miércoles, 27 de abril de 2016

ELOGIO DEL PUBIS; PABLO NERUDA .


Salutación. He sobrevivido al  intento de linchamiento,  por mi crítica al numanticidio perpetrado en el Español, y han llegado a  pedir que me echen del Mundo. Mas no ha sido preciso,  para defenderme, el ofrecimiento de una amiga, de notoria fama y belleza, de “patearles el culo” a los cervanticidas. No está bien que una señorita vaya por  ahí repartiendo patadas; pierde feminidad. Y yo prefiero su feminidad a mi honor. Gracias, amiga.   

Usos y costumbres del lenguaje del amor

En estos días he escuchado la palabra amante con una intensidad amatoria semejante a la amada del  Cantar de los Cantares de Salomón. El vocabulario del amor  está  volviendo a los orígenes. Se empiezan a recuperar palabras antes sagradas o malditas, según quien las pronunciara, como “el amante”, “la amante”, no creo que como sinónimo de “la querida” que era término vejatorio e inmoral para mujeres que sometían su libertad, de forma estable,  a un hombre casado.

 Sorprende esta autoafirmación de “amante” en mujeres radicalmente libres; y en hombres promiscuos y picaflores. E incluso hay algo más  enigmático  que  ser amante: “hacer de amante”, con vestidos de lujo y sedas floreadas, una ceremonia al estilo de Las criadas, de Genet . “Me voy a París a hacer de amante”, escuché el otro día en un ambiente libérrimo y sin prejuicios. París es más sugestivo, pero también se puede hacer de amante en Soria, Teruel o Sevilla, que es tan sugestiva como París o más.

 ¿Se ha trivializado el amor hasta hacerlo costumbre y de ahí la vuelta al lenguaje clásico, a la pureza de los orígenes?  “Mi chico”, en lo que a amar se refiere, no quiere decir nada o quiere decir muy poco. El amado, amado amigo, del amor cortés o la poesía provenzal sugiere mayores vislumbres  en cuestiones amatorias. Y ahí está el Cantar de los Cantares, el poema de amor más hermoso que se haya escrito nunca;  “¿por qué te fuiste amado y me dejaste con gemido?”

La amante, una institución social.

 En tiempos, la amante era un signo de distinción social y un signo de poder, una institución en una sociedad  de clases: la querida. En definitiva, un factor del equilibrio matrimonial; mejor tener una amante fija que irse de putas. Aunque una cosa no quitaba la otra. Girón de Velasco, el ministro social, tenía muchas amantes, queridas, algunas de las cuales  iban por el Café de Gijón. Girón les ponía pisos en el barrio de la Concepción que ellas compartían generosas con la golfemia. (Véase mi libro Historias golfas del Café, Edit Almuzara).

Al margen de estas cuestiones, en este libro se ve mi ideal de mujer, que entró un día en el Café y ya no salió de mi vida: “Las piernas más espectaculares del Gijón, unos labios de pecado mortal y una inteligencia luminosa”. En ese ideal sigo. Belleza, por supuesto. Mas, por encima de todo, inteligencia que te distrae de  belleza evidente.

 Algunas de las amantes de Girón de Velasco eran marquesas venidas a menos y que, al yugo y las flechas, preferían las metáforas y las juergas  flamencas de madrugada en el Corral de la Morería.  A mí, escuchar hoy  “estoy feliz con mi amante, me voy a París  con mi amante”, me suena raro; pero me suena bien. No creo que “mi amante” sea equivalente a “mi chico/a”; debe de ser otra cosa, otro revuelo emocional por no decir otra jerarquía del amor. Pero en esto de la jerga amorosa reconozco que me he quedado un poco anticuado.

Las mujeres esdrújulas

A mí, lo que de verdad se me da bien son las mujeres esdrújulas, término que  no sé si podría aplicarse también a la amante que es palabra llana.  Por ejemplo, hay mujeres púdicas, o sea pudorosas, y mujeres púbicas que suelen ser todo lo contrario; mujeres púnicas, o sea cartaginesas y mujeres públicas, que son otra cosa y nada tienen que ver con las púdicas y las púnicas.  Las mujeres babilónicas son esdrújulas y tienen el alma samaritana, o sea que son compasivas. Hace un par de semanas en Bellas Artes, Esperanza Roy y yo hicimos el estribillo de La Corte del Faraón y nos salió muy bien. O al menos eso dijeron Ignacio Amestoy, Esperanza D,Ors y Javier Aguirre.

¡Ah las rosas del pubis!.

Cuando nos aburrimos del teatro, mi compañera del Mundo Esther Alvarado y yo comentamos a veces estas cosas púdicas y púbicas. Pablo Neruda tenía siempre en su mente esclarecida por el amor a las mujeres impiamente púbicas; de pubis ralo o frondoso, selvático o de paramera, da igual, pero sin depilar. Lo que le importaba a Neruda era el territorio sagrado  al margen de su frondosidad. Si no, cómo podría haber escrito, “ah las rosas del pubis, ah tu voz lenta y triste”.

“Es de agua tu cuerpo, de agua curva la tibia oscilación del pubis y hondos ríos tus manos de cinco álgidas fuentes”; eso escribía yo hace siglos y debe de andar perdido por alguno de mis libros de poemas. Lo de “álgidas fuentes” tiene su miga y he de explicarlo siempre que leo o recito en público este poema. Álgido es el frio que precede a la calentura de la fiebre, no es la temperatura cumbre del cuerpo humano. Hay citas maravillosas sobre el pubis. Por ejemplo: “aspiro a que tu pubis abra sus anchas veredas”, “tu pubis es de oasis y palmeras”, “me hundo en tu pubis como el aire que respiras”, “tu pubis me da sueño y me da hambre”, etecé, etecé, etecé

 

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