sábado, 2 de julio de 2016

AMOR Y REVOLUCION; FRIDA KAHLO, TROTSKY


Frida Kahlo en la cripta del Gijón

El café de Gijón ya no es lo que era, aunque empieza a recuperar el viejo aroma. Aparece por allí hace 50 años Frida Kahlo, como me cuentan apareció el otro dia, y se arma la de dios es cristo: legiones de poetas y de pintores a sus pies; pero ya no hay legiones de poetas ni de pintores que sepan quién es Frida Khalo ni ponerse a los pies de una dama. Llegó, se tomó un vino en la barra y se bajó a la cripta a almorzar. Y no pasó nada. Hay quien dice que no era Frida, la amante de  Trotsky, la esposa de Diego Rivera; hay quien dice que era Sara  Moraleda que venía de México para retomar los ensayos de Don Gil de las calzas verdes y volver a Alcalá con el   El amante liberal, de Emilio Gutiérrez Caba. Pudiera ser. Dias antes Moraleda había colgado en las redes una foto ante  la casa donde vivieron  Diego y Kahlo,  caracterizada de Frida  con absoluto desparpajo. ¿A quién aspira Moraleda, a Trotsky o a Diego Rivera?. O a  los otros amantes  que tuvo Frida? Frida Moraleda iba e los Teatros del Canal a despedirse de Albert Boadella con el que trabajó en Ensayando a don Juan.

 Pregunté a Pepe Bárcena  si esa rara  mujer iba llena de clavos y de hierros lacerando su cuerpo. Si se había pasado de  copa, recordando su viejo lamento “bebí para ahogar mis penas, pero mis penas aprendieron a nadar”. O si había dicho que era desdichada y que nació "estrelladísima", con mala suerte.  No se acordaba, pero estaba seguro de que su porte no era el de una inválida con más de 30 operaciones quirúrgicas en el cuerpo. Frida o el dolor, Frida y el milagro de su existencia. Frida y Trotsky, amantes hasta la extenuación. Venganza contra el indio Rivera. Me fascina esta polaridad: la revolución permanente y el dolor permanente.

 La última  vez que estuve en México puse en marcha una leyenda que nadie se creyó: Alfaro Siqueiros, el muralista estalinista, había ametrallado la casa donde vivía Trotsky, por orden de  Diego Rivera rabioso de celos. Trotsky escapó a las balas, pero no pudo escapar tiempo después al piolet de Ramón Mercader. ¡!Malditos, malditos, malditos!!. Esta  historia de celos no es creible; en ese mundo de artistas y revolucionarios, los cuernos eran moneda áurea y legendaria.

Además, los celos son un sentimiento ajeno a mi universo sentimental. Empiezo a tener recelos de la poesía de María Hervás que baila con lobos, huracanes y sirenas sin cola y vomita lágrimas a compás. O suspicacias  de los elogios que he dedicado en mis críticas a Frida Moraleda, diciéndome que esas alabanzas bien podía habérmelas dedicado a mí mismo, puesto que casi nadie me elogia. Pero se me pasa enseguida. A la Kahlo, le hubiera enseñado el poema  Itaca, de María Hervás: pero Moraleda me convenció a tiempo que Frida, cuya poesía me interesa menos que su pintura, en el Gijón era una impostora. La genialidad de Kahlo como pintora reside en que jamás hace literatura de su dolor: pinta su  propia realidad,  su  vida, que es lo que mejor conoce. Su poesía son sentencias, aforismos, lemas sobre el dolor y sobre el amor. Carece de la estructura del poema rio que es Itaca,  aunque en las cartas  a Diego Rivera demuestra su auténtica fibra amorosa.

 Ignoro por qué, Moraleda celebra que me interese la poesía,  que  no conoce, de la Hervás,  a la que, me parece deducir, profesa verdadero afecto:  “fue, creo, la pingüina que más huella dejó en todas las pingüinas”; “un espectáculo imposible, por culpa más de Arrabal, quizá, que de Pérez de la Fuente”, concluyo. Pero Frida Moraleda es ya más Moraleda que Frida y prefiere no meterse en berenjenales.

 Le he prometido a Hervás que si un dia reúne versos para un libro, que ilustrará ella misma,  yo le pondré prólogo y Borja Ortiz de Gondra el epílogo.  Con Borja va a estrenar pronto Una historia vasca en el María Guerrero. No son tiempos para versos, seguro. Ni para dibujos. Malos tiempos para la lírica, que diría Brecht.

Salutación a Boadella.

Adios a Boadella que no sé dónde se irá y aún no sabe, ni creo que le importe,  quién es su sucesor. Boadella se autodefine como bufón y titiritero; o sea, hacer reir con la verdad crítica y teatralizada. Cuando los generales borrachuzos de La Torna  -Umbral hubiera dicho  “generales borracheros”- querían insultar a Ioglars los llamaban titiriteros. Boadella  fue procesado y encarcelado por esta obra y escapó en una rocambolesca fuga, organizada probablemente por Dolors Caminal. Nada más pasar la frontera, Boadella, se bajó los pantalones y les enseñó el culo a progres y catalanistas. Dolors es una pintura minuciosa,  hiperrealista, de paisajes en los que  predomina una rica gama de verdes; hace tiempo le organicé  una exposición en Orfila, por sugerencia  de Rosanna Torres y de Javier Figuero, que no recuerdo cómo funcionó.  Detesta los abstractos y la vanguardia, como Albert. Y detestan en especial a Tapies, el Tapiolas de no recuerdo qué pieza de Ioglars.

 Dolors Caminal puede ser una heroína organizando fugas carcelarias; pero en las dehesas salmantinas, ante una manada de toros, es menos valiente. El mayoral, Gonzalo Santonja, Boadella, José Ignacio Sánchez, creo recordar, algunos capas y yo nos acercamos cautamente a la manada. Las mujeres permanecieron en los jeep, menos Ana que, por su cuenta hizo buenas migas con algunos ejemplares, a unos 20 o 30 metros. No sé si por superprotección o por machismo, que viene a ser lo mismo, Albert Boadella se echaba alarmado las manos a la cabeza.

 Se marcha de los Teatros del Canal con una proclama   de liberación: vuelvo a ser libre, afirma; vuelvo a ser Albert Boadella. La verdad es que sus amigos, entre los que supongo todavía me cuenta, nunca percibimos que hubiera dejado de ser él mismo. Era el Moliere, el capricho  de Esperanza Aguirre que, en un magnífico juego político y teatral,  se autotilulaba Luis XVI. Si en algún momento puntual Albert no alcanzó la cima a que nos tiene acostumbrados, yo no creo que fuera por cálculo estratégico, sino porque no se puede ser sublime sin interrupción. Aguirre, reconozcámoslo, nunca hubiera dado el juego de Ubú Pujol. Ignoro cómo han concluido estas relaciones nunca fáciles entre titiriteros y políticos.

Cuando me enteré de que se aposentaba en  la capital de España le escribí carta postal y manuscrita, “yo que tú no lo haría forastero”. Conozco a mis clásicos de la meseta y conozco  este corralón manchego que es Madrid. Pero lo cierto es  que en Catalonia se había decretado la muerte civil de Boadella y quizás la física,  como la tala de sus cipreses del Ampurdán: “no a la pena de muerte, excepto para Albert Boadella”.

Hasta pronto, amigo. Nos queda pendiente una comida en la noble taberna  taurina, Casa Dori,  que tú conoces y que te aclaman. Quizá sea posible antes de Agosto. Sé de algunas actrices que serían felices dándote un homenaje tabernario.  Y escucharnos debatir sobre toros y teatro.  Por mí vale, pero que se  encarguen ellas.  A tí te consideran un genio y a mí un par de escalones más abajo: una lumbrera. No me parece mal.

Sara Moraleda te dará, o no, un ósculo de mi parte. Yo no puedo con los sentimentalismos de las despedidas.

 

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