine es su avatar, creo.

Me ha venido esto a las mientes al ver los fastos un poco domésticos de la proclamación, este glorioso dia del Corpus de alfombras de flores, toros y misterios eucarísticos por los pueblos y ciudades de España. Lo cual que nada tiene  que ver una cosa con la otra; pero el subconsciente es un laberinto oscuro y nos sorprende con extrañas asociaciones de ideas. No necesitará Su Majestad Felipe VI  proteger a ninguna doncella, porque son otros tiempos de los vivió  Lope y acaso ni queden doncellas ni las míticas y bíblicas once mil vírgenes, si es que existieron. La corrupción, Majestad, esa es la cuestión. O sea la honradez, no la honestidad que pertenece a la intimidad personal. Y el paro, consecuencia, en parte, de la corrupción y el expolio. Palo duro, en lo que esté en su real y magnífica mano que, a lo peor, no es mucho. Como los reyes justicieros y los hidalgos agraviados de las tragedias de Lope y Calderón de la Barca.

De toda esa parafernalia metafórica y dramática yo me quedo con unos versos memorables de Pedro Crespo; ante la demanda de respeto del violador afrentado -capitán don  Alvaro- el alcalde le contesta que con respeto le pondrá los grillos, encarcelará a su tropa  y “con muchísimo respeto/ os he de ahorcar ¡vive Dios!”. Yo no llego a tanto como Pedro Crespo ni vos, Majestad,  estais obligado a más. Quienes creen que  República no es siempre sinónimo de justicia social y de izquierda emancipatoria, esperan algún gesto de que Monarquía no debe ser, necesariamente, sinónimo de cortesanía  afanadora.  

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