viernes, 17 de abril de 2015

TEATRO; TEATRO. PATEO EN EL BARRIO DE LAVAPIES.

El temido meneo.
Tiemblen los malos  cómicos: el meneo ha vuelto; el pateo temido y ya desterrado de los estrenos hace años. En la Sala El Umbral de Primavera, en el corazón de Lavapiés. Y como gran corifeo, como confalonero  de la revuelta, quién iba a decirlo, el gran José Pedro Carrión, jubiloso y terminal. Y con él una luminosa y agresiva Valery Tellechea, una JAU (Joven Actriz Agraviada). Sólo por escucharla, por verla en un  discurso   demoledor contra la   impostura, merece la pena ir al Umbral de Primavera. Lo demás, todo, lo pone José Pedro Carrión; aguanten hasta el final ciertas depresiones, sólo por verlo en el parlamento crepuscular de Cyrano, uno de los hitos de su deslumbrante carrera. 
En un momento de Júbilo Terminal, Carrión reclama el pateo como legítima expresión del descontento. No había lugar, pues el público seguía feliz las palabras no recuerdo  si de un malvado Ricardo III, el jorobado saco de iniquidades; o de alguna otra deformidad shakesperiana. Y , obedeciendo al estímulo de Carrión, se desató una  horrísona tempestad sonora  condenatoria. Era como música celestial para Carrión, para Tellechea, para los que pateaban el suelo de la sala y para un servidor de ustedes. No se lo tomen demasiado en serio: otro truco del teatro embaucador, un efecto escénico.  Hace unas semanas, en este mismo blog, nos enzarzamos Peris Mencheta y yo en una discusión sobre tonos y semitonos. Y acabamos reclamando, ambos a dos, huelga y deserción de los estrenos cortesanos y lameculos, y  vuelta al  pateo, el meneo justiciero. Tuvimos muchos seguidores y otros que, naturalmente, abominaron  de la iniciativa.  
Júbilo Terminal es una diatriba contra el teatro degenerado, una diatriba de amor y de desesperación: lo nuevo contra lo viejo. Es desoladora, pero .....es teatro. Es también un canto de gloria, con un José Pedro Carrión en plenitud y una Vallery Tellechea adorable y temible a partes iguales; sacerdotisa herida del amor a la farándula y JAU, joven actriz ultrajada. "Rosario dinamitera/ sobre tu mano bonita/celaba la dinamita/ sus atributos de fiera" (Miguel Hernández). No se lo pierdan en la Sala Umbral de Primavera, en el corazón de Lavapies cerca del Teatro de Barrio, la Mirador, Teatro del Arte, Valle Inclán y Francisco Nieva, que antes fueron el inmortal Olimpia; Teatro del Arte y otra sala, justo enfrente, cuyo nombre no recuerdo, donde guerrea La  Intemerata. Y alguna más que me olvido. Si alguna vez me pierdo, buscadme  en Lavapies, de callejas empinadas y fogosas; hasta donde me permitan mis piernas hartas ya de patear el mundo y poco aptas ya para el pateo teatral. El tiempo nos hace cabrónamente virtuosos. Agustín Lara, en un legendario chotis, quiso hacer a Maria Felix "emperatriz de Lavapiés". Hoy el barrio más castizo de Madrid es el reino del teatro, su territorio insurgente y magnífico. Territorio comanche para desavisados.


Creonte; el veneno del poder.

Basado en Los hermanos enemigos, de Racine Eterno Creón es un proyecto que podría ser fascinante, que lo es, si los resultados estuviesen acordes con la ambición. Comienza con una denuncia del capitalismo salvaje, de la economía manejada por robots que pudieran ser peores  que los brokers y financieros de Wall Stret, sujetos siempre a error. Sería un estado superior del capitalismo y del imperialismo, sujetos al control de un ente privado, que no previeron ni Marx ni Lenin. El liberalismo puro es más contrario a estos grupos privados que al propio Estado.
Mediante el uso del vídeo se mezclan Edipo Rey, de Passolini, la mitología erótica de Silvana Mangano, los bombardeos de Gaza (me parece) y  la inquietante tragicidad de Carmen Mayordomo, Yocasta demediada entre  Eteocles y Polinices, sus dos hijos. Y con este revoltijo de cortes cinematográficos y grabaciones de la  función, primeros planos de líderes de la actualidad: Merkel, Obama, Sarkozi…… Creón es el eje de la función, su médula ideológica y escénica; es más que un muñidor al servicio del poder; es la esencia del poder, el artífice que maneja astutamente los hilos del poder.  Sabe Creón que reinar no es llevar una corona y ocupar el lugar más alto sagrado del Estado. Reinar es dominar a quien gobierna. Eteocles y Polinice, reyes alternantes en un bipartidismo imposible diseñado por Edipo, son unos títeres en manos de Creón. Yocasta (Carmen Mayordomo) lo sabe; de ese conocimiento nacen algunas de las escenas más tensas de la obra.

Manuel De, el director, propone Eterno Creón como un juego, el teatro como complicidad activa entre actor y espectador. Y lo explica, de vez en cuando, parando la acción, explicando lo que hemos visto o vamos a ver. El público  no lo percibe como  juego, sino como ruptura de un ritmo que quiebra la intensidad de la acción; o al menos así  lo percibo yo.  El tango entre Creón con  camiseta del Barsa y Yocasta con uniforme del Madrid no lo percibo de ninguna manera. De ahí que  este montaje multidisciplinar me parezca confuso  aunque impecable en su planteamiento.

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