jueves, 12 de mayo de 2016

ESPERT, PRINCESA DE ASTURIAS; PEREZ DE LA FUENTE, FUERA DEL ESPAÑOL

Una destitución anunciada.
Ayer tuvieron lugar dos acontecimientos teatrales de gran calado, aunque  de distinta significación: la “ejecución”, ya sin apelación posible, de Juan Carlos Pérez de la Fuente como director  del Teatro Español; y la concesión del Premio Príncesa de Asturias a Nuria Espert.

 El domingo baja el telón Numancia y el domingo concluye Perez de la Fuente su mandato. Traerá cola, es de suponer. A lo mejor, ahora conocemos a Celia Mayer concejala de Cultura, que sigue sin pisar el Español, su teatro. A lo peor, no es que Celia le tenga tirria al cesante; a lo mejor es que el teatro a Celia Mayer y al Ayuntamiento de Madrid les importa un güevo y la yema del otro

Perez de la Fuente, puesto por Ana Botella,  estaba crucificado sin atender razones  de programación,  desde que Podemos llegó a la alcaldía de Madrid.  El numanticidio, que  ha perpetrado en connivencia con Luis Alberto de Cuenca, con el montaje de la tragedia de Cervantes, nada ha tenido que ver en su destitución, aunque sea un borrón en la carrera.  Los que vengan ahora también vendrán a dedo, aunque se cubran las apariencias con formulismos burocráticos.

 Pérez de la Fuente fue perdiendo apoyos de la izquierda, cuando muchos empezaron  a no ver claro que en la  base de su programación fueran a estar Alfonso Sastre y Max Aub como había prometido.   Pero tenía proyectos  de programación, cosa que no sé si tiene Podemos, a los que  el teatro les interesa poco o nada. Están en otras guerras. A quienes  vengan hay que  concederles, como a todos,  el beneficio de la duda: por sus obras los conoceréis.

Princesa de Asturias.

En cuanto a Nuria Espert,  la enhorabuena más grande y más  cordial. Todo lo que tenía que decir de ella lo dije en la corona de sonetos que hace dos semanas publiqué en el Mundo y que reproduzco aquí.

Versos de Arte Mayor para Nuria Espert

TEJEDORA de sueños, hilandera

del copo, de la flor y de la llama.

La que enhebra la aguja y se proclama

diosa de la farándula y santera,

 de Eurípides la voz; santa y ramera

dulcísima,  en silencio ríe y clama

 en papeles de fámula o  gran dama

 a la que el astro sol arde y  venera.

 La que el verso somete,  la que amansa

 tempestad de palabras en espumas.

 La que nunca flaquea ni se cansa

volando entre las  nieves o las brumas.

 Sacerdotisa, en vez de restar sumas.

Y en tí el sueño se mece y se remansa.

 

LORCA te da limones de sol frio.

 Yerma, estéril de macho y primaveras,

sequedad de rastrojos, polvo y eras.

 Adela y su tristeza de rocío,

 Bernarda hiena, hierro y enlutada.

 Sangre y boda de pana y de cuchillos,

 los cascos del caballo sacan brillos

 a la luna y la noche alborotada.

 

 Relincha el garañón, Pepe el Romano

 busca un virgen desnudo en la ventana.

La luna se desangra vena a vena

de estaño derretido por tu mano.

Mientras la almohada humedecida y vana

 huele a azahar, romero y hierbabuena.

 

SARTRE pone en tu boca la emoción

 de puta santa. Brecht y el ángel bueno

 de Swam, te mira dúplice y, de pleno,

 Hamlet te da venenos sin perdón.

Genet es tu criada y te venera.

Lope te esconde tu alma en el almario.

Y conserva tu amor en un sagrario.

Miller te besa y libra de la hoguera.

 

Lope es tu amante infiel y libertino,

mientras Victor García, temerario,

te hace subir del Gólgota al calvario.

 Victor sufriente y cruel, el genuino.

 ¿De quién eres vestal y relicario?

¿Cuál es tu soplo, cuál tu don divino?

Estrambote múltiple y desorganizado.

Eres sacerdotisa o eres diosa?

Eres la religión o su oficiante?

Eres mujer o esa suprema cosa

 que se llama teatro, susurrante.

 Altar y sacrificio y camerino.

 Lugar sagrado del sueño y del milagro.

De dónde vienes, Shakespeare o Cervantes?

 Cuál es tu origen Lorca o  Siglo de Oro?

Cuál es tu fin,  quién  te vio errante

desnudarte del pie velando tu cintura

 de cortesana dulce, pura, orante.

 

Los animales nocturnos de Mayorga.

En la Sala Jardiel, los mismos animales  de hace dos décadas, año más  año menos, en el Teatro Guindalera. Idénticos a los que aparecen en una edición de 2003.  Con los mismos puntos las mismas comas e idéntica estructura textual y teatral. No creo que  haya partido de Juan Mayorga la idea que circula por los medios -prueba de la frivolidad y ligerezas periodísticas- de que es una reescritura adaptada a los tiempos actuales de refugiados y sin papeles. La ley de extranjería estaba entonces y está ahora.

Tengo Animales nocturnos por uno de los textos más inquietantes y turbadores de Mayorga; terror en la envoltura de unas peripecias cotidianas, de seres absolutamente normales. El Hombre Bajo (Jesús Torres)  el personaje en el que se sustenta esa amenaza de terror, es un vecino ejemplar que oculta  el poder inconcreto de un misterio más intuido que real. Me gusta la blandura aparente de Torres, el presunto malvado, para expresar su amenaza.  El Hombre Alto (Pablo Gómez-Pando), el sin papeles, es un ser atenazado por el miedo que lo convierte  en súbdito sumiso; el  vasallaje del pánico. Desde esta óptica del miedo se entiende un personaje débil y vulnerable frente a la rotundidad   de su compañera la Mujer Alta  (Viveka Rytzner). Acabará apoyándose en la mujer de su opresor, la Mujer Baja (Irene Serrano), liberada del insomnio y de sus fantasmas. Correcta interpretación de un preciso naturalismo  de un equipo joven y poderoso.

 

  

 

 

 

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