Nieve en Madrid, nieve en Cádiz
Parafraseo un viejísimo artículo de José Maria Pemán, que creía de hace medio siglo más o menos: Nieve en Cadiz. Antonio Burgos me corrige: es de 1934. Puede que la idea de fijarlo en los años 50 parta de una antología de textos, grandes prosas, que estudiábamos en el Seminario. Ahí debí de leerlo. Pero no me atrevería a afirmarlo. José Luis Abia, un viejo compañero, temible en las confrontaciones públicas que los profesores organizaban para animar el cotarro, recuerda la antología pero no el artículo de Pemán. Si lo dice Abia es para pensárselo. Me promete comprobarlo en esa antología que conserva.
Nieva en Colmenar Viejo, una diminuta lluvia de pétalos blancos, delicados como suspiros. A la Metrópoli no llega esta bendición, o llega poco. Carlos Santoyo, director del Diario Palentino me invita a ver nevar en Lebanza, norte de Palencia, antigua abadía. Allí viví memorables nevadas, una verdadera fiesta. Pese a todo escribo Nieve en Madrid, como don José María Pemán escribió hace muchos años, Nieve en Cádiz. Como Pemán no, como dios me dé a entender porque, en el artículo, don José María era insuperable. La dramaturgia española puede pasarse sin El divino impaciente, por ejemplo. Pero la historia del periodismo español no puede pasarse sin la impecable factura de los artículos de Pemán; ni sin otras aportaciones dignas de recordación, según cuentan algunos gaditanos: sus encuentros con Alberti que, exiliado, no podía ser marinero en su tierra del Puerto; encuentros, dicen, en la mar por las aguas del litoral gaditano. No lo sé. Conozco porque está documentado, que Pemán consiguió restituir a las carteleras el nombre de don Jacinto Benavente que, por sus veleidades republicanas, estaba obligado a firmar como “el autor de La Malquerida” Pemán tenía mano en el Pardo. Y además Benavente era Premio Nobel.
Nieva en Colmenar Viejo, una diminuta lluvia de pétalos blancos, delicados como suspiros. A la Metrópoli no llega esta bendición, o llega poco. Carlos Santoyo, director del Diario Palentino me invita a ver nevar en Lebanza, norte de Palencia, antigua abadía. Allí viví memorables nevadas, una verdadera fiesta. Pese a todo escribo Nieve en Madrid, como don José María Pemán escribió hace muchos años, Nieve en Cádiz. Como Pemán no, como dios me dé a entender porque, en el artículo, don José María era insuperable. La dramaturgia española puede pasarse sin El divino impaciente, por ejemplo. Pero la historia del periodismo español no puede pasarse sin la impecable factura de los artículos de Pemán; ni sin otras aportaciones dignas de recordación, según cuentan algunos gaditanos: sus encuentros con Alberti que, exiliado, no podía ser marinero en su tierra del Puerto; encuentros, dicen, en la mar por las aguas del litoral gaditano. No lo sé. Conozco porque está documentado, que Pemán consiguió restituir a las carteleras el nombre de don Jacinto Benavente que, por sus veleidades republicanas, estaba obligado a firmar como “el autor de La Malquerida” Pemán tenía mano en el Pardo. Y además Benavente era Premio Nobel.
Nieva, pues, en Colmenar Viejo, mi pueblo de adopción, mi
pueblo a secas, después de Torre de los Molinos pintado por Nekane porque le parece la aldea más
bonita del mundo, aunque menos que los pueblos de su Valle de Urola, Azpeitia y
por ahí. Traigo esto a colación porque me lo sugiere el recuerdo de El
divino impaciente, que como todo el mundo sabe trata de Francisco Javier que, a su vez, me
remite a Ignacio de Loyola, de Azpeiti o así.
Salvador Távora, hijo predilecto de Andalucía
Una cosa lleva a la otra como el
recuerdo de Rafael Alberti me lleva a Salvador
Távora al que quieren nombrar Hijo
predilecto de Andalucía. Me sumo a la propuesta, aunque no soy andaluz.
Hace tiempo que considero a Salvador Tavora
Hijo Predilecto del Mundo Entero y a
La Cuadra, como una referencia imprescindible del mejor teatro español del
siglo XX. Távora es Andalucía; y es una conciencia ética y estética asentada en
un teatro de revolución y resistencia. Salvador es la herida abierta del teatro,
las zonas en penumbra del flamenco. Cuentan
sus biógrafos que, siendo novillero, abrió la Puerta del Príncipe. Alfonso Guardiola (requiescat) afirmaba
que con un poco más de corazón, bragueta
decía Manolete de Pepe Luis, hubiera sido tan bueno como Curro Romero. Yo creo que eso era una
exageración, pero vale.
Távora iba de auxiliar
con otro Guardiola, Salvador, la infortunada tarde en que éste se mató al caer del
caballo en Palma de Mallorca. Esa misma tarde, Távora colgó el traje de luces
que, en realidad, ya había colgado hace tiempo desde la penumbra incierta de su
corazón. Me adhiero, pues a esa solicitud de predilección andaluza y universal
a favor de Salvador. ¿Dónde hay que firmar?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario