Frida Kahlo en la cripta del Gijón
El café de Gijón ya no es lo que era,
aunque empieza a recuperar el viejo aroma. Aparece por allí hace 50 años Frida Kahlo, como me cuentan apareció
el otro dia, y se arma la de dios es cristo: legiones de poetas y de pintores a
sus pies; pero ya no hay legiones de poetas ni de pintores que sepan quién es
Frida Khalo ni ponerse a los pies de una dama. Llegó, se tomó un vino en la
barra y se bajó a la cripta a almorzar. Y no pasó nada. Hay quien dice que no
era Frida, la amante de Trotsky, la esposa de Diego Rivera; hay quien dice que era Sara
Moraleda que venía de México para retomar los ensayos de Don Gil de las calzas verdes y volver a
Alcalá con el El amante liberal, de Emilio Gutiérrez Caba. Pudiera ser.
Dias antes Moraleda había colgado en las redes una foto ante la casa donde vivieron Diego y Kahlo, caracterizada de Frida con absoluto desparpajo. ¿A quién aspira
Moraleda, a Trotsky o a Diego Rivera?. O a
los otros amantes que tuvo Frida? Frida Moraleda iba e los Teatros del Canal a despedirse de Albert Boadella con el que trabajó en Ensayando a don Juan.
Pregunté a Pepe
Bárcena si esa rara mujer iba llena de clavos y de hierros
lacerando su cuerpo. Si se había pasado de
copa, recordando su viejo lamento “bebí para ahogar mis penas, pero mis
penas aprendieron a nadar”. O si había dicho que era desdichada y que nació "estrelladísima", con mala suerte. No se acordaba, pero estaba seguro de que su porte
no era el de una inválida con más de 30 operaciones quirúrgicas en el cuerpo.
Frida o el dolor, Frida y el milagro de su existencia. Frida y Trotsky, amantes hasta la extenuación. Venganza contra el indio Rivera.
Me fascina esta polaridad: la revolución permanente y el dolor permanente.
La última
vez que estuve en México puse en marcha una leyenda que nadie se creyó: Alfaro Siqueiros, el muralista
estalinista, había ametrallado la casa donde vivía Trotsky, por orden de Diego Rivera rabioso de celos. Trotsky
escapó a las balas, pero no pudo escapar tiempo después al piolet de Ramón Mercader. ¡!Malditos, malditos,
malditos!!. Esta historia de celos no es creible;
en ese mundo de artistas y revolucionarios, los cuernos eran moneda áurea y
legendaria.
Además, los celos son un sentimiento
ajeno a mi universo sentimental. Empiezo a tener recelos de la poesía de María Hervás que baila con lobos,
huracanes y sirenas sin cola y vomita lágrimas a compás. O suspicacias de los elogios
que he dedicado en mis críticas a Frida Moraleda, diciéndome que esas alabanzas
bien podía habérmelas dedicado a mí mismo, puesto que casi nadie me elogia.
Pero se me pasa enseguida. A la Kahlo, le hubiera enseñado el poema Itaca, de María Hervás:
pero Moraleda me convenció a tiempo que Frida, cuya poesía me interesa menos
que su pintura, en el Gijón era una impostora. La genialidad de Kahlo como
pintora reside en que jamás hace literatura de su dolor: pinta su propia realidad, su
vida, que es lo que mejor conoce. Su poesía son sentencias, aforismos,
lemas sobre el dolor y sobre el amor. Carece de la estructura del poema rio que
es Itaca, aunque en las
cartas a Diego Rivera demuestra su
auténtica fibra amorosa.
Ignoro por qué, Moraleda celebra que me
interese la poesía, que no conoce, de la Hervás, a la que, me parece deducir, profesa verdadero
afecto: “fue, creo, la pingüina que más
huella dejó en todas las pingüinas”; “un espectáculo imposible, por culpa más
de Arrabal, quizá, que de Pérez de la Fuente”, concluyo. Pero
Frida Moraleda es ya más Moraleda que Frida y prefiere no meterse en
berenjenales.
Le he prometido a Hervás que si un dia reúne
versos para un libro, que ilustrará ella misma, yo le pondré prólogo y Borja Ortiz de Gondra el epílogo.
Con Borja va a estrenar pronto Una
historia vasca en el María Guerrero. No son tiempos para versos, seguro. Ni
para dibujos. Malos tiempos para la lírica, que diría Brecht.
Salutación a Boadella.
Adios a Boadella que no sé dónde se irá y aún no sabe, ni
creo que le importe, quién es su
sucesor. Boadella se autodefine como bufón y titiritero; o sea, hacer reir con
la verdad crítica y teatralizada. Cuando los generales borrachuzos de La
Torna -Umbral hubiera dicho “generales borracheros”- querían insultar a
Ioglars los llamaban titiriteros. Boadella
fue procesado y encarcelado por esta obra y escapó en una rocambolesca
fuga, organizada probablemente por Dolors
Caminal. Nada más pasar la frontera, Boadella, se bajó los pantalones y les
enseñó el culo a progres y catalanistas. Dolors es una pintura minuciosa, hiperrealista, de paisajes en los que predomina una rica gama de verdes; hace
tiempo le organicé una exposición en
Orfila, por sugerencia de Rosanna Torres y de Javier Figuero, que no recuerdo cómo
funcionó. Detesta los abstractos y la
vanguardia, como Albert. Y detestan en especial a Tapies, el Tapiolas de
no recuerdo qué pieza de Ioglars.
Dolors Caminal puede
ser una heroína organizando fugas carcelarias; pero en las dehesas salmantinas,
ante una manada de toros, es menos valiente. El mayoral, Gonzalo Santonja, Boadella, José Ignacio Sánchez, creo recordar, algunos capas y yo nos acercamos
cautamente a la manada. Las mujeres permanecieron en los jeep, menos Ana que, por su cuenta hizo buenas
migas con algunos ejemplares, a unos 20 o 30 metros. No sé si por
superprotección o por machismo, que viene a ser lo mismo, Albert Boadella se
echaba alarmado las manos a la cabeza.
Se marcha de los
Teatros del Canal con una proclama de liberación:
vuelvo a ser libre, afirma; vuelvo a ser Albert Boadella. La verdad es que sus
amigos, entre los que supongo todavía me cuenta, nunca percibimos que hubiera
dejado de ser él mismo. Era el Moliere,
el capricho de Esperanza Aguirre que, en un magnífico juego político y teatral, se autotilulaba Luis XVI. Si en algún momento puntual Albert no alcanzó la cima a
que nos tiene acostumbrados, yo no creo que fuera por cálculo estratégico, sino
porque no se puede ser sublime sin interrupción. Aguirre, reconozcámoslo, nunca
hubiera dado el juego de Ubú Pujol. Ignoro
cómo han concluido estas relaciones nunca fáciles entre titiriteros y
políticos.
Cuando me enteré de que se aposentaba en la capital de España le escribí carta postal y
manuscrita, “yo que tú no lo haría forastero”. Conozco a mis clásicos de la
meseta y conozco este corralón manchego
que es Madrid. Pero lo cierto es que en
Catalonia se había decretado la muerte civil de Boadella y quizás la
física, como la tala de sus cipreses del
Ampurdán: “no a la pena de muerte, excepto para Albert Boadella”.
Hasta pronto, amigo. Nos queda pendiente una comida en la
noble taberna taurina, Casa Dori, que tú conoces y que te aclaman. Quizá sea
posible antes de Agosto. Sé de algunas actrices que serían felices dándote un
homenaje tabernario. Y escucharnos debatir
sobre toros y teatro. Por mí vale, pero
que se encarguen ellas. A tí te consideran un genio y a mí un par de
escalones más abajo: una lumbrera. No me parece mal.
Sara Moraleda te dará, o no, un ósculo de mi parte. Yo no
puedo con los sentimentalismos de las despedidas.
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