domingo, 3 de enero de 2016

EL AÑO QUE MURIO FRANCO. PEDRO J. RAMIREZ..IMPRESCINDIBLE

Casi medio siglo después.
Acabo de leer en La Esfera la reedición del libro de Pedro Jota El año que murió Franco, publicado en Plaza y Janés hace 40 años. Quizá no sea una lectura propia de estos días de amor fraterno, noche de Dios noche de paz. Estaba metido en  Reflexiones sobre la cuestión judía, de Jean Paul Sastre, por razones prácticas: revisar una vez más, mi monólogo  Cenizas y humo sobre el horror de los campos de exterminio nazis, en vías de producción.  David de Loaysa ha definido ya espacio e ilumnación Y se ambienta estos días en Alemania, pretexto supongo, para otros motivos viajeros de índole sentimental. Vengo  comentando con varios amigos entre ellos Zutoia Alarcia, la actriz fetiche de Alfonso Sastre, y Xabi Puerta, su marido. aspectos del monólogo. Suena el teléfono y nos decimos sin pensar en mas  ¡Feliz Año Nuevo!. Palabra e iluminación: bastan para mostrar el horror.

Y   una historia de horror, sangre, venganzas, traidores, inocentes y fusilamientos es El año que murió Franco, talmente una novela negra, que es una de las pocas pasiones literarias que me van quedando. Un gran reportaje escrito por un reportero de raza, de veinte  y pocos años, sin pretensiones de estilo ni necesidad de impostar la voz. A estas alturas quizá sea excesivo calificar aquel año cruel y gozoso, de “espiral revolucionaria”. Fue un año convulso marcado, eso sí, por la espiral acción-reacción. Los ideólogos del FRAP y del GRAPO políticamente eran unos primates y revolucionariamente unos chapuzas. Los asesinatos del teniente Pose, reparador de televisores en horas libres para redondear un sueldo escuálido, y del guardia Lucio Rodríguez, fueron inútiles y   execrables, como queda aclarado en el libro sin ningún género de dudas. Contribuyeron a activar, en las postrimerías del Dictador, los mecanismos de una maquinaria represiva siempre engrasada.   

El tactismo infame de los abogados del PCE
Vuelven los fantasmas nunca conjurados del todo y este libro resucita los de Manola Carmena, actual alcaldesa de Madrid y por entonces gente de orden: el orden del PCE. Pensando en el porvenir democrático del carrillismo, del que estas ramas atormentadas eran esquejes, los abogados, del Partido Comunista de Carrillo, obedecieron consignas: no pringarse en su defensa en el Consejo de Guerra Sumarísimo. Carrillo que, como Macbeth, nunca logró limpiarse las manos de sangre, tenía escrúpulos de la sangre derramada por los demás: Sánchez Bravo, alias Hidalgo, García Sanz, alias Pito, y compañeros mártires. Lo del martirio nada tiene que ver aquí con el santoral, sino con el calvario de las torturas de la policía franquista y su elemento más representativo, el sádico Sánchez Pacheco, llamado Billy el Niño. Pacheco era el discípulo predilecto de otro salvaje, Roberto Conesa especializado en infiltrar grupos de izquierda.

Nota personal: en la actualidad Manuel Blanco Chivite, condenado a  muerte en el mismo proceso, e indultado, está vetado por PODEMOS y PABLO IGLESIAS para debatir sobre aquellos sucesos, según denuncia el periodista e inspirador  intelectual de algunos atentados. 

De lo que se trataba en aquellos momento que, con dudas más con gallardía afrontaron abogados como Paca Sauquillo, Fernando Salas,  Folguera,  Pilar Fernández  y   Ventura Pérez Mariño entre otros, no era la licitud o el carácter político de los asesinatos y desviaciones del M-L, sino la abominación  de la pena de muerte, la barbarie de la Jurisdicción Militar  y la denuncia de la tortura. De aquella torrentera de sacrificios, tactismo infame y traiciones hoy solo sobrevive en el plano político Manuela Carmena. En la página 189 de El año que murió Franco, el reportero sagaz y trabajador escribe: “a la hora de conseguir defensor para su hijo (Sánchez Bravo, hijo de Erundina Sollas) Salas y Carvajal  han tropezado con el cerrado boicot de la organización de abogados del PCE que encabezan  Manuela Carmena y José Luis Núñez. Fiel a su estrategia de descalificar todo lo situado a su izquierda y preocupado por la identificación policial del M-L con sus propias siglas, el PCE ha declarado desestabilizadora la violencia del FRAP, distribuyendo entre su gente la consigna de mantenerse al margen”. Esa obediencia la encarnó mejor que nadie Cristina Almeida: “personalmente estaría dispuesta a defenderlos; pero políticamente no puedo hacerlo”. Estén tranquilos pues, (opinión personal) quienes piensan en Manola Carmena como elemento desestabilizador de esta democracia putrefacta. Manola Carmena es obediente y disciplinada.

Un reportaje colosal
Por ponerle alguna pega a este colosal reportaje, un Pedro Jota iniciático, cae en el descuido  gramatical de Umbral cuando tituló  La noche que llegué al café Gijón, en vez de La noche en que llegué al café Gijón. Pero ante la insistencia de este texto testimonial, en retratar la naturaleza cruenta del Régimen agonizante, poco importan nimiedades de bachilleres.  40 años habían pasado desde la Victoria, se consumía el General y conservaba su ferocidad represiva. La “escalada revolucionaria” de grupos ideológicamente incendiarios, como el  FRAP y el GRAPO,   infiltrados por la policía a los más altos niveles  no consiguió la revolución.  El fusilamiento de Humberto Baena, Jose Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, y los de José Angel Otaegui y Juan Paredes Manot estos de ETA, motivó una serie de atentados en cadena por parte del PCE (r) GRAPO  sucesor del FRAP y los gudaris vascos. El  saldo mortal fue el  siguiente: un cocinero de la Policía Armada y tres policías más en Madrid; tres guardias civiles en las cercanías de Aránzazu, y la muerte del etarra  Luis Echanove en Mondragón  a manos  de un nebuloso grupo antiterrorista. Por otra parte, un tiroteo equivocado entre Guardias Civiles y Policía Armada en Barcelona acabó con la vida de dos guardias y tres ciudadanos  que pasaban por allí. 

Sadismo policial, torturas e infiltración
El GRAPO continuó su actividad terrorista después de la muerte de Franco y su dirección fue exterminada. En abril de 1979, Juan Carlos Delgado de Codex fue abatido de un disparo a larga distancia junto al metro de Lavapiés; en agosto de 1980, Abelardo Collazo Araujo murió por los disparos de cuatro inspectores de la Brigada de Información; el camarada Arenas, Manuel Pérez Martínez, liberado en 1984 tras seis años de prisión,  se perdió en el inmenso mundo; Enrique Cerdán Calixto cayó acribillado en Barcelona con una metralleta en las manos. El quinto miembro de la dirección del PCE (r) y principal impulsor del Grapo en 1975, Pío Moa, sobrevivió al exterminio. Ya en los asesinatos de revancha, ley del Talión ojo por ojo, tras los fusilamientos de Hoyo de Manzanares, había manifestado sus escrúpulos de conciencia. Hoy, arrepentido de sus antiguas dudas y maldades, es un escritor de éxito muy solicitado por distintos medios de comunicación.
Pedro Jota inicia el rastreo de aquel año de violencia extrema en un restaurante de la calle Artistas, casi esquina a Bravo Murillo; La Milagrosa no era centro  de reunión de revolucionarios, aunque en él se conocieran José Luis Sánchez Bravo, el intelectual, y Ramón García Sanz, el hospiciano solitario. Era un restaurante cutre para impecunes -obreros o estudiantes- que se repartían entre dos o tres, solidariamente, el escuálido menú, por el precio de uno. Y concluye en una playa nudista de Galicia con  la viuda de Hidalgo, tratando de entender y rehacer su historia.

 En este sentido me atrevo a afirmar que El año que murió Franco es la máxima aportación para una radiografía del franquismo sanguinario, y  posiblemente, el mejor libro de Pedro Jota.  Afirmar esto puede ser una temeridad cuando Pedro Jota lleva varios libros publicados de historia y pensamiento político. Es, por lo menos, el libro que descubre a un periodista precoz, un reportero que maneja cientos de fuentes orales y escritas. Y que siguió indagando en el futuro atroz de familiares y amigos de los fusilados. Otra tremenda clandestinidad para librarse de apellidos y conductas malditas, que incluyen posteriores suicidios y desesperaciones. Y confesiones y retractaciones. 

La verdad de Silvia
Hidalgo le pidió a su mujer Silvia Carretero,  activa militante del FRAP y colaboradora de su marido, que educara al hijo en el marxismo-leninismo y le contara la verdad. Silvia, la mítica Andrea,  no educó a su hija en el marxismo-leninismo; se hizo funcionaria del PSOE en el Ayuntamiento de Madrid. Pero sí le contó la verdad:
“Mira Luisa, tu padre no murió en un accidente. A tu padre lo fusiló Franco. Le dieron cuatro tiros porque luchó contra la dictadura. Pero era un tío cojonudo. Cuando seas mayor te lo terminaré de explicar. Te lo prometo, mi amor” .
Sánchez Bravo estaba obsesionado porque Silvia creyera que ella había sido la única mujer de su vida y que era inmoral ponerse un bikini en una playa. Quizá por eso Silvia  reaccionaba contra el recuerdo en una playa nudista de Galicia. Es curioso, se me ocurre pensar, cómo la izquierda tiende a reproducir los códigos de la derecha cavernaria que pretende exterminar. Punto final.


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