El nazismo en escena
Algunos aspectos de la cartera madrileña podrian enlazar con el epígrafe que encabezaba este post y que sigue a continuación, la conciencia de los cómicos. En este blog todavía están vivos los ecos del motín de la farándula hace 40 años, al que se debe buena parte de las libertades de hoy dia, pese al teatricidio y culturicidio en general del ministro Wert. Me refiero a la presencia en los escenarios de obras como La ola, de García May o Historia de un cuadro, de Alfonso Zurro; preocupación por el nazismo no sé si como premonición visionaria o por el contundente resurgir de los movimientos neonazis en Francia y en Grecia, especialmente: Aurora Dorada, de Michaloliakos, y el Frente Nacional, de Le Pen. En España, la verdad es que salvo algún grupúsculo marginal, el fascismo a la italiana, menos virulento que el nazismo alemán, no preocupa tanto. Se trata de un neofascismo sociológico que permanece encriptado en la neoderecha, pero sin estructura de poder. Al menos mientras no resucite Blas Piñar, cosa tan impropable como que resucite Franco.
En escena, La ola, cuya crítica ya publiqué en el Mundo, e Historia de un cuadro, que se publicará en su momento, Pienso que no vendrían mal algunas reposiciones. Por ejemplo, La evitable ascensión de Arturo Ui, de Bertold Brecht; o Terror y miseria del III Reicht. Como es lógico, Brecht sigue siendo la máxima autoridad en la materia. La ola, sin buscarle cinco pies al gato de similitudes con algún partido concreto, es un juego inquietante sobre la manipulación de sentimientos nobles tal que disciplina, solidaridad o acción.
Historia de un cuadro toca el nazismo de forma colateral: el concepto de arte degenerado que llevó la maldicición a obras ajenas a la estética nazi. El eje es un desnudo, supuesto, del Greco, condenado a la pira. La historia del cuadro, en sucesivos saltos atrás, parte de Roma y de Toledo. Escapa a las iras vaticanas, pero no puede escapar a las iras de Hitler. Es un texto muy sólido de Alfonso Zurro, que demuestra ser mejor autor que director.
Excelente interpretación de José Manuel Seda, tanto en el director del Museo, obligado al exilio por los nazis, como en un Greco muy poco espiritualista. Roberto Quintana, tiene la virtud de superponer de forma magistral a un cardenal del Renacimiento, un anticuario y un nazi encargado de pegar fuego a la pira. Potentísimo Manolo Caro, en especial en el papel de mediador-alcahuete-cómplice de Greco con gran sorpresa final, aunque yo creo que se ve venir media hora antes. En el teatro político de resistencia, poco, de este país llamado España, siempre he echado de menos una obra sobre el uso de la simbología de la Falange y de parte de su ideario, manipulado, por Franco. Se lo comentaba un dia muy lejano a mi querido Alfonso Sastre y me dijo, a mi no me interesa demasiado, pero eso tiene entidad dramática. Buero Vallejo fue más explícito; eso es cosa de falangistas, un ajuste de cuentas, para quien le interese el tema tiene interés. Espero con verdadero morbo un musical sobre José Antonio, que prepara un descendiente de Saenz de Heredia. Y tras esta breve actualización del blog, les dejo con la historia de la Huelga de los Cómicos, de la que muchos están sacando edificantes enseñanzas.
Los cómicos en pie de guerra
La huelga de actores tuvo varios efectos benéficos y una onda expansiva de larga duración. El
primero, hacer visible una conciencia
colectiva, la de la farándula, capaz de plantarle cara a la Dictadura. Se
formó una comisión, la llamada Comisión de los Once, a la que el Sindicato
Vertical, del que era presidente Jaime Campmany, acabó por negarle capacidad negociadora. De ella formaban parte Juan Margallo, Vicente Cuesta, José María
Rodero, Alberto Alonso, Jaime Blanch, Gloria Berrocal, Pedro del Rio, José
María Escuer y los que se me olvidan. La huelga tuvo un carácter asambleario y, sobre todo, itinerante para
romper el cerco de la Policía. Manolito
Vidal manejaba el agitprop con la
prensa y avisaba de la próxima e inmediata asamblea a los "plumillas," que procuraban transmitir a sus periódicos las
peripecias de una huelga que golpeó seriamente al franquismo crepuscular. Tuvo
gran repercusión sobre todo en el extranjero.Algunos aspectos de la cartera madrileña podrian enlazar con el epígrafe que encabezaba este post y que sigue a continuación, la conciencia de los cómicos. En este blog todavía están vivos los ecos del motín de la farándula hace 40 años, al que se debe buena parte de las libertades de hoy dia, pese al teatricidio y culturicidio en general del ministro Wert. Me refiero a la presencia en los escenarios de obras como La ola, de García May o Historia de un cuadro, de Alfonso Zurro; preocupación por el nazismo no sé si como premonición visionaria o por el contundente resurgir de los movimientos neonazis en Francia y en Grecia, especialmente: Aurora Dorada, de Michaloliakos, y el Frente Nacional, de Le Pen. En España, la verdad es que salvo algún grupúsculo marginal, el fascismo a la italiana, menos virulento que el nazismo alemán, no preocupa tanto. Se trata de un neofascismo sociológico que permanece encriptado en la neoderecha, pero sin estructura de poder. Al menos mientras no resucite Blas Piñar, cosa tan impropable como que resucite Franco.
En escena, La ola, cuya crítica ya publiqué en el Mundo, e Historia de un cuadro, que se publicará en su momento, Pienso que no vendrían mal algunas reposiciones. Por ejemplo, La evitable ascensión de Arturo Ui, de Bertold Brecht; o Terror y miseria del III Reicht. Como es lógico, Brecht sigue siendo la máxima autoridad en la materia. La ola, sin buscarle cinco pies al gato de similitudes con algún partido concreto, es un juego inquietante sobre la manipulación de sentimientos nobles tal que disciplina, solidaridad o acción.
Historia de un cuadro toca el nazismo de forma colateral: el concepto de arte degenerado que llevó la maldicición a obras ajenas a la estética nazi. El eje es un desnudo, supuesto, del Greco, condenado a la pira. La historia del cuadro, en sucesivos saltos atrás, parte de Roma y de Toledo. Escapa a las iras vaticanas, pero no puede escapar a las iras de Hitler. Es un texto muy sólido de Alfonso Zurro, que demuestra ser mejor autor que director.
Excelente interpretación de José Manuel Seda, tanto en el director del Museo, obligado al exilio por los nazis, como en un Greco muy poco espiritualista. Roberto Quintana, tiene la virtud de superponer de forma magistral a un cardenal del Renacimiento, un anticuario y un nazi encargado de pegar fuego a la pira. Potentísimo Manolo Caro, en especial en el papel de mediador-alcahuete-cómplice de Greco con gran sorpresa final, aunque yo creo que se ve venir media hora antes. En el teatro político de resistencia, poco, de este país llamado España, siempre he echado de menos una obra sobre el uso de la simbología de la Falange y de parte de su ideario, manipulado, por Franco. Se lo comentaba un dia muy lejano a mi querido Alfonso Sastre y me dijo, a mi no me interesa demasiado, pero eso tiene entidad dramática. Buero Vallejo fue más explícito; eso es cosa de falangistas, un ajuste de cuentas, para quien le interese el tema tiene interés. Espero con verdadero morbo un musical sobre José Antonio, que prepara un descendiente de Saenz de Heredia. Y tras esta breve actualización del blog, les dejo con la historia de la Huelga de los Cómicos, de la que muchos están sacando edificantes enseñanzas.
Los cómicos en pie de guerra
Los cabecillas más visibles eran Juan Diego, Tina Sainz, Queta Carballeira, Margallo, José María Plaza,
Rocío Durcal, Antonio Malonda…..los cuales canalizaban un apoyo de la profesión en
principio unánime. Hasta los actores de doblaje y los técnicos se sumaron a ella. Hubo apoyos sorprendentes como el de Lola Flores que se
presento en la DGS hecha un basilisco gitano, exigiendo la liberación de su
comadre Rocío Dúrcal o se iban a
enterar pues “ella, la Faraona,
tenía mucha mano en el Pardo”. Parte de los cabecillas fueron detenido acusados
de terroristas, por supuesta pertenencia
al FRAP. Y Tina Sainz se convirtió en la Juana
de Arco de la Farándula. Cuatro alborotadores barbudos y desarrapados no
alarmaban demasiado ni a Jaime Campmany
ni al franquismo en su totalidad. Pero el apoyo firme de José María Rodero,
actor de enorme prestigio en aquellos momentos, y la huelga en televisión
española, sí alarmó a los guardias, y a los jefes de los guardias, que
irrumpieron en Bellas Artes y se llevaron a unos cuantos.
Hubo deserciones, aunque pocas. Juanjo Menénez y Patxi
Andión, un cantautor protesta de mucha fuerza en aquellos momentos, se
bajaron del tranvía con el pretexto de que la huelga se había politizado por parte
del Partido Comunista. La huelga, aunque en defensa de los derechos profesiones
y laborales, había nacido politizada como no podía ser de otra forma. Eso lo
sabían todos, pues sólo desde una huelga política podía doblegarse la cerrazón del
Sindicato Vertical y la sistemática conculcación, política, de los derechos de los
trabajadores.
La huelga fue, en sí misma, un triunfo, aunque los cómicos,
se vieran obligados a rendirse, bajo la presión policial de juzgar como terroristas a los detenidos. Las
cosas en el teatro español, a partir de entonces, ya no fueron lo mismo. Las
cosas sindicales y políticas quiero decir. Que la Transición, con la exigencia pactada
de desarme ideológico de la izquierda, malversara algunos de estos logros, es otro cantar. Y
otra historia.
Una Gitanilla
aflamencada
El centro cultura Moncloa que patronea Álvaro Ballarín, se está convirtiendo en el laboratorio experimental
de algunos espectáculos. Por ejemplo La
Gitanilla, de Cervantes. Una Gitanilla insólita que, en su estructura
recuerda obviamente, la novela cervantina y en su lenguaje mezcla la jerga caló
y el clasicismo, la pureza idiomática de Cervantes;
mérito supongo de la adaptadora María
Velasco. Lo demás es mérito de la dirección de Sonia Sebastián que combina la austeridad de un espacio escénico
minimalista, con apertura a una utilización múltiple de sus posibilidades.
Dentro de la técnica del metateatro, Sonia Sebastián enmienda explícitamente la
plana a Cervantes: Preciosa no es
una gitana de origen noble, sino una gitana
a secas cuyas virtudes obedecen a un rango y una raza superiores: la nobleza gitana. Una regocijante Celia Freijeiro da vida a un personaje muy de carne y hueso, que se casa con un payo al
que somete a un duro aprendizaje de los usos y costumbres gitanos. Esta moza se
pasa por el arco del triunfo el rito del pañuelo y las rosas de sangre la noche
de bodas, porque no está segura de su virginidad. Más bien segura de todo lo contario. Es uno de los
momentos más divertidos de la obra y de Freijeiro.
Una Gitanilla pasada por el baile, el cante, la copla, el
jondo, los jaleos y la fiesta. Las voces puramente jondas están grabadas y no
puede decirse que el elenco sea un modelo ejemplar de cante y de baile; salvo
la guitarra de Davd Monge. Es
disculpable, aunque la adaptadora proclame que un cráter de la luna se llama Carmen Amaya. Pero hay un aroma
flamenco que resulta muy atractivo. Celia Freijeiro es el eje y tiene el don de llenar la escena con un gesto, una
mirada o un silencio. Saber mirar y saber callar es don que no tienen todas las
actrices.
Pero sería injusto olvidar a La Jenni, Lucía Espin que dobla de gitana y corregidora y, sobre todo, a Tusti de las Heras, la abuela transmutada en guardia civil. La
abuela es la depositaria de la honradez,
de la libertad de una raza, de costumbres milenarias que viene luego una nieta
hermosa y un poco aventurera que las
manda al carajo por un polvo clandestino y a destiempo. O por enredos amorosos
de dudosa honestidad. Al menos eso sugiere Gitanilla, antes de la boda.
Madrid capital del teatro.
Es el rayo que no cesa: el teatro en Madrid. Puede que fuera
siempre así, Madrid rompeolas de todas las Españas, Madrid rompeolas del
teatro. Un amigo censaba el otro dia más de 100 estrenos en una semana. Un
crítico, con cierta dosis de heroísmo militante, puede ver en siete dias, cinco
o seis obras; diez a lo sumo si tiene la suerte de poder hacer doblete. El otro
dia vi unas extrañas y rokeras Amistades peligrosas, impropias del
talento de Darío Facal. Como
adelanto de un amplio comentario, necesario de toda necesidad, yo señalaría a Carmen
Conesa que redime en parte la función; y a Lola Manzano que en Volanges ha encontrado, al fin, el papel de una
carrera llena de dificultades: espléndida. Bellas y buenas actrices, Iria de Rio y Lucía Diez.
Magistral, como siempre, tu comentario. Y me sirve para insistirte en que veas otra obra política, aunque diferente, 'Mi relación con la comida', de la Liddell, con una enorme esperanza Pedreño. Y también, en otra línea, pero magnífica, 'Orphans', ambas en el Galileo.
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